3/6/14

SUPERVIVIENTE DE MAUTHAUSEN

"Dejé de creer en dios en la Guerra Civil"


 

José Marfil, de 93 años, combatió en la Guerra Civil, en la II Guerra Mundial y conoció los campos de concentración del sur de Francia, primero, y el de Mauthausen, tiempo después. Su padre, de idéntico nombre, fue el primer español fallecido en el campo de concentración nazi

 

Él ya no cree en dios. Dejó de creer en esta posibilidad durante la Guerra Civil española. Ahí conoció por primera vez la crueldad que acompaña de manera intrínseca al ser humano. No fue esta la única vez. José Marfil (Rincón de la Victoria, 1921) conoció con apenas 20 años una Guerra Civil, el exilio forzoso, los campos de concentración franceses, la II Guerra Mundial y varios campos de concentración de la Alemania nazi. Sin embargo, ninguna de estas experiencias se puede comparar en crueldad a lo que vivió y conoció en el campo de Mauthausen (Austria). "Allí ya no éramos hombres. Eramos gente a eliminar", asegura.

Con este currículum y con 93 años de edad, José Marfil afirma esperar tranquilamente la llamada de la muerte. Él está en paz y aunque ya no crea en dios, si existiera -dice- le gustaría tener una conversación con él. Tanto es así que si San Pedro le abriera las puertas del cielo, pediría una audiencia privada con ese dios todopoderoso para recriminarle que "lleva 2.000 años prometiendo un mundo mejor y no ha hecho nada".
 

Marfil lamenta que el fascismo le robara la época más bonita de su vida. La época en la que más tenía que haber reído y donde debía descubrir, entre otras cosas, la sexualidad. Recuerda entre risas cómo con 20 años se le acercó una joven y él no sabía qué tenía que hacer. "Estaba quieto como un palo", ríe. La suya fue, sin duda, la generación peor parada de todo el siglo XX. José fue movilizado por el Gobierno de la República entre 1938 y 1939 en la llamada Quinta del Biberón. "La guerra ya estaba perdida cuando me llamaron", asegura. Después se exilió a Francia y acabó en el campo de internamiento de Argelès-sur-Mer.

Más tarde, con la Alemania nazi amenazando al gobierno republicano de Francia, Marfil se enroló en las filas del ejército francés en la Novena Compañía, para ser incorporada al 22 Regimiento de Ingenieros. Fue en este regimiento donde se reencontró con su padre, que había caído en otro campo francés. Juntos volverían a luchar contra el fascismo. Esta vez en Bélgica, pero para su desgracia, padre e hijo volvieron a perder. Capturados por el ejército nazi, Marfil recorrió varios campos de concentración de prisioneros de guerra para después ser enviado a Mauthausen-Gusen con el resto de españoles.

 

Su padre, por contra, fue enviado a este campo nada más ser capturado ya que no tenía fuerzas ni para andar. "Cuando nuestro regimiento cayó me mandaron a un campo de prisioneros de guerra. Allí no sufrí tanto. Trabajé como carpintero y salía del campo para trabajar. La comida no era abundante pero estaba bien. En Mauthausen todo era diferente. Allí se iba a morir. Nos dijeron que moriríamos todos. Cuando yo llegué, mi padre ya había muerto", recuerda.

La Alemania nazi terminó perdiendo la guerra y los campos de concentración fueron quedando vacíos. Allí, sin embargo, quedaban los españoles. Los que nadie reclamaban. Los que no tenían un país al que volver. "Eramos apátridas. Nadie nos quería. Franco no quiso recuperarnos. Finalmente, han reconocido que fuimos soldados que luchamos en el ejército francés y nos dieron la carta de combatientes", señala José.


Desde que terminó la II Guerra Mundial, José ha vivido en Perpignan como carpintero. A pesar de toda una vida en Francia, este hombre no se siente francés "pero tampoco español". "No me siento de ninguna parte", asegura José, advirtiendo del avance de la ideología fascista en Francia, en particular, y en Europa, en general.

"Siento que el devenir es peligroso para la juventud. Hay que tener cuidado porque hay criminales que están formando grandes partidos políticos. Tenemos que ser conscientes de lo que son capaces de hacer. Se comienza eliminando al molesto y se termina con seis millones de muertos. Está gente de la que hablo puede estar ahora en el Gobierno. Lo temo. Nadie dice nada. Nadie recuerda nada, pero yo estuve allí y sé lo que fue aquello", advierte Marfil, que cierra su discurso asegurando que los criminales "siempre se esconden" como en la II Guerra Mundial: "El papa también se escondió cuando Alemania perdió la guerra. Parecía que nadie sabía nada de lo que ocurría en los campos de concentración".


 

FUENTE: Público.es
Memoria Pública
Alejandro Torrús
Madrid 11/05/2014
 




Para dejar de creer en dios (y en sus representantes) sólo son necesarias dos cosas: la lógica y la razón; pero claro... para ello es imprescindible poseer un cerebro, porque si lo que se tiene es una nuez, todo eso no cabe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario