De 'Franquito' a ¡Franco, Franco, Franco!
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
EL PAÍS Semanal, 29 / 11 / 1992
De pequeño le llamaban Paquito o Paco, diminutivo lógico si recordamos que fue bautizado el 17 de diciembre de 1892 en la parroquia castrense de San Francisco, en El Ferrol, como Francisco Hermenegildo Paulino Teódulo más un montón de apellidos paternos y maternos, según la costumbre de la época y de la gente de posibles. Los Franco no tenían demasiado dinero, pero en El Ferrol los oficiales de Marina eran como una casta aristocrática y endogámica. Paquito, para los niños de su edad, para su familia, diminutivo con el que nunca se sentiría a gusto, sobre todo porque a su primo Francisco Franco Salgado Araujo, más alto, le llamaban Pacón, a pesar de que era huérfano y tenía en la familia Franco Bahamonde el trato de ahijado del padre, don Nicolás. Paquito y Pacón. Así se relacionaron durante años, hasta que, compañeros de carrera militar, el huérfano Pacón se convirtió en el perpetuo actor secundario en el reparto, el amigo del chico, el hombre que ya a punto de morir dejaría escrita su amargura por lo mucho que le había dado a su primo y lo poco que había recibido.
Es curioso que en Raza, el personaje positivo, representado por José, él mismo, lance un canto a lo que se puede aprender en las piedras frente al conocimiento frío de los libros. También aprovechó Raza para hacer un ajuste de cuentas a los primeros de la clase. Él nunca lo fue. Al contrario, un estudiante del montón, situado en el escalafón de notas muy por detrás de don Camilo Alonso Vega, amigo de infancia y futuro ministro de la Gobernación. Y es que Franco, Franquito, lo pasó muy mal en sus primeros meses de estancia en aquella academia. Casi un niño, frágil, con una voz retenida por el frenillo, le llamaban Franquito y le ofrecían los mosquetones más pequeñitos, a la medida del diminutivo. Hasta que un día, harto de aguantar novatadas, cogió una lámpara y se la tiró a la cabeza al cabecilla de los provocadores... Dejaron de importunarle, pero siguieron llamándole Franquito.
Sus compañeros de promoción le recordaron años después según sus afinidades ideológicas, pero poco hablaban sobre el periodo de la academia y empezaban a agigantarle la estatura a partir de su primera misión en África. Del Franquito de la academia, Vicente Guarner, militar republicano que vivió un largo exilio, lo recuerda como un gallego poco culto, tímido, receloso, y se compromete a decir que de haber hecho una encuesta en la Academia de Toledo sobre cuál de aquellos aspirantes a oficial podría llegar a caudillo, Franco no hubiera estado en las listas. ¿Despecho del vencido? Es posible; pero no deja de ser cierto que la biografía gloriosa de los franquistas suele vitaminizarse y cargarse de proteínas a partir de la primera misión en África, y sobre todo tras la gravísima herida que recibió en El Biutz en junio de 1916. Pero a pesar de su buen comportamiento durante las batallas, demostrando un desprecio de vida propia y ajena que sorprendía por su frialdad calculada, siguió siendo Franquito para los altos oficiales, y todavía Sanjurjo en 1936, cada vez que dudaba si Franco se decidía o no a intervenir en el Alzamiento, preguntaba: "¿Qué va a hacer Franquito?".
El estudiante tímido, ordenancista, mirón de piedras, receptor de una historia y una filosofía de la vida filtrada por la endogamia cultural de la academia, callejeante por un Toledo que sólo le ofrecía barberos callejeros, mentideros y poca cosa más para su asignación de dos pesetas para gastos, cambió de psicología cuando se hizo soldado en guerra, pero en función de ese escenario y de los reflejos que le despertaban la convivencia con gente militar. En la vida privada seguía siendo un muchacho inseguro en los ambientes donde no podía aplicar las ordenanzas de Carlos III o los reglamentos militares particulares. En Melilla se enamoró de una muchacha, Sofía Subirán, hija de un coronel, y ya muerto Franco, la anciana ex cortejada de Franquito se confesaba a Vicente Gracia: "¿Que cómo era Franco? Fino, muy fino. Atento, todo un caballero. Si se enfadaba tenía un poco de genio, pero en plan fino. Tenía mucho carácter y era muy amable. Entonces era delgadísimo. Parece mentira como cambió luego. Conmigo era exageradamente atento. A veces te fatigaba. Me trataba como a una persona mayor y eso que yo era casi una niña... Estaba en la plaza de Melilla casi todos los días, el paseo por las tardes o por las mañanas en el parque de Hernández... No, no me contaba chistes, no tenía ocurrencias... Resultaba demasiado serio para lo joven que era. Tal vez por eso no me gustaba, me aburría un poco"... Y más adelante, doña Sofía sanciona: "Debió ser un buen marido, sí. Aburridito el pobre, sí, pero bueno...".
