Esa bandera que aparece clavada en una playa de cayados (bien podría ser una de las muchas de ese tipo que existen en Canarias) es la que nos arrebataron por la fuerza de las armas. La bandera legalmente adoptada por la II República Española, refrendada por el voto mayoritario de los ciudadanos en unas elecciones libres y democráticas. Y es ella, y no otra, la que muchos llevamos en el corazón, porque aunque la enseña nacional vuelva a ser aquélla de origen marinero, que instauró Carlos III allá por 1785 como identificativa de la monarquía española; para gran parte de la población estará indefectiblemente unida al régimen franquista. No en vano, siempre ha sido símbolo de identidad de la extrema derecha: la sacan a la calle y la ondean como si les perteneciera sólo a ellos. Es por eso que, parte de la ciudadanía, no se siente identificada con la actual bandera rojigualda.
