El rey inviolable
El rey se cortó la coleta en la Plaza de Las Ventas en la Corrida de la Beneficencia, regia y secular tradición a beneficio de los pobres y de los huérfanos, la sangre derramada sobre el albero, rojo y gualda, vinillos de Jerez y de Rioja, Patria pura. No están los huesos de Su Majestad como para salir a hombros de esforzados vasallos. Los gladiadores agradecen al rey su defensa de la Fiesta mayúscula y racial, “Morituri te salutant”. Juan Carlos I no cortó trofeos esta vez para aumentar su colección de despojos cinegéticos. Ya no abatirá nada en las verdes praderas de Botswana, solitario es el camino que conduce al cementerio de elefantes, el arma en el armero y los únicos safaris posibles en la PlayStation. No ha perdido del todo sus superpoderes, su persona seguirá siendo inviolable (signifique lo que signifique tan ambiguo término, violables somos todos, y todos imputables y, llegado al caso guillotinables). En este país, o lo que sea, en el que nadie admite ni abdica sino es estrictamente necesario, en este país de indultos y aforamientos, el rey ha dado ejemplo de prudencia, que más prudente es abdicar con garantía de impunidad que arrostrar el descrédito y la desafección, ver como el índice de popularidad cae al mismo nivel que el de los ministros del gobierno menos valorado desde que hay estadísticas y que la Justicia le sigue los pasos aunque a respetuosa distancia.
Ni exilio, ni destierro, el rey padre quedará entronizado como patriarca de la familia en cuanto Antonio López termine su retrato interminable, cuya elaboración promete durar más que el propio reinado del monarca. La imagen de la consagrada familia seguirá dando portadas al Hola, y probablemente escándalos a los diarios sensacionalistas, pero las ovejas negras serán tratadas con mayor benevolencia sobre todo si son fotogénicas y sus finanzas no se entroncan con las del Estado.
El rey está en el limbo, en el que tantos monarcas vivieron durante sus reinados, en una nube legal y vaporosa que tapa sus vergüenzas. La continuidad dinástica (parece que hubo suerte) ha recaído en un príncipe discreto que no aparece ni en las revistas escandalosas ni ante los tribunales, aunque está suficientemente preparado para ello. ¿Pero estamos nosotros sus forzados súbditos preparados para afrontar otras nueva etapa borbónica sin poder expresar lo que pensamos sobre la anacrónica institución. Hay repúblicas nefastas pero no conozco ninguna monarquía buena…
Permitan un momento de perplejidad ¿Conozco alguna buena república?, mmm…. Me gustaría hablar de Uruguay pero el presidente Mujica me regañaría; como le dijo a Évole, "si Uruguay es un país ejemplar: como estarán los otros".
La República no solucionará nuestros males pero disminuirá algunos, la posibilidad de cambiar a un Jefe del Estado , cada cierto tiempo, sin derramamiento de sangre y sin sustituirlo por su vástago preferentemente masculino, no depender de la genética, ni de la heráldica, no hacer genuflexiones ni seguir otros protocolos de humillación. Una república aliviaría algo la cosa y nos quitaría parte de nuestra cara de tontos. Además me gustaría comprobar en directo cómo con la monarquía desaparecen los monárquicos como ya se van esfumando los juancarlistas para hacerse “felipistas”, aunque suene mal decirlo. La monarquía borbónica en España comenzó con Felipe V y puede terminar con el VI. Menos da una piedra.
FUENTE: publico.es
Cabeza de ratón - Moncho Alpuente
06/06/2014
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