Cuando oigo a alguien decir que Rivera o Iglesias
ilusionan, juntos o por separado, inmediatamente traduzco al lenguaje
poético: son jóvenes. Ilusionan del mismo modo que Felipe en sus años
mozos, antes de las canas estatales, cuando venía dispuesto a cambiar el
mundo y lo único que le cambió fueron las bujías. No estoy apuntando
que Iglesias o Rivera vayan a seguir por el taller de reparaciones
felipista (de la OTAN a los consejos de administración pasando por los
GAL y Mario Conde) pero sí que tienen el mismo aire ingenuo de cuando
Felipe aún volvía la cabeza si lo llamaban Isidoro. Por aquel entonces
parecía que el poder le venía grande, pero en seguida se le quedó
pequeño.
Será porque estoy viejo, será porque siempre me ha gustado
escribir a la contra, pero debo decir que el debate tabernero de los
dos jóvenes machos de la política española no me gustó un pelo. No me
gustó el escenario, no me gustó el rollo de compadres, no me gustaron
los cortes ni el montaje (donde a la Sexta se le vio el plumero) y no me
gustó que fuesen respondiendo al unísono, como si le estuvieran
pidiendo lo mismo al camarero. “Quiero una de ración bajar los impuestos
y subir los sueldos”. “Que sean dos”. La poca seriedad degeneró en
cachondeo cuando Évole les preguntó si alguno de los dos iba a atreverse
a suprimir el Senado. Tampoco te pases, Jordi, que venimos de
regeneración, no de poda. Mejor lo arreglamos un poco y lo transformamos
en museo de cera.
Hablando de museos de cera, lo que se transparentaba
detrás de los dos líderes en alza (uno salido de la universidad, el otro
de la banca) es lo de siempre. Sin embargo, comparado con los debates
prefabricados que hemos padecido en las últimas décadas (esas
coreografías a cámara lenta, preguntas pactadas y cifras de carrerilla)
lo de Rivera e Iglesias parecía una pelea callejera. Daba miedo pensar
qué podría responderle Pedro Sánchez a Rivera aparte de enmarcarse una ceja o
Mariano Rajoy a Iglesias sin su careta de plasma. Lo que asusta a los dos
grandes dinosaurios de la política española no es tanto el cambio como
el recambio, que todo cambie para que todo siga igual. Sí, pero sin
ellos. Por eso el voto nostálgico va a resultar decisivo en diciembre.
Vuelve, a casa vuelve por Navidad.
Las emociones básicas con que han comerciado el PSOE y el
PP en sus reiterados enfrentamientos en las urnas han sido el deseo, por
una parte, y el miedo, por la otra. En ese juego freudiano entre anhelo
y temor, todo se resolvía en decepción, si ganaba el PSOE, y en terror,
si ganaba el PP. Un negocio que te cagas, como se ve. Al buhonero de
ilusiones no le queda otra que reclamar el voto para el fabricante
original mientras que el traficante de miedo lo tiene fácil: todo lo que
no sea PP es ETA. O lo que es lo mismo, izquierda. Si estará navideño
Pdro Sánnchez que ha dado la bienvenida a Irene Lozano a Ferraz sólo para
que lo dinamite desde dentro. Navideño también apareció Pablo Casado,
con una sonrisa más forzada que Jack Nicholson, desmontando al muñequito
Rivera para desenmascarar a un robot teledirigido por el Soviet
Supremo. Que ya hay que estar centrado para ver en el agente naranja una
opción de izquierdas. La Fundación FAES ha alertado del peligro que
aguarda entre el Escila de Ciudadanos y el Caribdis de Podemos: vira el
timón a la derecha, Mariano. Todo a la derecha, Mariano, que van a por
ti. El problema es que más a la derecha no hay y que Mariano no sabe, no
contesta.
FUENTE: publico.es
Punto de Fisión
David Torres - 20 oct 2015
¡A estribor, Mariano, a estribor... hasta dar contra el muelle!
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