Hoy, que se cumplen 39 años de la partida del viejo dictador... Me estoy refiriendo a
Francisco Franco; lo digo por si alguno-a no había caído aún. Pues hoy, repito, escarbando en la Red para buscar algunas referencias que me permitieran llenar la entrada correspondiente a esta efeméride, he tenido la suerte de toparme con un magnífico y extenso artículo escrito por el periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, crítico, humorista... y a saber cuantas cosas más, el ínclito
Manuel Vázquez Montalbán, desgraciadamente fallecido en Bankog (Tailandia) el 18 de octubre de 2003:
De 'Franquito' a ¡Franco, Franco, Franco!
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
EL PAÍS Semanal, 29 / 11 / 1992
De pequeño le llamaban Paquito o Paco, diminutivo lógico si recordamos
que fue bautizado el 17 de diciembre de 1892 en la parroquia castrense
de San Francisco, en El Ferrol, como Francisco Hermenegildo Paulino
Teódulo más un montón de apellidos paternos y maternos, según la
costumbre de la época y de la gente de posibles. Los Franco no tenían
demasiado dinero, pero en El Ferrol los oficiales de Marina eran como
una casta aristocrática y endogámica. Paquito, para los niños de su
edad, para su familia, diminutivo con el que nunca se sentiría a gusto,
sobre todo porque a su primo Francisco Franco Salgado Araujo, más alto,
le llamaban Pacón, a pesar de que era huérfano y tenía en la familia
Franco Bahamonde el trato de ahijado del padre, don Nicolás. Paquito y
Pacón. Así se relacionaron durante años, hasta que, compañeros de
carrera militar, el huérfano Pacón se convirtió en el perpetuo actor
secundario en el reparto, el amigo del chico, el hombre que ya a punto
de morir dejaría escrita su amargura por lo mucho que le había dado a
su primo y lo poco que había recibido.
Se le empezó a llamar Franquito en la Academia de Infantería de Toledo,
donde ingresó en 1907, tras un viaje desde El Ferrol acompañado por su
padre, del que hay testimonio directo redactado por el propio Franco,
según consta en el libro de su último médico de cabecera, el doctor
Pozuelo, que le incitó a recordar y redactar unas memorias para
reactivar al alicaído Franco posterior a la crisis de la flebitis. Una
página interesante por lo que revela de constantes de su vida: relación
con el padre, retórica en los ojos y en la comprensión de la historia.
Es curioso que en Raza, el personaje positivo, representado por José, él mismo, lance un canto a lo que se puede aprender en las piedras frente
al conocimiento frío de los libros. También aprovechó Raza para hacer un ajuste de cuentas a los primeros de la clase.
Él nunca lo fue. Al contrario, un estudiante del montón, situado en el
escalafón de notas muy por
detrás de don Camilo Alonso Vega, amigo de infancia y futuro ministro de
la Gobernación. Y es
que Franco, Franquito, lo pasó muy mal en sus primeros meses de estancia
en aquella academia.
Casi un niño, frágil, con una voz retenida por el frenillo, le llamaban
Franquito y le ofrecían los mosquetones más pequeñitos, a la medida del
diminutivo. Hasta que un día, harto de aguantar novatadas, cogió una
lámpara y se la tiró a la cabeza al cabecilla de los provocadores...
Dejaron de importunarle, pero siguieron llamándole Franquito.
Sus compañeros de promoción le recordaron años después según sus
afinidades ideológicas, pero poco hablaban sobre el periodo de la
academia y empezaban a agigantarle la estatura a partir de su primera
misión en África. Del Franquito de la academia, Vicente Guarner, militar
republicano que vivió un largo exilio, lo recuerda como un gallego poco
culto, tímido, receloso, y se compromete a decir que de haber hecho una
encuesta en la Academia de Toledo sobre cuál de aquellos aspirantes a
oficial podría llegar a caudillo, Franco no hubiera estado en las
listas. ¿Despecho del vencido? Es posible; pero no deja de ser cierto
que la biografía gloriosa de los franquistas suele vitaminizarse y
cargarse de proteínas a partir de la primera misión en África, y sobre
todo tras la gravísima herida que recibió en El Biutz en junio de
1916. Pero a pesar de su buen comportamiento durante las batallas,
demostrando un desprecio de vida propia y ajena que sorprendía por su
frialdad calculada, siguió siendo Franquito para los altos oficiales, y
todavía Sanjurjo en 1936, cada vez que dudaba si Franco se decidía o no a
intervenir en el Alzamiento, preguntaba: "¿Qué va a hacer Franquito?".

