Es muy importante llamar a las cosas por su nombre, pero también saber que, en muchas circunstancias y en algunos conceptos, es inevitable que existan interpretaciones ideológicas que se esconden en las palabras.
La sobrecualificación alude a una imponderable tendencia cultural a estudiar más de lo necesario o unas erróneas decisiones individuales de personas o familias, que osaron enviar a sus descendientes a la universidad
Es muy importante llamar a las cosas por su nombre, pero también saber que en muchas circunstancias y en algunos conceptos, es inevitable que existan interpretaciones ideológicas que se esconden en las palabras. Incluso, en todas las ideas relacionadas con hechos sociales, culturales, educativos, más aún si guardan alguna conexión con la política o la economía, siempre, de forma inevitable resuman ideología. Quién aboga por quitar ideología en educación, por ejemplo, puede querer decir no politizar algunas medidas, pero se equivoca y nos lanza en manos de la tecnocracia (que también es una ideología). Cualquier hecho o propósito educativo depende de una concepción de mundo, de los seres humanos, de valores, que es siempre un marco ideológico. Aunque valdría la pena profundizar en estas nociones, no son el objetivo principal de este artículo sino una introducción necesaria.
La sobrecualificación alude a una imponderable tendencia cultural a estudiar más de lo necesario o unas erróneas decisiones individuales de personas o familias, que osaron enviar a sus descendientes a la universidad. En una sociedad donde ha predominado la titulitis como fórmula de ascenso social, donde la formación profesional del modelo franquista era para los que no conseguían aprobar la EGB o no “valían” para estudiar (en su mayoría pertenecientes a la clase obrera). Esa misma sociedad, que daba empleo a jóvenes de 16 años, sin ninguna cualificación en los años de la burbuja, ahora se queja y opina sin ningún fundamento sobre el desastre del abandono educativo temprano por un lado y de la sobrecualificación de la población que pudo estudiar en la universidad.
¿En qué quedamos? ¿No tienen ambos fenómenos el mismo origen? La clave de entrada es no pensar en causas únicas, pero las interrelaciones entre estos fenómenos tienen un mismo ámbito original: las relaciones laborales de un modelo productivo dominado por los sectores de servicios, el turismo y la construcción, con un sistema financiero especulativo donde pierde valor el trabajo productivo y unas políticas públicas austericidas que siguen adelgazando los servicios públicos, la educación y la orientación profesional en las políticas activas de empleo. Porque si ésas siguen siendo las variables del modelo de crecimiento, acompañadas de una fiscalidad nada progresiva ni redistributiva donde aportan más las nóminas que los beneficios empresariales, donde disminuyen de forma considerable las inversiones públicas y privadas en I+D+i, donde se desregulan y privatizan los servicios esenciales que responden a derechos fundamentales y donde se culpabiliza a las rigideces del mercado de trabajo para precarizar el empleo y devaluar los salarios, de qué estamos hablando cuando hablamos de sobrecualificación.
Cuando es el más flagrante subempleo, proveniente de una cultura empresarial donde la competitividad se obtiene con bajos costes laborales y de unas perspectivas neoliberales sobre la libertad de elección
La cualificación de la fuerza de trabajo se orienta en función del modelo productivo, de la cultura empresarial, combinados con las políticas públicas de educación y formación. Los sistemas de reclutamiento o acceso a los puestos de trabajo, la selección de personal, la clasificación profesional y la formación en la empresa, determinan un modelo de empleo que valora de forma específica cada cualificación. La estabilidad o la precariedad del empleo definen si se invierte en la adaptación al principio y en el reciclaje o el perfeccionamiento después. La remuneración, sin duda, las opciones profesionales de promoción, la definición de perfiles profesionales especializados o la polivalencia funcional, también van construyendo un modelo de cualificaciones que reconoce o no el valor añadido del conocimiento. La cualificación se construye desde los aprendizajes formales con la contribución de los aprendizajes no formales e informales, no es sólo una titulación inicial. Una persona cualificada es alguien que posee los conocimientos, las habilidades, las capacidades, la preparación necesaria para realizar un trabajo.
