De Krahe, casi lo primero que le viene a la cabeza a uno es una ausencia: la de la censura que sufrió en febrero de 1986, en un concierto televisado junto a Joaquín Sabina donde de inmediato apagaron las cámaras apenas empezó a cantar “Cuervo ingenuo”, la canción con la que ridiculizaba la traición brutal del felipismo en el referéndum de la OTAN. No era cosa fácil rimar OTAN, pero a él las rimas parecían caerle encima según le pegaba una patada al diccionario: “OTAN” con “votan”; “confeti”con “yeti”; “Jesús” con “repelús”.
Pero de ingenuo no tenía nada, y de cuervo sólo el apellido, que sonaba a graznido agorero, a onomatopeya nocturna, Krahe, Krahe, como si advirtiera ya desde la firma que lo suyo no era la potencia melódica ni la belleza de la voz, dos fallas muy comunes en el gremio de los cantautores. Más que cantar, recitaba, seguro de que sus versos iban a sobrevivir una noche más, y además cultivaba su escasa e irónica voz a base de puritos que no tenía el menor empacho en encender y fumar en mitad de un concierto. El humo del tabaco era, también, otra forma de esconderse para alguien que, según confesión propia, nunca le gustó trabajar y consideraba el trabajo una maldición bíblica. “La única vez que trabajé cinco meses seguidos fue en una librería y me echaron por leer” dijo una vez en una entrevista. Aun así, en las giras largas, llegaba a dar unos sesenta o setenta conciertos al año, excepto el verano, en que se tomaba vacaciones mientras sus demás colegas iban de bolo en bolo.
Una vez me lo tropecé de frente en la calle del Pez, justo una semana después de que hubiera publicado una semblanza suya en el suplemento M2 de El Mundo, una pintura de cuerpo entero que acabó metida en mi libro Bellas y bestias. Me atreví a detenerlo un momento para darle las gracias por sus canciones y también para preguntarle si le había gustado el retrato que le había hecho. “Pues no, no mucho. Había demasiadas imágenes religiosas”. Era verdad, pero es que yo a Krahe siempre lo he visto como un santón o un profeta bíblico, un Simón desértico tronando las verdades del barquero subido a lo alto de una columna de música.
En aquel retrato también decía que tenía “una cabeza intensa y hebraica, como esculpida por Rodin un día que se hubiera quedado sin arcilla”, “una cara enérgica pero pasada de moda, una efigie de revolucionario troskista impresa en una póliza”. Pero él, que por aquellos años ya estaba embarcado en un absurdo juicio por su receta del Cristo al horno, se quedó con aquellas líneas en que yo decía: “en pelota picada parecería un Cristo desenclavado, un Cristo cincuentón, canoso, cadavérico, que llevase milenios de retraso vagando por la tierra, empeñado en los trámites de la resurrección y ya dudase mucho del ascenso”. Al final, sin embargo, entre tantas connotaciones religiosas, aparecía la figura de don Quijote, con el que Krahe tenía un aire de familia: un caballero flaco y nada ascético cabalgando verso en ristre contra los arduos molinos del desamor, la tristeza, la hipocresía, la estupidez y la política.
Ojalá le diera por resucitar. Y yo allí con mi libro como un gilipollas.
FUENTE: publico.es
Punto de Fisión
David Torres
13/07/2015
Hoy haré sonar, a toda pastilla, a través de los "parlantes" del pc, aquel tema: "Cuervo ingenuo" con el que denunciaba cómo el PSOE nos vaciló a todos los ciudadanos, con la argucia semántica de "OTAN, DE ENTRADA NO" (una frase con doble sentido) que, al llegar al gobierno, cambiaron por el rotundo "OTAN NO" de cuando estaban en la oposición.
¡Va por ti, Jorge!
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