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25/1/19

VOX O LA BRUTALIDAD POLÍTICA

Lo llaman populismo y no lo es. Vox es otra cosa.


Es el producto de la implosión de una derecha sociológica atemorizada por los cambios culturales del siglo XXI. Y, también, de un apoliticismo transversal que aglutina una multiplicidad de malestares frente a la hegemonía intelectual de la izquierda. La suma de ambos vectores desemboca en una épica de combate ideológica que busca obsesivamente el orden moral y la unidad política.

Estamos, por tanto, ante un fenómeno que va más allá del populismo. No hay que olvidar que este quiere reconstruir la democracia haciéndola plebeya, minorando el peso formal de la legalidad y reduciendo la institucionalidad mediante el fortalecimiento del liderazgo. En realidad, el populismo no cuestiona la democracia, sino que quiere maximizarla mórbidamente y reducir el peso del liberalismo en su legitimación.


Vox, como el Frente Nacional, el Partido de la Libertad, Amanecer Dorado, Alternativa para Alemania, la Liga Norte y tantos otros movimientos surgidos en los últimos años en Europa, va mucho más allá del populismo. Defiende una democracia arcaica y antiliberal. Invoca un comunitarismo sentimental que funda en una idea absoluta de nación-Estado. Y quiere, para ello, brutalizar la política democrática.

Anularla mediante el silenciamiento de la alteridad y la tolerancia, conceptos que desprecia porque debilitan la dialéctica amigo-enemigo sobre la que quiere refundar una política desnuda de complejos liberales y socialdemócratas. El objetivo es preservar el orden político y moral de la comunidad. Lo demás, la democracia, el liberalismo o los derechos, es lo de menos, pues reviste una instrumentalidad que puede ser excepcionada si el orden se ve amenazado.

A la extrema derecha, la democracia y el liberalismo,
pero sobre todo los derechos, les importan un huevo

Su arcaísmo radica en desterrar la racionalidad política weberiana por su asepsia ideológica y su frialdad sin testosterona. Reclama un lenguaje desprejuiciado que combata el respeto al otro porque no merece ni siquiera su tolerancia. De ahí su brutalidad política, expresión que acuñó George L. Mosse, y que podríamos equiparar a una empatía cero que impide el pacto o el consenso por principio. Si la otredad es inaceptable moralmente, entonces, al otro sólo se le puede someter al negarle su legitimidad para ser un interlocutor con el que negociar. Y es que el objetivo final es preservar el poder indiviso sobre el que pivota la comunidad.

Un poder unitario, que no nace de pactos ni consensos. Surge de la historia. No se instrumenta en derechos, sino que es derecho y gira alrededor de mitos patriarcales que ensalzan las creencias, la autoridad, la familia o la propiedad.

Como la mesa de la imagen, el fascismo se sustenta sobre tres patas:
autoridad, familia y propiedad

Cuando hablamos de Vox y de sus homólogos europeos estamos ante una respuesta agresiva y reactiva frente a un estado de cosas que provoca la posmodernidad y sus imágenes de pluralismo, heterodoxia, fragmentación y relativismo. Una apelación a la restauración del orden roto mediante el combate de lo que cuestiona o fragmenta la totalidad. Estaríamos ante la respuesta de una identidad amenazada alrededor de un comunitarismo radicalizado por culpa de una democracia liberal transformada en racionalidad instrumental.

Hablamos de una especie de ontología fanática que hurga en el inconsciente colectivo para resucitar mitos como la conquista de Granada, la hispanidad, la reconquista o la expulsión de los judíos y moriscos, y con los que se invoca una Arcadia nacional deformada por agentes nocivos que han corroído las esencias de lo añorado. Mitos que replican sus socios europeos y que invocan una idea histórica de Europa, blanca y cristiana, enfrentada al nihilismo, al igualitarismo, al islam y a las amenazas orientales o africanas que asedian la civilización europea. En fin, una idea que piensa que la eternidad y sus mitos están de su lado.