El estudiante tímido, ordenancista, mirón de piedras, receptor de una
historia y una filosofía de la vida filtrada por la endogamia cultural
de la academia, callejeante por un Toledo que sólo le ofrecía barberos
callejeros, mentideros y poca cosa más para su asignación de dos pesetas
para gastos, cambió de psicología cuando se hizo soldado en guerra,
pero en función de ese escenario y de los reflejos que le despertaban la
convivencia con gente militar. En la vida privada seguía siendo un
muchacho inseguro en los ambientes donde no podía aplicar las ordenanzas
de Carlos III o los reglamentos militares particulares. En Melilla se
enamoró de una muchacha, Sofía Subirán, hija de un coronel, y ya muerto
Franco, la anciana ex cortejada de Franquito se confesaba a Vicente
Gracia: "¿Que cómo era Franco? Fino, muy fino. Atento, todo un
caballero. Si se enfadaba tenía un poco de genio, pero en plan fino.
Tenía mucho carácter y era muy amable. Entonces era delgadísimo. Parece
mentira como cambió luego. Conmigo era exageradamente atento. A veces te
fatigaba. Me trataba como a una persona mayor y eso que yo era casi una
niña... Estaba en la plaza de Melilla casi todos los días, el paseo por
las tardes o por las mañanas en el parque de Hernández... No, no me
contaba chistes, no tenía ocurrencias... Resultaba demasiado
serio para lo joven que era. Tal vez por eso no me gustaba, me aburría
un poco"... Y más adelante, doña Sofía sanciona: "Debió ser un buen
marido, sí. Aburridito el pobre, sí, pero bueno...".
Toda la inseguridad de Franco en la vida privada, entre civiles, se
convertía en su contrario
cuando entraba en el cuartel o en campaña. Tenía fama de reglamentista,
duro, implacable, exageradamente implacable hasta la crueldad, pero
también exigente consigo mismo y concienzudo en sus movimientos de
liturgia militar o de guerra. Y allí se construyó la base de su
pedestal, de oficial africanista, muy diferente a los otros militares echaos palante,
puteros, jugadores de la soldada, de valor caliente. Él antes de atacar
ponía los prismáticos entre él
y el enemigo. Los otros oficiales solían echarle muchos testículos al
asunto... Franco examinaba, calculaba y luego sacaba de su frenillo toda
la voz que podía para anunciar la carga. Esta diferencia de talante le
creó admiradores entre sus compañeros de mando más cabestros y entre la
alta oficialidad (Berenguer o Sanjurjo), que enseguida reconocieron en
él a un oficial con porvenir. Los indígenas decían que tenía baraka, algo así como buena suerte y que sabía manera,
es decir, que sabía mandar. La oficialidad africanista era muy dada al
autobombo propiciador de ascensos, hasta el punto de que los oficiales
de la Península se sintieron molestos y acusaban a sus compañeros en
campaña africana de exagerar hazañas para acumular méritos y ascensos.
Pero aquella oficialidad africana joven, respaldada por veteranos como
Millán Astray o Sanjurjo o los mismísimos Berenguer, Queipo de Llano,
Silvestre, ya empezaba a ser un grupo de presión dentro del Ejército, un
lobby como diríamos ahora, que tenía acceso directo al rey. Y el
propio rey bien pronto preguntaría por
Franquito, y le llamaba Franquito años después, cuando ya era general, y
no por la estatura, sino porque le hacía gracia lo grave que se ponía
aunque hablara de las plagas del cerezo, y el tonillo de gallego con las
palabras justas y la prudencia en el gatillo.
