Es el producto de la implosión de una derecha sociológica atemorizada por los cambios culturales del siglo XXI. Y, también, de un apoliticismo transversal que aglutina una multiplicidad de malestares frente a la hegemonía intelectual de la izquierda. La suma de ambos vectores desemboca en una épica de combate ideológica que busca obsesivamente el orden moral y la unidad política.
Estamos, por tanto, ante un fenómeno que va más allá del populismo. No hay que olvidar que este quiere reconstruir la democracia haciéndola plebeya, minorando el peso formal de la legalidad y reduciendo la institucionalidad mediante el fortalecimiento del liderazgo. En realidad, el populismo no cuestiona la democracia, sino que quiere maximizarla mórbidamente y reducir el peso del liberalismo en su legitimación.
Vox, como el Frente Nacional, el Partido de la Libertad, Amanecer Dorado, Alternativa para Alemania, la Liga Norte y tantos otros movimientos surgidos en los últimos años en Europa, va mucho más allá del populismo. Defiende una democracia arcaica y antiliberal. Invoca un comunitarismo sentimental que funda en una idea absoluta de nación-Estado. Y quiere, para ello, brutalizar la política democrática.
Anularla mediante el silenciamiento de la alteridad y la tolerancia, conceptos que desprecia porque debilitan la dialéctica amigo-enemigo sobre la que quiere refundar una política desnuda de complejos liberales y socialdemócratas. El objetivo es preservar el orden político y moral de la comunidad. Lo demás, la democracia, el liberalismo o los derechos, es lo de menos, pues reviste una instrumentalidad que puede ser excepcionada si el orden se ve amenazado.
Anularla mediante el silenciamiento de la alteridad y la tolerancia, conceptos que desprecia porque debilitan la dialéctica amigo-enemigo sobre la que quiere refundar una política desnuda de complejos liberales y socialdemócratas. El objetivo es preservar el orden político y moral de la comunidad. Lo demás, la democracia, el liberalismo o los derechos, es lo de menos, pues reviste una instrumentalidad que puede ser excepcionada si el orden se ve amenazado.
A la extrema derecha, la democracia y el liberalismo,
pero sobre todo los derechos, les importan un huevo
pero sobre todo los derechos, les importan un huevo
Su arcaísmo radica en desterrar la racionalidad política weberiana por su asepsia ideológica y su frialdad sin testosterona. Reclama un lenguaje desprejuiciado que combata el respeto al otro porque no merece ni siquiera su tolerancia. De ahí su brutalidad política, expresión que acuñó George L. Mosse, y que podríamos equiparar a una empatía cero que impide el pacto o el consenso por principio. Si la otredad es inaceptable moralmente, entonces, al otro sólo se le puede someter al negarle su legitimidad para ser un interlocutor con el que negociar. Y es que el objetivo final es preservar el poder indiviso sobre el que pivota la comunidad.
Un poder unitario, que no nace de pactos ni consensos. Surge de la historia. No se instrumenta en derechos, sino que es derecho y gira alrededor de mitos patriarcales que ensalzan las creencias, la autoridad, la familia o la propiedad.
Como la mesa de la imagen, el fascismo se sustenta sobre tres patas:
autoridad, familia y propiedad
Cuando hablamos de Vox y de sus homólogos europeos estamos ante una respuesta agresiva y reactiva frente a un estado de cosas que provoca la posmodernidad y sus imágenes de pluralismo, heterodoxia, fragmentación y relativismo. Una apelación a la restauración del orden roto mediante el combate de lo que cuestiona o fragmenta la totalidad. Estaríamos ante la respuesta de una identidad amenazada alrededor de un comunitarismo radicalizado por culpa de una democracia liberal transformada en racionalidad instrumental.
Hablamos de una especie de ontología fanática que hurga en el inconsciente colectivo para resucitar mitos como la conquista de Granada, la hispanidad, la reconquista o la expulsión de los judíos y moriscos, y con los que se invoca una Arcadia nacional deformada por agentes nocivos que han corroído las esencias de lo añorado. Mitos que replican sus socios europeos y que invocan una idea histórica de Europa, blanca y cristiana, enfrentada al nihilismo, al igualitarismo, al islam y a las amenazas orientales o africanas que asedian la civilización europea. En fin, una idea que piensa que la eternidad y sus mitos están de su lado.
Vox y los otros partidos europeos que sintonizan con él responden a un común denominador: el colapso de una derecha que ha mutado en un fenómeno ideológico que retrotrae su ADN a un siglo atrás. A 1919 y a esa Konservative Revolution alemana que desestabilizó la trayectoria de la república de Weimar desde sus comienzos.
La mayoría de las formaciones de extrema derecha europeas beben de sus fuentes a partir de las coordenadas de la Nouvelle Droite (Nueva Derecha) impulsada por intelectuales como Alain de eBenoist o Armin Mohler
Cien años después, una nueva revolución conservadora se está gestando en el continente. Arranca con una batalla del lenguaje que adopta un estilo sin complejos, basado en mitos que prescinden de cualquier diferencia entre lo verdadero y lo falso. Un lenguaje militarizado con el estruendo de un bombardeo de insultos, emociones y metáforas que destruyen el respeto y la educación para quebrar el espinazo analítico del interlocutor, conectando directamente con la verborrea völkisch que alimentó la base social de la Konservative Revolution.
Y todo ello, al servicio de una refundación orgánica del poder que ideologiza su experiencia y la proyecta violentamente sobre el causante de su decadencia moral: ese moderantismo que, con su relativismo y su nihilismo, habría traicionado a la nación, neutralizándola y apuñalándola por la espalda con su tecnicismo y racionalismo legal. Cien años después, un fascismo posmoderno inicia su andadura en busca de una nueva eternidad. Esa es la diferencia con el populismo y la urgencia de ponerlo en evidencia.
Konservative Revolution
Spengler, Von Salomon, Moeller van der Bruck, Jünger y Heidgger,
fueron los teóricos de dicho movimiento
En enero de 1919, Alemania estrenaba gobierno. Socialdemócratas, centristas y liberales formaron la coalición de Weimar con el fin de construir una democracia liberal a partir del consenso y las reformas. Aquella búsqueda de centralidad y moderación encontró su mayor enemigo en la Konservative Revolution que defendían pensadores como Spengler, Von Salomon, Moeller van den Bruck, Benn, Jünger o Heidegger, entre otros.
Uno de ellos la describió como “el retorno al respeto de las leyes y valores elementales sin los que el individuo es alienado de la naturaleza y de Dios al ser incapaz de establecer un orden verdadero. Frente a la igualdad, la persona; frente al socialismo, una sociedad jerarquizada; frente a la selección mecánica, el liderazgo orgánico; frente a la burocracia, el poder genuino; frente a las masas, los derechos de la nación”. En 1934 había sido deglutida por el nazismo, y la república de Weimar, también.
FUENTE: lavanguardia.com
José María Lassalle
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