Eduardo Zaplana era un hombre que presumía de no tener una sola mancha en su historial hasta esta misma mañana, cuando la Guardia Civil le ha encontrado trece o catorce. La ausencia de manchas es una afirmación bastante temeraria en el interior de un partido donde muchos de sus miembros tienden inevitablemente al ocelote, a la jirafa, al leopardo, a la pantera negra y, sobre todo, a la mofeta.
Depredadores, ramoneadores y omnívoros forman un ecosistema que no le hace ascos a nada, ya sean comisiones, mordidas, sobres, deportivos, volquetes de putas, cuentas opacas e incluso peluquerías de guardia.
Sobre Zaplana gravitaba la sombra de la sospecha desde aquellos lejanos días de Terra Mítica en que uno de los empresarios acusados de la estafa le implicó en un cobro de comisiones ilegales.
Pero Zaplana disfrutó durante décadas de la portentosa habilidad de ser transparente ante los jueces, un superpoder que era el cordón umbilical de la Liga de la Justicia Valenciana y que compartía con sus grandes rivales de la zona, Rita Barberá y Francisco Camps.
Daban igual los marrones donde se metiera, el desastre de la Ciudad de las Artes y las Ciencias o los seis millones regalados a Julio Iglesias: la justicia no podía verlo no porque llevara los ojos tapados sino porque para ver a Zaplana hay que llevar gafas de sol.
Que un hombre que parece un folleto viviente de publicidad de Rayos Uva fuese nombrado ministro de Trabajo por el dedo infalible de Jose Mari lo dice todo sobre los diversos inquilinos del ministerio y sobre la infalibilidad de Jose Mari.
José María Aznar
En cuanto a aquella célebre boda en El Escorial, pesa una maldición similar a la de Blade Runner, la cual gafó para la eternidad a todos los actores y actrices que escoltaron a Harrison Ford, excepto a Harrison Ford
Mato, Rato, Matas, Correa, Bárcenas: cada nuevo superhéroe centrifugado, entalegado o flotando en el limbo jurídico resulta un ejemplo del don profético de Jose María Aznar -sólo igualado por la visión láser de Esperanza Aguirre- para escoger a su tropa. Hay que ser un verdadero genio de la óptica para reunir en un solo epitalamio tanto delincuente y tanto jeta.
No vayamos a pretender ahora que los jueces, pobrecillos, gozaran de esa extraordinaria capacidad de precognición y pudieran olisquear algo raro en la propina de seis millones a Julio Iglesias, en la podredumbre de Benidorm o en una conversación que se hizo pública en enero de 2005, un diálogo grabado entre Salvador Palop y Zaplana que posteriormente formaría parte de la investigación del caso Naseiro. Entre varios negocietes y menudencias, Zaplana decía cosas así:
Salvador Palop
“A lo mejor se queda con el solar y hacemos ahí una cosilla, ¿eh? Tú haces de intermediario de la venta, que yo no puedo, y tú pides la comisión a Javier Sánchez Lázaro. ¿Eh? Y luego nos la repartimos bajo mano”.
“Y entonces le dices, bueno yo una comisioncita. Le pides dos millones de pelas o tres de lo que quieras…”
Ay …, tengo que ganar mucho dinero, me hace falta mucho dinero para vivir. Ahora me tengo que comprar un coche. ¿Te gusta el Vectra 16 válvulas?”
Eduardo Zaplana
La mancha era inequívoca, pero cómo iba a verla un juez, si este hombre no estaba rompiendo España sino llevándosela a cachos y luego devolviéndola en porciones bajo cuerda. Hablaban de pesetas y entonces era demasiado pronto para actuar: ahora es demasiado tarde. Menos mal que Zaplana no había entrado en política para forrarse, porque si llega a entrar para forrarse, no deja ni los rabos.
En cuanto a los creyentes del PP, benditos sean, se negaban a aceptar la evidencia del mismo modo que los ultras más racistas del Real Madrid no querían reconocer que habían fichado a un negro: preferían decir que Cunningham tenía un lunar muy grande. Un poco como la mierda del PP, que no es más que un caso aislado que le ocupa todo el cuerpo y parte de Ciudadanos.
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