35 AÑOS DEL "SÍNDROME DEL ACEITE DE COLZA",
UNA MENTIRA DELIBERADA Y UN CRIMEN DE ESTADO
"Cuando oigo la palabra científico me da alergia, cuando oigo la palabra “experto”
me entran escalofríos ... La ciencia es muy bella, pero es corruptible"
Palabras de María Jesús Clavera,
doctora integrante de la Comisión oficial Epidemiológica del síndrome de la colza
En el mes de mayo de 1981 una enfermedad desconocida y devastadora se propagó de forma simultánea en un grupo de provincias localizadas del Estado español (en el centro, norte y noroeste del país), afectando a miles de personas. Las autoridades sanitarias se apresuraron a calificar la epidemia, en un primer momento, de “neumonía atípica” transmisible por vía aérea. Se trataba de una cortina de humo de primera mano para ocultar lo que ya sabían desde un primer momento, pero se trataba de ir fabricando una mentira disparatada y sin base científica alguna con pistas falsas ya que, posteriormente, se inventaron el bulo que hizo especial fortuna y que propagaron los medios corporativos a su servicio: es decir el llamado “síndrome tóxico” debido a un aceite de colza “desnaturalizado”. El gobierno de entonces, de la UCD (plagado de ex falangistas), a través de su Ministro de Sanidad, el inenarrable Jesús Sancho Rof, el del “bichito”, decidió que la enfermedad epidémica debía llamarse “síndrome tóxico debido al aceite de colza desnaturalizado”, fundamentando esta, a la postre, ridícula e inverosímil teoría en que la intoxicación masiva había sido originada por un compuesto químico denominado anilina utilizada para hacer posible que aceite industrial de colza fuese apto para el consumo humano. La distribución y venta del aceite se había hecho a través de vendedores ambulantes en diversas partes de la geografía española, fundamentalmente en los barrios de las ciudades, aunque también en algunos pueblos.
El área de expansión de la enfermedad no coincide en modo alguno con el de la distribución y venta del aceite de colza |
El doctor Muro, incómodo contradictor de la verdad oficial |
En el mismo sentido que el doctor Muro, otros dos doctores (Francisco Javier Martínez Ruiz y María Jesús Clavera), evaluaron la hipótesis de trabajo de Muro como cierta, descartando totalmente la versión oficial del aceite de colza desnaturalizado como causante de la epidemia masiva, en primer lugar en base a que «hemos examinado preliminarmente las investigaciones epidemiológicas experimentales y terapéuticas realizadas por este doctor, y nos parecen extraordinariamente verosímiles y dignas de ser comprobadas a fondo» y, en segundo lugar, negando, con estadísticas concluyentes, que la curva de afectados hubiera decrecido tras la prohibición de la venta de aceite ambulante, en junio de 1981, sino que ese descenso se produjo un mes antes de la prohibición. Además, ambos doctores remarcaban que «Los circuitos de distribución del aceite «sospechoso» no coinciden con la extensión geográfica de la epidemia, como dijo la OMS. Después de ocho meses de investigación podemos afirmar que es rotundamente falso. Y la última afirmación acerca de que el estudio sobre nueve casos control prueban la asociación familiar individual y la dosis-efecto, consecuencia del aceite, con la aparición de enfermos, es también falsa. Después de examinar seis casos control, que hemos podido conseguir, constatamos únicamente una asociación familiar no causal, eso hay que subrayarlo, y espúrea, (engañosa)». [esta última palabra está mal escrita puesto que lo correcto es decir “espuria”]
Los doctores Martínez Ruíz y Clavera, quienes calificaron la versión oficial de "fraude criminal" |