Vox y los otros partidos europeos que sintonizan con él responden a un común denominador: el colapso de una derecha que ha mutado en un fenómeno ideológico que retrotrae su ADN a un siglo atrás. A 1919 y a esa Konservative Revolution alemana que desestabilizó la trayectoria de la república de Weimar desde sus comienzos. 

La mayoría de las formaciones de extrema derecha europeas beben de sus fuentes a partir de las coordenadas de la Nouvelle Droite (Nueva Derecha) impulsada por intelectuales como Alain de eBenoist o Armin Mohler


Sus ideas cobraron forma en 1968 a través del Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne. Lo hicieron con el propósito de influir en la derecha europea y desarrollar una batalla cultural que la rearmara ideológicamente contra la hegemonía intelectual del liberalismo decadente de la posguerra y de la izquierda, marxista o no. Un rearme ideológico que se ha mantenido latente durante varias décadas, pero que ha encontrado su oportunidad a partir de la crisis económica del 2008 y la quiebra de los reaseguros sociales y culturales que han desestabilizado la viabilidad de la democracia liberal en toda Europa.

Cien años después, una nueva revolución conservadora se está gestando en el continente. Arranca con una batalla del lenguaje que adopta un estilo sin complejos, basado en mitos que prescinden de cualquier diferencia entre lo verdadero y lo falso. Un lenguaje militarizado con el estruendo de un bombardeo de insultos, emociones y metáforas que destruyen el respeto y la educación para quebrar el espinazo analítico del interlocutor, conectando directamente con la verborrea völkisch que alimentó la base social de la Konservative Revolution.


Y todo ello, al servicio de una refundación orgánica del poder que ideologiza su experiencia y la proyecta violentamente sobre el causante de su decadencia moral: ese moderantismo que, con su relativismo y su nihilismo, habría traicionado a la nación, neutralizándola y apuñalándola por la espalda con su tecnicismo y racionalismo legal. Cien años después, un fascismo posmoderno inicia su andadura en busca de una nueva eternidad. Esa es la diferencia con el populismo y la urgencia de ponerlo en evidencia.

Konservative Revolution

Spengler, Von Salomon, Moeller van der Bruck, Jünger y Heidgger,
fueron los teóricos de dicho movimiento

En enero de 1919, Alemania estrenaba gobierno. Socialdemócratas, centristas y liberales formaron la coalición de Weimar con el fin de construir una democracia liberal a partir del consenso y las reformas. Aquella búsqueda de centralidad y moderación encontró su mayor enemigo en la Konservative Revolution que defendían pensadores como Spengler, Von Salomon, Moeller van den Bruck, Benn, Jünger o Heidegger, entre otros.

Uno de ellos la describió como “el retorno al respeto de las leyes y valores elementales sin los que el individuo es alienado de la naturaleza y de Dios al ser incapaz de establecer un orden verdadero. Frente a la igualdad, la persona; frente al socialismo, una sociedad jerarquizada; frente a la selección mecánica, el liderazgo orgánico; frente a la burocracia, el poder genuino; frente a las masas, los derechos de la nación”. En 1934 había sido deglutida por el nazismo, y la república de Weimar, también.