Abc fue un diario muy importante en la historia de España, lo
sigue siendo, y en la de Franco. De hecho el futuro generalísimo era
seguidor de Abc porque era el diario de su madre y porque le
emocionó aquella carta de Luca de Tena protestando contra la conjura
internacional antiespañola, a raíz del ajusticiamiento de Ferrer
Guardia, tras la Semana Trágica de 1909. Pero también debería a Abc
buena parte de su prestigio militar en la Península, cimentado por los
corresponsales del diario en la guerra de África y muy especialmente por
Tebib Arrumi, seudónimo de Ruiz Gallardón, abuelo del actual
antagonista de Leguina en el Gobierno de la comunidad autónoma de
Madrid. Entre los biógrafos más laudatorios de Franco aparece otro
abuelo de un nieto hoy importante, don Manuel Aznar, pretérita semilla
del actual José María Aznar, cabeza joven del PP.
También fue Abc quien utilizara por primera vez la calificación de caudillo aplicada a Franco. A raíz de su boda con doña Carmen Polo Meléndez Valdés, le llamaba el joven caudillo y con razón, porque era joven y había llegado a jefe de la Legión y a
emparentar con una rica familia de Oviedo, muy por encima de los niveles
de pequeñísima burguesía militar ferrolana de los Franco. Dos testimonios complementarios señalan ese salto de mando y estado de
los años veinte como la clave del progresivo acercamiento de Franquito a
¡Franco, Franco, Franco! Otra vez Guarner señala ese tiempo de glorioso
herido de guerra, destinado a Oviedo y prometido a doña Carmen, como el
arranque de su definitivo complejo de excelencia: "Desde entonces se
despertaron en él ambiciones ilimitadas y un inmenso complejo señoritil
de vanidad y presunción, rayando el narcisismo. Incluso había cambiado
su aspecto, adelgazando y ostentando fino bigotito. Medía
prudentemente todos sus pasos y acciones, y en Oviedo, en un destino
poco militar, como era la
zona de reclutamiento, podía aguardar tranquilamente ascensos sucesivos y
el acceso al generalato, figurando en la sociedad local, tan admirablemente retratada por Clarín en La Regenta, con aspiraciones a la mano de una señorita adinerada (con disminuida fortuna, de origen indiano),
en caudillo
y con razón, porque era joven y había llegado a jefe de la Legión y a
emparentar con una rica familia de Oviedo, muy por encima de los niveles
de pequeñísima burguesía militar ferrolana de los Franco.
Cuando el inconmensurable histrión que era
Millán Astray organizó, bajo el patrocinio regio, la Legión Extranjera,
imitada de Francia, escribió a los tres comandantes de Infanteria más
jóvenes para mandar banderas, pequeños batallones, y Franco mandó la primera de ellas, con imposición de una disciplina que rayaba en la crueldad. El pelotón de castigo
trabajaba duramente, con las mochilas rellenas de piedras, y eran
fusilados sistemáticamente los legionarios indisciplinados. Franco no
tuvo nunca prejuicios humanitarios. La compasión y la piedad ante los
sufrimientos de sus semejantes no entraban en su mentalidad. Se cubrió,
desde entonces, con una falsa máscara impasible y severa".
La boda de una Polo Meléndez Valdés no era un trueque desigual. Ella
portaba posibles y
apellidos sonoros, pero Franco ya era gentilhombre del rey. A la boda
asiste la familia del novio, menos el padre, desde 1907 residente en
Madrid, donde hacía vida marital con una buena mujer que tenía estudios
de maestra de escuela, aunque los Franco, menos Pilar Jaraiz, siempre
dijeron de ella que era una "chacha" que se había aprovechado del viejo.
La sobrina de Francisco Franco, Pilar Jaraiz, era una niña que formó
parte del cortejo de la novia y años después comentaría que, a partir de
aquel enlace, Franco se había ido distanciando de su familia ferrolana,
paulatinamente, entre 1923 y 1939; distanciamiento acentuado cuando los
Franco Polo emparentaron con los Martínez Bordiú, altos, bronceados,
con título nobiliario, frente a la gordura y la escasa estatura y la
drogadicción por el lacón con grelos de los Franco. A Francisco Franco
le gustaba el lacón, pero a doña Carmen le ponía nerviosa.