Toda la inseguridad de Franco en la vida privada, entre civiles, se
convertía en su contrario
cuando entraba en el cuartel o en campaña. Tenía fama de reglamentista,
duro, implacable, exageradamente implacable hasta la crueldad, pero
también exigente consigo mismo y concienzudo en sus movimientos de
liturgia militar o de guerra. Y allí se construyó la base de su
pedestal, de oficial africanista, muy diferente a los otros militares echaos palante,
puteros, jugadores de la soldada, de valor caliente. Él antes de atacar
ponía los prismáticos entre él
y el enemigo. Los otros oficiales solían echarle muchos testículos al
asunto... Franco examinaba, calculaba y luego sacaba de su frenillo toda
la voz que podía para anunciar la carga. Esta diferencia de talante le
creó admiradores entre sus compañeros de mando más cabestros y entre la
alta oficialidad (Berenguer o Sanjurjo), que enseguida reconocieron en
él a un oficial con porvenir. Los indígenas decían que tenía baraka, algo así como buena suerte y que sabía manera,
es decir, que sabía mandar. La oficialidad africanista era muy dada al
autobombo propiciador de ascensos, hasta el punto de que los oficiales
de la Península se sintieron molestos y acusaban a sus compañeros en
campaña africana de exagerar hazañas para acumular méritos y ascensos.
Pero aquella oficialidad africana joven, respaldada por veteranos como
Millán Astray o Sanjurjo o los mismísimos Berenguer, Queipo de Llano,
Silvestre, ya empezaba a ser un grupo de presión dentro del Ejército, un
lobby como diríamos ahora, que tenía acceso directo al rey. Y el
propio rey bien pronto preguntaría por
Franquito, y le llamaba Franquito años después, cuando ya era general, y
no por la estatura, sino porque le hacía gracia lo grave que se ponía
aunque hablara de las plagas del cerezo, y el tonillo de gallego con las
palabras justas y la prudencia en el gatillo.Abc fue un diario muy importante en la historia de España, lo sigue siendo, y en la de Franco. De hecho el futuro generalísimo era seguidor de Abc porque era el diario de su madre y porque le emocionó aquella carta de Luca de Tena protestando contra la conjura internacional antiespañola, a raíz del ajusticiamiento de Ferrer Guardia, tras la Semana Trágica de 1909. Pero también debería a Abc buena parte de su prestigio militar en la Península, cimentado por los corresponsales del diario en la guerra de África y muy especialmente por Tebib Arrumi, seudónimo de Ruiz Gallardón, abuelo del actual antagonista de Leguina en el Gobierno de la comunidad autónoma de Madrid. Entre los biógrafos más laudatorios de Franco aparece otro abuelo de un nieto hoy importante, don Manuel Aznar, pretérita semilla del actual José María Aznar, cabeza joven del PP.
En Historia de una disidencia, la sobrina socialista de Franco, Pilar Jaraiz, hija de doña Pilar y reinstauradora del PSOE en Barcelona en los años del tardofranquismo, escribe: "Nostalgia del tiempo pasado, sí, y desencanto del tiempo que había de venir. Porque, recordando ahora todo lo que allí pasó, pienso en los cambios que experimentan las personas. ¿Por qué los protagonistas de aquellos acontecimientos llegaron a convertirse en unos seres extraños a mí?, ajenos. Y no lo digo como es natural por mi abuela, que siguió siendo la misma hasta su muerte. Pero ¿y los demás? ¿Qué se hizo del cariño, de la intimidad que nos unía? ¿Qué de la confianza y de la llaneza en el trato? ¿A qué vino más tarde tanta sequedad y dureza? Porque es lo cierto que hasta a mi madre se la recibía a veces a regañadientes. A mi madre, la única hermana del jefe del Estado y en cuya casa habían pasado tantas temporadas e incluso durante una de sus estancias se había operado mi tía Carmen de las amígdalas y mis padres les habían cedido su propio cuarto. Dígase lo que se diga, la actitud de despego no partió de mí cuando empecé a concienciarme. Tampoco yo entonces era la misma. Pero el cambio de posición hizo de aquella familia unos seres llenos de despego, inamistosos, altaneros. ¿Por qué? ¿Les parecíamos poco? ¿Ambicionaban alternar con personas de mayor alcurnia? ¿Tanto había cambiado Franco desde que asumió la jefatura del Estado? ¿Y la familia Polo? ¿Qué se hizo de su trato cortés y amable? ¿Dónde quedaba su cariño? Y mirándolo desde otro punto de vista, ¿cuál había sido nuestro delito?, ¿les habíamos hecho algún daño? o ¿es que nuestra posición social les parecía poco?".
