Nos vemos en la próxima matanza. Nos veremos cuando la sangre derramada vuelva a ponernos fácil ser solidarios. Toda la atención suscitada estos días, toda la cercanía se diluirá, se disolverá y nos volveremos a encontrar abrazados en la próxima matanza, convencidos de que la libertad de expresión debe ser defendida como el primero de nuestros derechos. Pero hasta ahora, ¿dónde estaban todos? Me ha impresionado la frase profética del director de Charlie Hebdo: “No tengo miedo de las represalias. No tengo hijos, no tengo mujer, no tengo coche, no tengo deudas. Puede que suene algo pomposo, pero prefiero morir de pie que vivir de rodillas”.
Parece la declaración de un monje guerrero, de un voluntario, de alguien que sabe que cualquiera de sus decisiones puede recaer sobre los que tiene alrededor. Charb, Stéphane Charbonnier, hacía viñetas, era director de una revista de ensayo satírico. Sin embargo, sus palabras parecen las de un soldado que va al combate, las de un médico en misión sanitaria por lugares contagiosos.
El chantaje y el miedo son los instrumentos con los que se está destruyendo la libertad de expresión. Y, ¡ojo!, se está destruyendo. No creo en las actitudes románticas de quienes dicen: “Como su mensaje ha llegado a todas partes, han ganado los periodistas”. No, no y no. La vida era más preciosa que la afirmación del derecho por la vía del sacrificio. Sin embargo, el riesgo se había subestimado.
La escolta de Charbonnier no era una verdadera escolta, más bien una tutela (un chófer y un hombre armado) y, cuando la redacción cambió de sede, perdió la protección de la entrada, sustituida por la conocida Vgr (Vigilancia genérica radiocontrolada), muy poco eficaz en casos semejantes: una patrulla, esporádicamente, pasa y observa. Le ocurrió lo mismo a Salman Rushdie, a quien repetían frases que conozco demasiado bien: “Lleva flores a la tumba de Jomeini; sin él no serías lo famoso que eres”. Cuando se recibe una amenaza, es difícil provocar verdadera solidaridad, más bien surge la sospecha de haber encontrado un camino fácil para darse a conocer.
La libertad de expresión no es solo un derecho adquirido para ejercer en los periódicos o ante un tribunal; es un hecho, un principio que trasciende todos los textos legales y que encarna la característica sustancial que convierte el mundo occidental, con todas las contradicciones y progresivas limitaciones, en un mundo libre. El mundo hacia el que caminan millones de seres humanos*
Es innegable que escribir puede resultar peligroso, pero cuando un escritor consigue ganar dinero, cuando sus libros —películas, cómics, periódicos— se convierten en un éxito, entonces parece como si fuera menos digno de tutela, como si su seguridad pudiera desatenderse, como si fuera él mismo quien tuviera que encargarse de ella porque, en el fondo, se la estaba buscando. También Wolinski y sus compañeros recibieron acusaciones similares. En realidad y, a pesar de que Francia respondió —bastante mejor que otros gobiernos europeos en casos semejantes— ante las primeras amenazas y el primer ataque contra Charlie Hebdo, diciendo que si alguien se sentía ofendido por las viñetas podía acudir a los tribunales, el ataque ha recaído en los propios franceses y lo ha hecho, no a través de una querella o una reclamación por daños, sino a través del único tribunal que conocen y utilizan ese puñado de exaltados: el del fusil.
A media voz, se escuchaban críticas contra las viñetas, se acusaba a la revista de forzar la máquina para enderezar los números rojos: un humor áspero, sin medias tintas, vulgar, fragua más rápido, llama más la atención. Pero también es cierto que incluso "la blasfemia" se convierte en un derecho cuando se plantean determinadas cuestiones de principios, porque reafirmarlo se convierte precisamente en una cuestión de principios irrenunciables. Conviene recordar que los mismos periódicos que consideraban indecorosas las blasfemias de Charlie han publicado todo tipo de fotos de cotilleo y han violado intimidades sin ningún pudor, cosa que la redacción de Charlie no hizo jamás.
Hoy Europa se ha olvidado del derecho a la libertad de expresión. Que lo haya olvidado no quiere decir que lo haya eliminado sino que lo ha descuidado, que ha dejado que se defienda con su propia inercia, hasta que ha llegado alguien que lo ha enterrado en una montaña de proyectiles.
