“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir: allí van los señoríos, derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos; y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos”. Se equivocaba el bueno de Jorge Manrique en las ‘Coplas por la muerte de su padre’ porque, a estas alturas, ni la muerte nos iguala. Unos ríos parece que van a dar en la mar, y otros a un desagüe que desemboca en una cloaca estanca. Hoy se ha muerto Cayetana Fitz-James Stuart, duquesa de Alba y su fallecimiento me ha llevado a esta reflexión.
Hoy he visto y escuchado a tantos españoles y españolas admirar a una figura, como la duquesa de Alba, que me ha dado por pensar que, efectivamente, ni la muerte nos iguala… menos aún si quien nos deja es veinte veces Grande de España, aunque en su día a día, en realidad, achicara a la nación. No es que uno le reproche a la difunta que su padre, Jacobo Fitz-James Stuart, fuera en gran parte el culpable de que Inglaterra y Francia no participaran en nuestra Guerra Civil e impidieran que cayéramos en manos de los fascistas, pobre la duquesa, qué culpa tenía ella, pero he de admitir que de aquellos servicios prestados al dictador Franco -que pagaría nombrando al padre embajador de Londres- bien se aprovecharía la duquesa durante la dictadura.
Veo a esa multitud agolpada en el Palacio de Dueñas, esos cientos de sevillanos que a buen seguro visitarán la capilla ardiente, y se me agria el carácter. No termino de encontrar qué hay de admirable en que una terraniente como la duquesa, con palacios, castillos, más de medio millar de cuadros y tapices… en fin, un patriminio de alrededor de 3.000 millones de euros, hubiera accedido a ayudas agrarias por valor de entre 3 y 5 millones de euros al año. Veo a gente como ella, que se quedaba con el 80% de todas las ayudas al campo que llegaban de Europa, y me vienen a la mente la cantidad de tractores y casas en propiedad de bancos porque el agricultor terminó por arruinarse y, mire usted, no me produce admiración. Más bien asco.
Veo a gente llorar por la duquesa, la misma que montó su Fundación Casa de Alba para, entre otras cosas, desviarle dinero en concepto de donación de sus múltiples sociedades (Sociedad de Inversiones Princesa, Euroexplotaciones Agrarias…) y, en un alarde de ingeniería fiscal, ahorrarse miles y miles de euros aunque el dinero tenía el mismo dueño y destinatario y admiración no es la palabra que me viene a la mente.
Y escucho lo admirable que era por ser tan sencilla, por seguir y disfrutar las tradiciones andaluzas, por sus rastrillos solidarios… incluso, por hacer lo que le daba la gana, y pienso, “vaya, yo con una décima parte de su fortuna creo que me apañaría también para ser un ídolo”… aunque también fue un hazmerreír, admitámoslo. Yo pecaré de insensible, incluso muchos me tacharán de mal gusto con este artículo, pero al menos en ésto soy aunténtico, no como esa panda de hipócritas que se burlaron de ella en vida y hoy, sin embargo, se ciñen a la consigna “hoy toca alabar”.
FUENTE: publico.es
Pozos de anarquía
David Bollero
20/11/14
¡Ahí le has dado!
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