Hubo un tiempo, entre la I República (1873) y la Guerra Civil (1936/39), en que el anarquismo –y sobre todo el anarcosindicalismo– eran corrientes políticas con un gran respaldo popular en España. Por entonces, la creciente industrialización y la floreciente conciencia crítica de muchas personas chocaba frontalmente con las actuaciones conservadoras de las altas esferas del poder político, económico y religioso. El trabajador, maniatado socialmente, despertaba a su condición de clase, y las nuevas ideas se difundían a través de libros, de charlas, de panfletos o, simplemente, del boca a boca.
El mundo no tenía por qué ser tal cual lo querían los poderosos, había nacido una nueva forma de entender la sociedad: el anarquismo. Según escribe el profesor de Ciencia Política Carlos Taibo en su obra Repensar la anarquía. Acción directa, autogestión y autonomía (Los Libros de la Catarata, 2013), los elementos principales del cuerpo doctrinal del anarquismo eran (son) los siguientes: “el rechazo de todas las formas de autoridad y explotación, y entre ellas las que se articulan alrededor del capital y del Estado, la defensa de sociedades asentadas en la igualdad y la libertad, y la postulación, de resultas, de la libre asociación desde abajo”.
Pero sobre todo, desde el principio, dada las numerosas corrientes dentro del propio movimiento, era más fácil definir a los anarquistas desde todo aquello que rechazaban, como enumera Taibo: “el Estado, el capitalismo, la desigualdad, la sociedad patriarcal, la guerra, el militarismo, la represión en todos los órdenes, la autoridad”.
¿El renacimiento?
Considerados los padres del pensamiento anarquista
Lejos siquiera de acercarse a algo parecido a la ansiada Utopía libertaria, y pese a que el anarcosindicalismo llegó a ser un movimiento de masas en España –un hecho excepcional en toda Europa–, la llegada de la Guerra Civil primero, y de la dictadura franquista después, sepultaron de golpe al anarquismo en la clandestinidad y el exilio. Lo peor fue que, en contra de lo que muchos pensaban, a la muerte del dictador el ideario libertario no encontró un hueco social relevante en la nueva democracia, ‘malviviendo’ durante dos largas décadas gracias a la constancia de unos grupos más o menos marginales que han mantenido viva la llama anarquista.
Pero el siglo XXI y la debacle del sistema capitalista han devuelto a la actualidad todas aquellas ideas que enarbolaban la libertad del ser humano, su capacidad de autogestionarse o de decidir sobre su propia existencia. Así explica la historiadora Laura Vicente, en su Historia del Anarquismo en España (Los Libros de la Catarata, 2014) esta última evolución: “(el anarquismo) se infiltró por las grietas de la sociedad del bienestar y emergió, y emerge, con formas nuevas en la actualidad. Si quedará solo en eso, en materia primigenia que emerge aquí o allá, o conseguirá reinventarse a sí mismo, es cosa del futuro”.
FUENTE: numerosrojos.com
Texto: David Losa
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