Más allá del terrorismo islámico, la cuestión se refleja también en los asuntos de la mafia: los gobiernos titubean, los tribunales juzgan los mecanismos de amenaza como delitos secundarios, reconociéndolos solo si hay sangre por medio.
Periodistas asesinados
Me pregunto: ¿Sabéis cuántos periodistas murieron el año pasado? Mataron a 66 y detuvieron a 178.
En Turquía, 23 periodistas están en la cárcel solo por escribir en un diario crítico con el gobierno. Me pregunto: ¿cómo es posible olvidar inmediatamente que en México se ha matado por un tuit, que en Arabia se castiga con miles de latigazos (los primeros cincuenta dados hace unos pocos días) a Raif Badawi, “culpable” de haber abierto un foro online de debate sobre el islam y la democracia; que en Italia decenas de personas viven bajo protección, que en Dinamarca ya intentaron matar al viñetista Kurt Westergaard por haber dibujado una caricatura del profeta Mahoma? ¿Ya hemos olvidado el asesinato del director de cine Theo Van Gogh en Holanda? Mataron a María del Rosario Fuentes Rubio en México por sus campañas en Twitter y a decenas de estudiantes por participar en una manifestación. ¿Bastaba con que todo esto no hubiera ocurrido en París o Berlín para ignorarlo?
Claro, todos somos Charlie Hebdo, y es una solidaridad emotiva instintiva, la pulsión que Kant describía como la facultad inmediata para percibir, incluso antes que con la razón, lo que es justo y lo que es erróneo. Como si la capacidad de discernimiento estuviese inscrita en nuestro interior. Pero esta adhesión se desencadena siempre cuando ya se ha derramado sangre.
Charlie Hebdo no era un periódico capaz de llegar a millones de personas, estaba en crisis, siempre al borde del cierre. No estamos hablando de un ataque a la CNN ni al mayor diario de Francia. Quizá encontremos la explicación en la estrategia: es más fácil atacar a un periódico pequeño que a una gran estructura, con un fuerte aparato de vigilancia. Pero ese no es el único motivo, hay más: independientemente de lo grande que se sea, cuando un mensaje consigue prender entre un aluvión de artículos y material impresos, duele más, molesta más, es como un clavo. No da más miedo el más grande sino quien consigue innovar la expresión, hacer que cale, medir las contradicciones y superar su propia partitura.
Por otra parte, cada estrategia militar de defensa sabe identificar qué lugares pueden ser atacados y, como hemos visto, han dejado de ser los parlamentos, los ministerios y los cuarteles. Atacar un cuartel es un acto de guerra que reduce el conflicto a una cuestión entre diferentes uniformes. Golpear a políticos significaría “atenuar” el propio mensaje militar: dado que en la política europea ya no existe un personaje símbolo que encarne la historia y los valores europeos, podría parecer un ataque parcial. En cambio, golpear a artistas, golpear a intelectuales, a bloggers, significa para el terrorismo islámico, para el de los narcos y para el de regímenes tiránicos, golpear el pensamiento. Busca intimidar a cualquiera, crear una identificación inmediata entre la opinión pública y la persona atacada, hacer punible la reflexión y la difusión de las ideas.
No es un ataque contra una figura o unas instituciones sino contra el último territorio que convierte a Occidente en un lugar distinto: la libertad de expresión. Pero si no hacemos nada, el silencio volverá pronto.
Pido al Parlamento Europeo, pido a Matteo Renzi, a Angela Markel, a François Hollande, a David Cameron y a los demás jefes de Estado y de Gobierno que organicen un Consejo Europeo dedicado a todos los que pagan y han pagado con su vida el precio de la libertad de expresión, a aquellos que viven con escolta, que han recibido amenazas, atentados, chantajes, violencias de cualquier tipo.
Que Europa se reúna y escuche a quien se arriesga en nombre de la cultura, del arte, de la información, que comprenda que en estas libertades descansan sus -nuestros- pilares.
Si la movilización de hombres y conciencias que hoy está agitando el mundo occidental se apaga pronto, se resuelve con unos pocos días de indignación y en un puñado de minutos de silencio, entonces sí, tendremos que decir: nos vemos en la próxima matanza.
FUENTE: ctxt.es
©Roberto Saviano - 11/04/2015
Traducción de Mónica Andrade y Elisa Mora (*) Si los gobiernos los dejan, claro está.
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