En Historia de una disidencia,
la sobrina socialista de Franco, Pilar Jaraiz, hija de doña
Pilar y reinstauradora del PSOE en Barcelona en los años del
tardofranquismo, escribe: "Nostalgia del tiempo pasado, sí, y desencanto
del tiempo que había de venir. Porque, recordando ahora
todo lo que allí pasó, pienso en los cambios que experimentan las
personas. ¿Por qué los protagonistas de aquellos acontecimientos
llegaron a convertirse en unos seres extraños a mí?, ajenos. Y no lo
digo como es natural por mi abuela, que siguió siendo la misma hasta su
muerte. Pero ¿y los demás? ¿Qué se hizo del cariño, de la intimidad que
nos unía? ¿Qué de la confianza y de la llaneza en el trato? ¿A qué vino
más tarde tanta sequedad y dureza? Porque es lo cierto que hasta a mi
madre se la recibía a veces a regañadientes. A mi madre, la única
hermana del jefe del Estado y en cuya casa habían pasado tantas
temporadas e incluso durante una de sus estancias se había operado mi
tía Carmen de las amígdalas y mis padres les habían cedido su propio
cuarto. Dígase lo que se diga, la actitud de despego no partió de mí
cuando empecé a
concienciarme. Tampoco yo entonces era la misma. Pero el cambio de
posición hizo de aquella
familia unos seres llenos de despego, inamistosos, altaneros. ¿Por qué?
¿Les parecíamos poco?
¿Ambicionaban alternar con personas de mayor alcurnia? ¿Tanto había
cambiado Franco desde que asumió la jefatura del Estado? ¿Y la familia
Polo? ¿Qué se hizo de su trato cortés y amable?
¿Dónde quedaba su cariño? Y mirándolo desde otro punto de vista, ¿cuál
había sido nuestro
delito?, ¿les habíamos hecho algún daño? o ¿es que nuestra posición
social les parecía poco?".

Complementa la impresión de Guarner o la de Pilar Jaraiz el testimonio
de Hidalgo de Cisneros, oficial aviador, piloto de hidroaviones durante
la guerra de África: "También hice varios viajes con Francisco Franco,
que había ascendido aquellos días a
teniente coronel, y por el cual nunca sentí la menor simpatía. En la
base de Mar Chica lo detestábamos, empezando por su hermano Ramón, con
el que casi no se hablaba. Cuando pedían un
hidro para el teniente coronel Francisco Franco, todos procurábamos
eludir el servicio, pues
nos molestaba su actitud. Llegaba a la base siempre puntualísimo y
siempre serio. Muy estirado, para parecer más alto y disimular su
tripita ya incipiente. Según nos decía su hermano, siempre tuvo el
complejo de su pequeña estatura y de su tendencia a engordar. Nos
saludaba muy reglamentario, ponía mala cara o decía algo desagradable si
el hidro no estaba listo. Montaba al lado del piloto y no soltaba
palabra hasta llegar al sitio de destino. Allí se despedía también muy
militarmente, sin haber abandonado un solo instante su aspecto
antipático de persona perfecta. No recuerdo nunca haberlo visto sonreír
ni tener un gesto amable o humano. Con sus compañeros del Tercio era
igual o quizá más seco; se veía que lo respetaban y temían, pues como
militar tenía mucho prestigio, pero sin la menor muestra de amistad o de
afecto. Franco es antipático desde que era célula". Pero la hagiografía franquista opone a estas apariencias,
posiblemente interesadas, comentarios como el de Petain,que conoció a
Franco en las campañas africanas y que, después de la batalla de
Alhucemas, dijo de él: "Es la espada más limpia de Europa".

Con la familia en una imagen navideña. (Archivo de la Biblioteca Nacional).
|
Tras la batalla de Alhucemas, que compensaba el desastre de El Annual e
iniciaba el principio
del fin de las guerras africanas, Franco asciende a general. Ya es el
general más joven de Europa y, con Goded, el militar joven más valorado
por los entendidos. De ahí que no sorprendiera a nadie que, mientras
Goded se llevaba con el general Primo de Rivera las glorias de ultimar
la pacificación en Marruecos, a Franco se le encargara la Academia
Militar de Zaragoza. Ya pocos le llamaban Franquito. