Lunes, nueve menos cuarto de la mañana, hora del café matutino. La cafetería está a rebosar de gente; la mayoría dispuestos a iniciar su jornada laboral.
Con la cara de despistado de siempre entra un cliente habitual, pero queda bastante alejado de la barra. El encargado, que se da cuenta, le dice a una de las camareras:
- ¡Mira a ver que es lo quiere Cristo!
Y a mí, que soy un puñetero entrometido, solo se me ocurre decir en voz alta:
- ¡Qué coño va a querer... que no lo crucifiquen!
Cesó de repente el murmullo de la clientela. Durante unos segundos el silencio se podía cortar.
No vi ni una sonrisa, solo rostros adustos mirándome con recelo.
Entonces pensé que cómo no me andara diestro, el crucificado iba a ser yo. Y es que hay cosas con las que este pueblo de dios todavía no transige, ni siquiera con el caústico humor de algún vecino.
Citizen Plof
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