Concentración de víctimas del síndrome tóxico en el Palacio de los Deportes de Madrid (1983) |
Aunque no todo el “oficialismo” estaba en contra del informe Muro, puesto que incluso el entonces Delegado de Salud de Madrid (equivalente hoy al Consejero de Salud de la Comunidad), Antonio Urbistondo, afirmaba contundentemente, y así lo señalaba ELPAIS, que “el trabajo epidemiológico del doctor Muro es muy grande, no sólo en cantidad, sino en calidad, sin ser menor su estudio clínico”. El articulista de ELPAIS salía, de alguna forma, en defensa de la teoría de Muro cuando dejaba en evidencia los “análisis” del Instituto Nacional de Toxicología (INT): Al margen de estos informes, y previamente a los mismos, el doctor Muro practicó una serie de trabajos a los que tampoco se prestó apoyo. Cabe destacar, entre otros, dice el periodista, sus primeros análisis en laboratorio con el producto presuntamente causante de la intoxicación, que demuestran el error de la reciente afirmación del doctor Angel Pestaña, coordinador de las investigaciones del CSIC en este tema, sobre el resultado negativo de las pruebas realizadas por el Instituto Nacional de Toxicología a petición del doctor Muro. “A los cobayas que les dieron tomate no les pasó nada”, ha dicho el doctor Pestaña. Pero el resultado fue positivo, pues a los cobayas que les dieron tomate no les pasó nada, en efecto, porque eran tomates normales. Sin embargo, murieron dos cobayas aunque este dato no lo debía conocer Pestaña. El propio doctor Muro propuso al INT una prueba doble ciego utilizando cobayas de laboratorio alimentados con tomates y pimientos tóxicos que resultó positiva a favor de su teoría del envenenamiento, aunque no se realizó el debido estudio anatomopatológico.
El doctor Sánchez Monge, cuyo tratamiento hubiera podido salvar a muchos afectados de no haberlo silenciado las autoridades |
Pero los orígenes y la secuencia del crimen son indubitados y resultaron ser, finalmente, excepto para la versión oficial, una concatenación de hechos entre dos partes diferenciadas en el tiempo pero relacionadas entre sí, que apuntaban a algo más sórdido y criminal. Según la información publicada en el site NODO50 En los primeros meses del año 1981 se difundieron rumores procedentes de la base militar de utilización conjunta situada en la localidad madrileña de Torrejón de Ardoz, acerca de que varios militares americanos habían sido afectados de una presunta “legionella”, siendo algunos de ellos evacuados en aviones-hospitales a EE.UU., y otros a la base norteamericana de Wiesbaden. En su edición del 26 de mayo de 1981, el periódico “El País” reportó que, según datos facilitados por la Dirección General de la Salud Pública, 105 enfermos habían ingresado por “neumonía atípica” en el Hospital General del Aire, 7 más en el Hospital Militar del Generalísimo, y otros 19 en el Hospital Militar Gómez Ulla.
Esta sería la primera parte del mal llamado “síndrome tóxico” o primera onda epidémica. Según esta versión la primera señal epidémica fue fortuita y muy localizada en la misma base militar de Torrejón de Ardoz y sus aledaños. Aunque se trata de una teoría que podría resultar especulativa, no lo es tanto en atención a las circunstancias políticas de aquel momento ya que el hecho de que tal evento (la contaminación por el “síndrome tóxico”) se produjese en una base militar norteamericana, cuando España era candidata a integrarse en la OTAN y con una opinión pública que era muy desfavorable al ingreso de España en la Alianza Atlántica, hizo temer al establishment español que trabajaba para la CIA que tal hecho pudiera provocar un rechazo masivo en la población al ingreso en la estructura militar occidental gobernada por EEUU.
