VIVIR EN LA ESPAÑA MARIANA
Viva la muerte
Puesto que algo había que hacer y el virus del ébola parece
demasiado escurridizo y puñetero como para dejarse pisotear de cualquier
manera, la Comunidad de Madrid ha decidido sacrificar al perro de la
enfermera infectada, Excálibur. Sin hacerle ninguna prueba, sin
someterlo a cuarentena, sin atender a razones ni a súplicas, con el
mismo desparpajo con que importaron la cepa más letal de ébola desde un
secarral africano, el gobierno del PP ha decidido poner fin a la vida de
este animalito que tuvo la mala suerte de nacer, crecer y vivir en la
España mariana.
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Excálibur, al que no le ha servido de nada su nombre de espada
artúrica, se va a convertir no sólo en el primer mártir de esta
hecatombe provocada a medias por la imbecilidad y a medias por la
prepotencia, sino también en un símbolo a cuatro patas de toda la
ciudadanía madrileña y española. Porque así es como estamos con esta
gente subida a nuestros lomos: a cuatro patas. Un ciudadano, Javier
Limón, el marido de la mujer infectada, quien no es más que una víctima
colateral de una gestión irresponsable y catastrófica, hizo un
llamamiento para que respeten la vida de su mascota. Las autoridades
sanitarias no habían desinfectado todavía su casa, no habían
desinfectado las escaleras ni las zonas comunes del edificio, no habían
desinfectado la ambulancia donde fue trasladada Teresa, ni la sala del
hospital donde fue atendida la pobre mujer, pero ya estaban pensando en
exterminar al perro.
Casi fue en lo primero que pensó una comisión de expertos,
seguramente los mismos que aconsejaron repatriar a dos enfermos
terminales de ébola para que el virus llegara calentito a una capital
con cinco millones de habitantes y unos gestores sanitarios que ni
siquiera han visto una película de Hollywood. Con toda probabilidad, los
mismos expertos que supervisaron un traslado hecho a la buena de Dios,
con un copiloto sin mascarilla de protección y la ventanilla abierta,
chubasqueros de entretiempo y guantes de goma pegados con cinta
aislante. Casi seguro, los mismos expertos que obligaron a personal no
cualificado a prepararse para una emergencia infecciosa de nivel 4 en un
cursillo de veinte minutos. Muy posiblemente, los mismos expertos que
dieron de alta a la enfermera preocupada por un posible contagio, le
dijeron que no importaban unas cuantas décimas de fiebre, que todavía no
alcanzaba el límite marcado por el protocolo, que disfrutara de las
vacaciones y tosiera por ahí todo lo posible. Los mismos bartolos que,
al declararse la enfermedad, aislaron a la enferma con un par de sábanas
y un par de cojones.
Qué quieren que les diga. Sé de sobra que vivimos en el país de
Millán Astray, aquel militar hecho de retales que gritó en una
universidad: “¡Abajo la inteligencia, viva la muerte!” Conozco también
aquel principio metodológico según el cual nunca hay que subestimar la
estupidez como móvil supremo, pero de verdad creo que es muy difícil
achacar tal encadenamiento de imprudencias criminales únicamente a la
sandez y a la incuria proverbial de nuestros dirigentes de dos patas.
Uno empieza a sospechar muy en serio si detrás de todo esto no habrá un
plan maquiavélico para terminar de desmontar la Sanidad pública, una
estrategia para acabar de una vez con el paro, una conjura de los
Illuminati, el sexto misterio de Fátima o el preludio del apocalipsis
diseñado por el ecologista radical Eric Pianka, aquel médico texano que
propuso regenerar el planeta exterminando al noventa por ciento de la población mundial mediante
la propagación del virus del ébola. Uno ya no sabe qué pensar o si lo
mejor será no pensar nada, no hacer nada, imitar a Millán Astray y sus
herederos y pegarle un tiro al primer perro que pase.
No nos asusta el ébola porque para gobernar le dimos la mayoría absoluta al cáncer.
FUENTE: publico.es
Punto de fisión
David Torres
08 oct 2014
Pero... ¿no habría sido más lógico aislar al perro y estudiarlo, en vez de matarlo?
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