Ricardo Costa
Hace unas semanas, veíamos a Ricardo Costa, quien fue Secretario General de la ultra-corrupta federación valenciana del Partido Popular, declarar en la Audiencia Nacional. Le veíamos mover las manos relatando cómo su organización (criminal, dicen los jueces) pagaba campañas electorales con dinero negro y cómo el multi-imputado Francisco Camps (que aún se pasea en su cochazo por Valencia y cobra un salario público) era quien daba las órdenes. Mientras tanto, muchos no podíamos quitar los ojos de la pulserita con la bandera de España que lucía en la muñeca.
Cada uno se identifica con las banderas que prefiere. En mi caso, por ejemplo (supongo que debido a mi edad y mi politización tardía), yo me identifico con la rojigualda más que con la tricolor. Si alguien me pregunta cuál es la bandera de mi país, señalo con naturalidad la actual bandera oficial. Cuando España ganó el mundial de fútbol, por continuar con el ejemplo, fui una más de esas millones de personas que salimos emocionadas y orgullosas a ondear la bandera roja y amarilla.
Quizás por eso me da un asco especial que los corruptos, es decir, los que han trabajado activamente contra los españoles para beneficiarse a sí mismos, se permitan la desvergüenza de ensuciar uno de los símbolos que considero que representa a mi país luciéndolo con ostentación desde el cohecho a la celda.
La pulserita de Ricardo Costa es una anécdota, pero mi tesis es que no se trata de un hecho aislado. Mi tesis es que hay una manera muy sencilla de entender ese fervor por los símbolos patrios (subráyese: los símbolos, no la patria) que vemos últimamente entre aquellos que trabajan contra los intereses de España y de los españoles. Mi tesis, que se aplica de igual manera a aquellos que (con otros símbolos distintos) trabajan contra los intereses de Cataluña y de los catalanes, es que hay dos ideas fundamentalmente distintas de patria.
Decía Sampedro que hay dos tipos de economistas: “los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres”. Parafraseando a Don José Luis, yo voy más allá y sostengo que hay dos tipos de políticos, de periodistas, de juristas, de organizaciones, de leyes, de discursos y también de economistas: los que trabajan para proteger o aumentar el patrimonio, los privilegios y el poder de una minoría y los que trabajamos (humildemente) para proteger o aumentar la dignidad y los derechos (económicos, pero también civiles, sociales, culturales) de la inmensa mayoría de las personas que habitan nuestro país. Los primeros tienen una cierta forma de entender la patria, los segundos tenemos una forma muy distinta.
Para nosotros, la patria es la gente. Para nosotros, amar a tu país es amar a tu pueblo y ser patriota es trabajar para que las personas que habitan en España tengan toda una vida digna. Por eso, nosotros nos sentimos enormemente orgullosos de ser españoles al contemplar logros colectivos que sirven para cuidarnos y para que nadie se quede tirado cuando las cosas le van mal, o que sirven para proteger la educación, la cultura, las libertades y los derechos civiles (los elementos clave de las democracias avanzadas que nos permiten luchar para alcanzar esos logros).
Para nosotros, la sanidad universal fue un motivo de orgullo nacional, como fue un motivo de vergüenza e indignación cuando el Partido Popular la eliminó con argumentos falsos y racistas.
Para nosotros, ser patriotas es defender una educación pública y de calidad, la libertad de expresión frente a mordazas y censores, el derecho de las personas LGTBI a ser y a amar como quieran, el derecho de los más de dos millones de españoles emigrados a votar sin tener que “rogarlo”, una ley de dependencia que no insulte la dignidad de las personas dependientes y sus familias, unos derechos laborales que merezcan llamarse así, una justicia eficaz e independiente, una cultura al alcance de todos y que proteja a los artistas, una política de inmigración sin concertinas o pelotas de goma y con derechos humanos, un sistema de ciencia e I+D+i a la altura del talento de nuestros investigadores, la igualdad retributiva entre mujeres y hombres, la erradicación de las violencias machistas en todas sus formas, unos servicios sociales que acaben con la pobreza, unas pensiones dignas y públicas y tantas cosas más.
Para nosotros, la mejor forma de amar a España es pelear por estas cosas. Porque ningún derecho para las mayorías se ha conseguido sin lucha y sin que la gente saliera a la calle a reclamar lo que es suyo.
