Yo que, en mi larga trayectoria laboral (¡35 añazos!) sufrí a bastantes jefes, reconocía de inmediato, en los nuevos compañeros-as, ese afán del que siempre carecí, porque bien pronto llegué a entender que, por mucho sobresueldo que te pagaran, tragarse aquellas ruedas de molino no podía ser bueno para el espíritu.
Obviando alguna honrosa excepción, los jefes no solían ser personas de gran talla moral; es más, la empresa, más allá de la expriencia y conocimientos laborales, buscaba siempre personajes obedientes y manipulables, lo que los convertía en seres insufribles para el común de los subordinados. Tal es así que había una extensa lista de singularidades que, por lo general, los definían: prepotencia, irrespetuosidad, autoritarismo, incompetencia, vanidad, soberbia... pero lo más triste era que el "óbolo empresarial" los convertía en pequeños tiranos, desvirtuando así la idea de compañerismo hacia el personal a sus órdenes, obligándolos a readaptarla a los personajes de su nuevo status.
Citizen Plof
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