El contraataque iraní llevará a un recrudecimiento [bélico] por parte de las fuerzas estadounidenses e israelíes mediante la expansión e intensificación de la guerra aérea y marítima a todo el sistema iraní de seguridad nacional, lo que incluye bases militares, puertos, sistemas de comunicación, puestos de mando y centros gubernamentales de administración, muchos de los cuales se ubican en ciudades densamente pobladas. Irán contraatacará mediante el lanzamiento de su mayor activo estratégico: un ataque coordinado por tierra por parte de la Guardia Revolucionaria junto con sus aliados de las tropas chiíes iraquíes que luchan contra las fuerzas estadounidenses en Irak. Irán coordinará los ataques a las instalaciones estadounidenses en Afganistán y Pakistán junto con la creciente resistencia armada nacionalista islámica.
No se debe olvidar que los iraníes son probablemente los más conscientes dentro de la región de la desolación total de la que han sido víctimas los iraquíes después de la invasión de Estados Unidos, que hundió la nación en un caos total y devastó su infraestructura avanzada y el sistema administrativo civil, sin mencionar la aniquilación sistemática de su altamente cualificada elite científica y técnica. Las olas de asesinatos patrocinados por el Mossad de científicos, académicos e ingenieros iraníes sólo son un anticipo de lo que tienen en mente los israelíes para los científicos e intelectuales destacados y los trabajadores altamente cualificados de Irán. Los iraníes no deben tener ninguna duda de la pretensión de los estadounidenses e israelíes de enterrarlos brutalmente en la edad oscura de Afganistán e Irak. No tendrán ningún papel en el Irán desolado, de la misma manera que no lo tuvieron los iraquíes en el Irak posterior a Sadam.
De acuerdo con el General estadounidense Mathis que está a cargo de las fuerzas estadounidenses en el Oriente Próximo, el Golfo Pérsico y Asia occidental, ‘el primer ataque israelí probablemente tendrá espantosas consecuencias en toda la región y para [los destacamentos de] Estados Unidos allí’ (New York Times, 19/3/2012). El cálculo ‘espantoso’ del General Mathis sólo tiene en cuenta las bajas militares estadounidenses, es decir varios centenares de marines en los buques de guerra dentro del alcance de los misiles de los artilleros iraníes. Sin embargo la valoración más ilusoria e interesada respecto al resultado y las consecuencias de un ataque aéreo israelí contra Irán procede de los principales dirigentes, académicos y expertos en inteligencia israelíes, que reivindican para sí mismos una inteligencia superior, unas defensas superiores y una comprensión superior (si no racista) de la ‘mente iraní’. El Ministro de Defensa israelí Barak se jacta de que cualquier respuesta iraní infligiría, como mucho, bajas mínimas en la población israelí.
La visión israelí interesada de reordenar el equilibrio del poder en la zona, predominante en los principales círculos belicistas israelíes, pasa por alto la probabilidad de que ni los ataques aéreos ni las defensas antimisiles israelíes sean determinantes en la guerra. Los misiles de Irán no se podrán contener, sobre todo si llegan al ritmo de varios centenares por minuto desde tres direcciones: Irán, Líbano, Siria y posiblemente desde submarinos iraníes. En segundo lugar, el colapso de las importaciones de petróleo asolará la economía energética israelí, altamente dependiente. En tercer lugar, los principales aliados de Israel, especialmente Estados Unidos y la Unión Europea, sufrirán una tensión severa a medida que se les arrastra a participar en la guerra de Israel y se encuentran defendiendo el Estrecho de Ormuz, las guarniciones del ejército en Irak y Afganistán y los campos de petróleo y las bases militares en el Golfo. Un conflicto de este tipo movilizaría a las mayorías chiíes en Bahréin y en las provincias estratégicas ricas en petróleo de Arabia Saudí. La guerra generalizada tendrá un efecto devastador en el precio del petróleo y en la economía mundial. Provocará la furia de consumidores y trabajadores en todas partes causada por el cierre de fábricas, y la conmoción que ocasionaría en el frágil sistema financiero tendría como consecuencia una depresión mundial.
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