Aeropuerto de la base estadounidense de Torrejón de Ardoz
Para dar forma a la conspiración y evitar la contingencia anteriormente señalada, afirman en NODO (y, también, Alfredo Grimaldos en su libro La CIA en España) que se hizo imperioso crear deliberadamente otra onda epidémica que comprometiera a más zonas de la geografía humana del país, para lo cual y con la misma intencionalidad, se inventó una supuesta causa del “síndrome tóxico” arbitrariamente atribuida a unas inocuas anilinas, con las que se había venido reconvirtiendo al consumo humano aceite de colza para uso industrial desde hacía tiempo y no había pasado nada. Esta segunda epidemia no consistió ya en la muy localizada y accidental propagación de un gas tóxico de la variedad militar organofosforada sobre Torrejón de Ardoz, sino en la deliberada contaminación de cierta especie de frutos (tomates) con ese mismo compuesto, durante su proceso de crecimiento y maduración en la mata, para luego comprarlos y finalmente distribuirlos en esa misma localidad y otras ciudades de España —convenientemente elegidas— con destino al consumo letal previsto. Se buscó así dispersar la atención de la opinión pública para evitar que Torrejón de Ardoz apareciera como el único escenario de la epidemia y la base de utilización conjunta como su foco de su irradiación. […] Esta segunda epidemia criminal deliberadamente inducida, tuvo como causa material el mismo agente nematicida organofosforado que se inició a mediados de abril y comenzó a remitir en la segunda quincena de mayo. Pero el vehículo no fue la atmósfera, sino una partida de tomates contaminados cultivados en la localidad almeriense de Roquetas de Mar.
La secuencia de hechos, pues, del segundo acto de esta empresa criminal (el consumo de tomates contaminados) habría tenido su origen en un invernadero almeriense en el que Sólo bastaba vigilar discretamente al agricultor y su invernadero para saber cuándo iba a recolectar el fruto y llevarlo a la alhóndiga [lonja o mercado] Agrupamar, donde tendría lugar su venta en pública subasta mezclado con el de otros agricultores, por lo que las unidades envenenadas aparecerían confundidas de manera aleatoria con otras perfectamente normales. Alguien en la subasta (el dinero se esparcía a manos llenas al servicio del criminal objetivo) pujó hasta donde resultó necesario para adjudicarse el fruto, que seguidamente sería vendido en Torrejón, las localidades cercanas —Alcalá de Henares y Guadalajara, entre otras—, y algunos mercadillos en el cinturón industrial de Madrid, lo que continuó por pueblos y ciudades al norte y noroeste de la capital, hasta llegar a Santander y Galicia, sin olvidar el empleo de otras pequeñas partidas en el Sur y en Levante (los destinatarios fueron, como así sucedió en su mayoría, personas de extracción humilde). Torrejón de Ardoz dejó así de ser el punto exclusivo en el origen de la enfermedad. Es más, la venta de tomates envenenados tuvo que producirse, y esto es decisivo en toda la trama criminal, según el doctor Javier Martínez Ruiz, coordinadamente con la venta ambulante del aceite de colza para que, de este modo, la coartada genocida fuera más creíble y efectiva. Los perpetradores debían saber de ello (la distribución del aceite) con carácter previo, o bien, impulsaron ellos mismos el reparto del aceite falsamente tóxico.
Las sospechas sobre todas estas labores de “espionaje agrícola” y posterior ejecución material del envenenamiento sólo pudieron recaer en quienes tenían interés oficial en ocultar el crimen. Muy posiblemente, los conspiradores estaban donde tenían que estar: presuntamente, en las cloacas del Estado a través de los servicios de inteligencia (españoles o extranjeros), profesionales muy expertos en realizar montajes propagandísticos, golpes de Estado (se había producido meses antes de la aparición de la “colza” la opereta golpista del 23-F, ideada y ejecutada por el CESID-CNI), plantar pistas falsas, crear encerronas, ejecutar falsas banderas y otras operaciones clandestinas con hedor a delitos de Estado.
FUENTE: https://uraniaenberlin.com
¡Ah!... Una puntualización:
El amigo Andreas Fáber-Kaiser, autor de "Pacto de silencio" y de otros muchos libros de denuncia e investigación, falleció en 1994, a los 49 años de edad, víctima del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH o SIDA), sin llegar a poder explicarse jamás a si mismo, cómo lo había contraído; al igual que otros investigadores y médicos que, intentando esclarecer el origen del "Síndrome tóxico", murieron o padecieron súbitas y extrañas enfermedades.
Piensen mal y, posiblemente, acertarán.
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