FUENTE: lavanguardia.com
José María Lassalle 

11/2/17

SIETE MITOS SOBRE LA POLICÍA

Policía en todas partes, justicia en ninguna


Los que masacraron a cientos de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, los que asesinaron a Carlo Giuliani en Italia, a Amadou Diallo en Estados Unidos, a Nicolás Neira en Colombia, a Lucrecia Pérez en España y a Claudia López en Chile, justo después del “retorno de la democracia.” Los que rompieron las manos de Víctor Jara en Chile, y el cráneo de Steve Biko en Sudáfrica, los que hicieron desaparecer disidentes desde Argentina hasta Zaire, los que sirvieron a Josef Stalin, quienes reforzaron y refuerzan el apartheid en Sudáfrica y Palestina, y la segregación racial en Estados Unidos. Quienes interrogaron a las Panteras Negras y a los sacerdotes de la teología de la liberación, quienes llevaron registros de 16 millones de personas en Alemania Oriental, quienes nos controlan con cámaras de vigilancia e intervenciones telefónicas, quienes disparan el gas lacrimógeno y las balas de goma cuando las manifestaciones se les escapan de las manos, quienes defienden a los patrones en cada huelga. Quienes se plantan entre una persona con hambre y estanterías llenas de comida, entre una persona sin techo y edificios que permanecen vacíos, entre cada inmigrante y su familia.

En todos los países, en todas las épocas, nos dicen que son indispensables, que sin ustedes nos estaríamos matando entre todxs.


Siete mitos:

1.La policía ejerce autoridad legítima.


Lxs policías promedio no son expertxs en leyes; probablemente conocen los protocolos generales, pero saben muy poco de las leyes en sí. Esto significa que su aplicación implica una gran cantidad de engaños, improvisación y deshonestidad. La policía miente con frecuencia: “Recibí un reporte de que alguien con su descripción estaba cometiendo un crimen por aquí. ¿Quisiera mostrarme su identificación?”


Con esto tampoco queremos decir que debamos aceptar como legítimas las leyes, sin pensarlo. El sistema judicial entero protege los privilegios de las personas con más dinero y poder. Obedecer las leyes no es siempre lo moralmente correcto, incluso podría ser inmoral. La esclavitud era legal, ayudar a esclavxs que escapaban, ilegal. Los Nazis llegaron al poder en Alemania por medio de elecciones democráticas, y leyes aprobadas a través de los canales prescritos. Habríamos de aspirar a la fuerza de la conciencia para hacer lo que sabemos es mejor, sin importar las leyes o la intimidación policial. Protegiéndote y sirviéndote, hasta romperte la cabeza.

2.Lxs policías son trabajadorxs como nosotrxs; deberían ser nuestrxs aliadxs

Desafortunadamente, hay una gran diferencia entre lo que “es” y lo que “debería ser”. El papel de la policía es el de servir a los intereses de la clase dirigente; cualquiera que no haya tenido una mala experiencia con ellxs, probablemente sea privilegiadx, sumisx, o ambxs.

Lxs oficiales de policía de hoy saben exactamente en que se están metiendo cuando ingresan a esa institución. Las personas uniformadas no solo bajan gatos de árboles. Sí, muchxs toman el trabajo por presión económica, pero necesitar un cheque de paga no es excusa para desalojar familias, acosar jóvenes de color, o atacar a manifestantes con gas lacrimógeno. Quienes venden sus conciencias son enemigos potenciales para cualquiera, no aliadxs.

Este cuento de hadas es más convincente cuando se expresa en términos estratégicos: por ejemplo, “Cada revolución tiene éxito en el momento que las fuerzas armadas se niegan a luchar contra sus pares; de modo que debemos centrarnos en convencer a la policía para que se ponga de nuestro lado.”

Pero lxs policías no son trabajadorxs cualquiera; son quienes escogieron basar su subsistencia en la defensa del orden predominante, así que son lxs menos propensxs a aliarse con quienes quieren cambiarlo. En este contexto, tiene más sentido oponerse a la policía, que buscar su solidaridad. Mientras sirvan a sus amos, no pueden ser nuestrxs aliadxs; denunciando a la institución policial y desmoralizando agentes de forma individual, les animamos a buscar otros medios de subsistencia, para que algún día podamos encontrar una causa común con ellxs.

3. Tal vez haya manzanas podridas, pero algunxs agentes de policía son buenas personas. 

Tal vez algunxs agentes de policía tengan buenas intenciones, pero una vez más, en la medida en que prevalezca obedecer órdenes en lugar de a sus conciencias, no se puede confiar en ellxs. Es importante entender la naturaleza sistemática de las instituciones, en lugar de atribuir todas las injusticias a las deficiencias de los individuos. ¿Recuerdas la historia del hombre que, atormentado por las pulgas, logró atrapar una entre sus dedos? Él la examinó durante un largo tiempo antes de colocarla de nuevo en su cuello, de donde la había tomado. Sus amigos, confundidos, le preguntaron por qué razón lo había hecho. “Esa no era la que me estaba mordiendo”, explicó. Marionetas de la clase dominante.

4. La policía puede ganar cualquier confrontación, por lo que no debemos combatirla

Con todas sus armas, equipos y vigilancia, la policía puede parecer invencible, pero esto es una ilusión. Están limitadxs por todo tipo de restricciones invisibles, la burocracia, la opinión pública, fallas de comunicación, y un sistema judicial sobrecargado. Por ejemplo, si no tienen vehículos o instalaciones disponibles para transportar y procesar un gran número de personas, no pueden hacer arrestos masivos.

Por eso una multitud variada, armada solamente de las mismas latas de gas lacrimógeno que le dispararon, puede mantener a raya a una fuerza policial más organizada y mejor equipada; los conflictos entre la agitación social y la fuerza militar no siguen las reglas del enfrentamiento militar. Quienes han estudiado a la policía y predicen para lo que están preparados, (lo que pueden y no pueden hacer), a menudo responden con más astucia y logran superarla.

Estas pequeñas victorias son especialmente inspiradoras para quienes están bajo el yugo de la violencia policial a diario. En el inconsciente colectivo de nuestra sociedad, la policía es el último bastión de la realidad, la fuerza que asegura que las cosas sigan como están; confrontarlxs y ganar, aunque sea temporalmente, muestra que la realidad es negociable. Juntxs, somos más fuertes que ellxs

5. La policía es solo una distracción del verdadero enemigo, no merece nuestra ira ni nuestra atención

Ay, la tiranía no solo es asunto de políticxs o empresarixs; ellxs podrían perder su poder sin quienes cumplen sus órdenes. Cuando cuestionamos su dominio, también cuestionamos la sumisión que lxs mantiene en el poder, y tarde o temprano nos enfrentaremos con quienes nos someten.

Dicho esto, es cierto que la policía no es más integral a la jerarquía que las dinámicas de opresión en nuestras propias comunidades; solo es la manifestación externa de los mismos fenómenos, a mayor escala. Si combatimos la dominación en todas sus formas, en vez de especializarnos en luchar contra ciertas formas de ella, dejando otras atrás, tenemos que prepararnos para confrontarla tanto en las calles como en nuestras habitaciones; no podemos esperar ganar en un frente, sin luchar en otro. No debemos convertir los enfrentamientos con enemigxs uniformadxs en fetiche, no debemos olvidar las relaciones de poder presentes en nuestro lado, pero tampoco hemos de conformarnos solo con gestionar los detalles de nuestra propia opresión, de una manera no jerárquica.

6. Necesitamos que la policía nos proteja

Según esto, aunque podríamos aspirar a vivir en una sociedad sin policía en un futuro lejano, la necesitamos hoy, porque la gente no está dispuesta a vivir junta, pacíficamente sin actores armados. ¡Como si la desigualdad social y el miedo mantenido por la violencia policial fueran la paz! Quienes argumentan que la policía a veces hace cosas buenas, llevan la carga de probar que esas mismas cosas no podrían lograrse así de bien, por otros medios.

En todo caso, no es como si una sociedad libre de policía fuera a aparecer de repente, de la noche a la mañana, solo porque alguien escribió un graffiti que dice “Al carajo la policía” en una pared. La lucha prolongada que se necesita para liberar a nuestras comunidades de la represión policial, probablemente continúe hasta que aprendamos a convivir pacíficamente; una comunidad que no puede resolver sus propios conflictos, no puede esperar triunfar contra una fuerza de ocupación mucho más poderosa. Mientras tanto, la oposición a la policía debería ser vista como el rechazo a una de las fuentes más atroces de la violencia opresiva, no como una afirmación de que sin policía no habría violencia. Pero si alguna vez podemos derrotar y desmantelar a la policía, seguramente vamos a ser capaces de defendernos contra amenazas menos organizadas. Asume tu responsabilidad, maldito cobarde

7. Resistir a la policía es violento - no te hace mejor que ellxs

Según esto, la violencia es inherentemente una forma de dominación, y por lo tanto, incompatible con oponerse a la autoridad. Quienes emplean la violencia juegan a lo mismo que sus opresorxs, perdiendo así desde el principio.

Esto es peligrosamente simplista. ¿Es una mujer que se defiende de un violador, igual que su agresor? ¿Fueron lxs esclavxs que se rebelaron, iguales a los esclavistas? Existe la legítima defensa. En algunos casos, la violencia refuerza la desigualdad; en otros, la desafía. Para las personas que aún tienen fe en un sistema autoritario, seguir las reglas, -independientemente de si son morales o legales-, es su prioridad más alta, a cualquier precio: creen que obtendrán una recompensa por hacerlo, sin importar lo que pase con el resto. Si estas personas se autodenominan conservadoras o pacifistas no hace mayor diferencia al final. Por otro lado, para quienes asumimos responsabilidad por nosotrxs mismxs, la pregunta más importante es ¿qué necesitamos para hacer del mundo un lugar mejor? A veces esto puede incluir la violencia.

Lxs policías también son personas y merecen el mismo respeto que todos los seres vivos. El punto no es que ellxs merezcan sufrir o que debamos llevarlxs ante la justicia. El punto es que, en términos puramente pragmáticos, no debemos permitir que maltraten a la gente, ni impongan un orden social injusto. Aunque podría ser revitalizante para quienes han pasado sus vidas bajo el yugo de la opresión, contemplar finalmente un ajuste de cuentas con sus opresorxs, la liberación no es una cuestión de venganza, sino de hacer que esta sea innecesaria. Por lo tanto, aunque a veces puede ser necesario prender fuego a la policía, esto no debe hacerse con un espíritu vengativo de justicia propia, sino desde un lugar de cuidado y compasión, si bien no por la policía, al menos por quienes de algún modo podrían sufrir en sus manos.

Deslegitimar a la policía no solo es beneficioso para quienes experimentan la represión policial, sino para las familias de estxs oficiales de policía, y lxs mismxs oficiales. Lxs agentes de policía no solo tienen tasas desproporcionalmente altas de violencia doméstica y abuso infantil, también son más propensxs a ser asesinadxs, suicidarse y luchar con adicciones, que la mayoría de los sectores de la sociedad. Cualquier cosa que anime a lxs agentes de policía a dejar sus empleos, es para su bienestar, el de sus seres queridos y el de la sociedad en su conjunto. Creemos un mundo en el que nadie oprima, ni sea oprimidx, en el que nadie tenga que vivir con miedo.

“Averigua qué es a lo que cualquier persona se somete en silencio, y habrás encontrado la medida exacta de la injusticia y el mal que se le impondrá; y estos continuarán hasta que haya resistencia, ya sea con palabras, con golpes, o con ambos”.
Frederick Douglass
FUENTE: CrimethInc
07/02/2017

A ver, ciudadanos: no nos engañemos. Está claro que la policía, entre otros menesteres, cumple una función social; no cabe duda, pero, en realidad, se creo para defender los intereses de los ricos (los pobres no tenían nada que defender): un organismo disuasorio que mantuviera a raya a estos últimos para que no se atrevieran a apropiarse de los "bienes ajenos".

De hecho, hoy por hoy, los cuerpos represivos, obedeciendo siempre a la clase dirigente, nos siguen machacando igual. Fíjense, sí no, en el clamoroso asunto de los desahucios.