Durante su etapa al frente de la Academia Militar de Zaragoza se convierte en un punto de referencia social en la ciudad. Se codea con lo mejorcito, aunque de vez en cuando vaya en coche hasta Valencia a ver a Nicolás, que trabaja como ingeniero naval en una empresa de Juan March, o a Madrid, a comerse el lacón con grelos que tan excelentemente hacía su hermana Pilar. Su sobrina Pilar Jaraiz Franco sigue haciéndolo estupéndamente. En Zaragoza, Franco es una figura social y militar, consultado mediante los rudimentarios teléfonos de la época por los altos oficiales que desde Madrid asistían nerviosos a la caída de la dictadura, el desgaste del rey: "¿Tú que harías si se provoca la caída del rey?", le preguntan Berenguer y Millán Astray. Y él contesta con otra pregunta: "¿Qué haría Sanjurjo?". Le contestan: "Nada". Pues si Sanjurjo, que es el jefe de la Guardia Civil, no iba a hacer nada, Franquito tampoco.
"Todavía es tiempo de que rectifiques tu conducta y no pierdas el tuyo en vanos consejos de burgués. Tu figura, al lado de la República, se agigantaría; al lado de la monarquía, pierdes los laureles tan bien ganados en Marruecos. Si te gusta una postura más cómoda, más de cuco, siéntete constitucionalista como han hecho muchos políticos viejos y conviértete en censor de la pureza de las nuevas elecciones, y no olvides que se puede ser amigo de la persona del rey —aunque el monarca no lo sea tuyo— y ser un buen republicano. A la República no debe irse por odios, solamente por ideales, y cuanto más amigo se fuere del rey y más favores se hayan alcanzado de él, más mérito tiene ser republicano".
Ni caso. Pero por si las moscas, cuando su hermano Ramón tuvo que exilarse, Paquito le
mandó 2.000 pesetas porque un Franco no debe hacer el ridículo en el
extranjero, aunque sea republicano, masón y
anarquista, futuro diputado de Esquerra Republicana y colaborador de
Blas Infante en el renacimiento de Al Andalus. Tampoco se subleva Franco
con Sanjurjo en 1932, pero ayuda a reprimir salvajemente la revuelta
asturiana de 1934, la Legión por delante, la misma Legión a la que había
permitido cortar orejas y cabezas de los moros muertos o acuchillarlos in situ si se ponían plañideramente pesados (lean, si quieren comprobarlo, la primera edición de Diario de una bandera).Así como Kindelán, Mola, Orgaz, Galera, Barba... estuvieron conspirando contra la República desde que fue proclamada, Franco se dejaba querer y ayudaba indirectamente, devolviendo posiciones claves a militares antirrepublicanos durante su etapa de jefe de Estado Mayor a las órdenes del ministro Gil-Robles. Se dejaba querer y tardó en subirse a la conspiración del 36, hasta el punto de que sus compañeros de conjura llegaron a llamarle Miss Canarias por lo mucho que se dejaba cortejar, y Queipo, cuando supo que Franco se había cortado el bigote para subir al Dragon Rapide y así poder encabezar la Cruzada desde África, comentó: "Ese bigote es lo único que Franco ha sacrificado por el Alzamiento". No era cierto. Se jugaba una carrera militar, aunque don Juan March ya le había prometido cubrirle las espaldas en caso de fracaso y exilio. Se suma al alzamiento a las órdenes de Sanjurjo, porque Goded no hubiera tolerado que lo encabezara Franco, y las simpatías de Franco por Goded eran equivalentes. "No hay mal que por bien no venga", es una frase constante en boca y pluma de Franco y la pronuncia cuando se le mueren Sanjurjo, Mola, o le matan, muchos años después, a su mano derecha, Carrero Blanco. Tiene algo de síndrome de viuda, desconsolada en un primer momento, pero consciente de que la desaparición del marido le va a dejar un espacio libre que podrá recuperar.
