Apretaba los dientes la plegaria
y en astillas saltó, recién partida,
para dar paso a la razón prohibida
por la terca enseñanza reaccionaria.
No aceptaron verdad por rutinaria
ni volver a esconderse tras la vida.
Se sentaron en corro, alma dolida
despuntando la idea libertaria.
Tristeza de un instante, indicativo
de la propia conciencia, se hace estrella
y despierta la noche en su hermosura.
Es la mágica voz un grito altivo
de procelosa luz potente y bella
condenando a las sombras la cordura.
Miguel Ángel G. Yanes
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