La organización del trabajo individualista o cooperativa, los sistemas de control, disciplina y sanción, la duración y configuración de los tiempos de trabajo; los tipos de flexibilidad, diversificación, innovación, los cambios tecnológicos, el papel de las nuevas tecnologías en el aumento de la productividad, todo eso y muchas otras variables influyen no sólo en el valor de la cualificación actual sino en su futuro desarrollo. No es lo mismo si se priorizan los aspectos comerciales de la cadena de valor que si se valora mejor la innovación, no es lo mismo si se obtienen máximos beneficios con la especulación financiera que si la ganancia mayor proviene de los avances o las mejoras de los productos o de los procesos productivos. Tampoco, las acciones formativas o las cualificaciones necesarias serán las mismas, si se proyecta con sentido estratégico y rentabilidad a largo plazo que si se pretende obtener la máxima ganancia a corto plazo. Con una fuerza de trabajo cualificada siempre es posible adaptarse a los cambios tecnológicos aportando las acciones formativas necesarias. Si lo que se plantea como vía de obtención de mayores beneficios es un ERE, es evidente que no compensa invertir en recualificación o perfeccionamiento.
Un ERE (Expediente de Regulación de Empleo) no es otra cosa que un despido encubierto.
Por otro lado, las opciones de subempleo dependerán también de la legislación laboral, determinante en este caso, pero pueden influir las opciones de negociación colectiva en función del peso de la representación sindical del sector o de la empresa. Es evidente cuando comparamos los salarios, la organización del trabajo e incluso los procesos formativos, o las fórmulas de flexibilidad interna que evitan despidos, de sectores industriales tractores de la economía con alta sindicalización, con los sectores más débiles de la economía o muy dispersos sus centros de trabajo, con menor representación sindical. No obstante, no se puede olvidar otra variable interdependiente para generar subempleo, el amplio colchón de desocupación, “el ejército de reserva” que sirve para provocar el suficiente miedo a la pérdida del empleo como para aceptar condiciones de trabajo y remuneraciones muy por debajo de las capacidades profesionales.
¿Por qué tantas personas, sobre todo jóvenes, aceptan condiciones de esclavitud, remuneraciones mínimas, con relaciones comerciales, aunque tengan titulaciones válidas para diversos empleos? ¿Cómo puede ser que existan esas falsas economías colaborativas donde se cobran miserias y en dinero casi negro? Porque todo un sistema se ha desarrollado en ese sentido, desregulando, desvalorizando, privatizando servicios públicos, permitiendo la economía sumergida, promoviendo el emprendimiento, en suma el sálvese quien pueda. El trasfondo ideológico como decían los clásicos, sirve de cemento que sostiene el modelo (neoliberal claro): las elecciones individuales son las que definen la posición en la sociedad. La trampa mejor construida. Sostenida con el andamiaje de los gurús de recursos humanos augurando el “fin del trabajo” para promover la mercantilización de las relaciones laborales. Nada más rentable como desvalorizar el papel del trabajo. De estos polvos los lodos de la “sobrecualificación”. Como consideramos el trabajo humano muy valioso, generador de riqueza, lo que está pervertido en este capitalismo salvaje es el empleo. Por eso desde aquí, preferimos llamarlo subempleo.
FUENTE: www.nuevatribuna.es
Estella Acosta Pérez
08/08/2017
Ya lo he dicho en diferentes ocasiones, pero no me molesta volver a repetirlo:
"La clase dirigente nunca va a perdonarle a los trabajadores que hayamos logrado que nuestros hijos accedan a la universidad. Es una bola que no pueden tragarse".
De ahí la actual diversificación entre universidad pública y privada, en un desesperado intento por dotar a sus vástagos de un plus de "calidad" con respecto a la enseñanza pública, no sea que los "desheredados de la tierra" vayan a rapiñarles sus puestitos.
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