La muerte de Sanjurjo, el fracaso y fusilamiento de Goded en Barcelona y la poca ambición de
Mola le convierten en el jefe in péctore del bando rebelde, por
más que, necesitado siempre de poseer la razón jurídica, llamara
rebeldes a los otros, a los que defendían el
Gobierno legítimo de la República. Esta curiosa contradicción la observó
el mismísimo Serrano Súñer, su cuñado, quien junto a Nicolás Franco y
Matilde Fuset componen la tríada de pigmaliones que hicieron de aquel
caudillo militar un caudillo político. Al recibir el mando único de los
ejércitos y posteriormente del conglomerado político que respaldaba la
Cruzada, Franco deja de ser responsable ante los hombres y ya sólo lo
será ante Dios y ante la historia.
La jerarquía católica española le pone bajo palio, cerrando los ojos a
los horrores que está
causando la Cruzada y a los que causará en una de las posguerras más
largas de la historia de la humanidad. Franco ya ha dejado de ser, para
siempre, Franquito, y cuando él lo olvide, momentáneamente, la señora,
es decir, doña Carmen Polo, se lo recordará. Es un rey sin corona que
juega con el aspirante a rey, don Juan, entre 1939 y 1946: Franco de
ratón y don Juan de gato; pero a partir del encuentro en el Azor
de 1948 y del respaldo norteamericano y vaticanista de los primeros años
cincuenta, Franco será el gato y don Juan el ratón. Por eso alguna vez
Franco dijo: "yo no seré nunca una reina madre".¿Cómo iba a ser una reina madre un hombre cuya estatura personal, militar, providencial sería jaleada como si se tratara de un dios o a lo sumo la estatua de Dios en una perpetua procesión de Semana Santa? "Oh, ruina del Alcázar./ Yo mirarte no puedo, / convulsa flor de otoño, sin asombro / Vivero de esforzados capitanes. / Nido de gavilanes. / Huevo de águila: Franco es el que nombro".
En cuanto a Pemán, a él se debe uno de los botafumeiros más impresionantes que perfumaron de incienso la efigie del Caudillo y avalaron aquel ¡Franco, Franco, Franco! con que las notas de prensa resumían la aclamación popular, en recuerdo de la eufonía del Sanctus, sanctus, sanctus: "Sabe marchar bajo palio con ese paso natural y exacto que parece que va sometiéndose por España y disculpándose por él. Se le transparenta en el gesto paternal la clara conciencia de lo que tiene de ancha totalidad nacional la obra que él resume y preside. Parece que lleva consigo a todas las ceremonias y liturgias protocolarias el honor de los caídos.

Enriquecido por la aportación política de su cuñado Ramón Serrano Súñer, Franco a medida que crecía bajo el palio buscaba colaboradores aduladores, militantes en aquella cruzada de la adulación a la que se refirió su propio cuñado. Pacón, el teniente general Francisco Franco Salgado Araujo, en sus memorias póstumas, se hace cruces sobre la insensibilidad de su primo para darse cuenta de tanto pelotilleo. No hay que olvidar que a lo largo de su caudillaje, ya no Franquito, ya definitivamente ¡Franco, Franco, Franco!, fue comparado con Napoleón, Fernando el Católico, el Gran Capitán, Agamenón (difícil de entender), César, Almanzor, Federico II de Prusia, Recaredo... El cardenal Plà y Daniel aprovechó el sermón de bodas dirigido a Carmen Franco y el marqués de Villaverde para equiparar la pareja de la Virgen María y san José con la de Franco y doña Carmen, y entre las metáforas la lista da que pensar sobre la poesía como laboratorio del lenguaje: "... desde 'padre adoptivo de la provincia' hasta 'la figura más importante del siglo XX', pasando por 'espiga de la paz', 'vencedor del dragón de siete colas', 'el cirujano necesario', 'el gran arquitecto', 'el redentor de los presos', 'guerrero elegido por la gracia de Dios', 'vencedor de la muerte', '... el que sube las cuestas que es un contento', 'clínicamente: genial', 'enviado de Dios', 'padre que ama y vigila', 'voz de hierro', 'centinela de Occidente', cientos, miles de imágenes de esplendor y gloria".
Pero yo me quedo con aquella perla que le dedicara Joaquín Arrarás cuando lo imaginaba conduciendo la nave de la nueva España, la nave de la muerte, la tortura, la expatriación, la desidentificación para tantos de sus compatriotas: "Timonel de la dulce sonrisa".
Manuel Vázquez Montalbán
(1939 - 2003)


No hay comentarios:
Publicar un comentario