Por eso nosotros nos sentimos orgullosos de ser españoles cuando comprobamos una y otra vez la inteligencia de nuestro pueblo levantándose frente a los que nos quieren engañar para robarnos la cartera. España es el país de la decencia y la fraternidad de las mareas (verde, blanca, naranja, granate), el país de las marchas de la dignidad, de los pensionistas rodeando el Congreso y dando una lección, de las mujeres valientes luchando contra un sistema machista y preparando un 8M que será histórico y hermoso, de la gente llenando las plazas de democracia y de futuro. Nosotros nos sentimos orgullosos de ser españoles cuando pensamos en el 15M y nos duele nuestro país cuando recordamos que el Partido Popular y Convergència i Unió (ese partido condenado por robar 6,5 millones de euros a los catalanes y que últimamente se ha disfrazado de revolucionario) ordenaron a la policía y a los mossos cargar contra los manifestantes pacíficos en Madrid y Barcelona.
Nuestra España es la España del 15M y nos hace brillar los ojos y sonreírle al futuro.
Por supuesto que un país también es los símbolos patrios que lo representan: su nombre, su bandera, su himno. Pero esto no es para nosotros lo importante. Para nosotros, la patria es la gente y los logros colectivos que sirven para cuidarnos… y las banderas y los símbolos no son más que un modo natural de hacer referencia a ello. Nosotros no sentimos orgullo por los símbolos como tales sino por aquello que los símbolos representan o deberían representar.
Para los corruptos y para los que defienden los privilegios de los privilegiados (en su tradicional versión azul gaviota o en su nueva versión naranja), la cosa es mucho más sencilla. Para ellos la patria es solamente los símbolos. Para ellos ser patriota es repetir muchas veces la palabra España, felicitar a Marta Sánchez por su versión del himno y llevar una pulserita con la bandera rojigualda.
Todo ello acciones muy legítimas y hasta incluso sanas, pero que, si no van acompañadas de la defensa de la dignidad y los derechos de tu pueblo, no es más que un envoltorio vacío. Por debajo de la superficie de su idea de patria no hay nada. Es un globo rojigualda que dentro no tiene otra cosa que aire.
La explicación de por qué han elegido esta idea vacía de patria también es muy sencilla:
En primer lugar, porque es la única posibilidad que les queda. Dado que su actividad real va dirigida a beneficiar los intereses de una minoría poderosa, dado que esto casi siempre pasa por perjudicar a la inmensa mayoría de la gente (pensemos en la corrupción, en la evasión fiscal, en la privatización de los servicios públicos, en las reformas laborales o las leyes mordaza) y dado que esto tiene, obviamente, mala prensa, no les queda otra opción que dedicarse a lo simbólico y cruzar los dedos para que el ondear de la bandera oculte los sobornos y el himno a todo volumen no permita escuchar los pinchazos telefónicos de la Gürtel o del caso Palau.
En segundo lugar, porque la patria como concepto vacío es un dispositivo que apela a una identidad que no tiene que ver con tus condiciones materiales de vida y permite, por tanto, dividir a los de abajo. El manual de los poderosos y de sus delegados parlamentarios tiene un primer punto en mayúsculas y subrayado: poner al penúltimo de la sociedad a pelear contra el último.
Te cuentan que la culpa de que haya lista de espera es de tu vecino senegalés que no puede pagar la hipoteca para que así no pienses en los verdaderos culpables, para que así no pienses en los que han hecho recortes brutales por orden de los bancos alemanes, para que así no te acuerdes de los que, ondeando la rojigualda o la estelada, malvendieron la sanidad pública a los fondos buitre.
Por último y no menos importante, ellos vacían el concepto de patria porque el concepto de patria es verdaderamente transformador. La patria como comunidad, la patria como la unión de la inmensa mayoría para construir un país más justo, la patria como el conjunto de acuerdos y dispositivos institucionales que garantizan la dignidad de la gente trabajadora, la patria como todo eso es una idea que amenaza sus privilegios y su capacidad de saqueo. Por eso deciden aplicar aquí también el punto dos del manual reaccionario: si te encuentras con una idea poderosa y potencialmente revolucionaria, vacíala de contenido y conviértela en un producto de marketing. Que parezca lo mismo por fuera, pero que dentro no tenga nada. Albert, do you know what I mean?
La patria de la pulsera o la patria de la nevera. Estos son los dos conceptos de patria que hoy se sitúan en el centro del debate político y elegir con cuál nos quedamos va a definir el futuro de España.
FUENTE: publico.es
Esto de la pulserita con la bandera rojigualda no es nada nuevo, solo ha venido a sustituir a la plaquita con los mismos colores, que los afectos al régimen franquista solían llevar adherida al cierre de sus relojes, esclavas, pulseras... para, girando la muñeca, identificarse con sus afines sin necesidad de mediar palabra: cosas de fachas. Y es que, en el fondo, siguen pensando que esa bandera es solo suya.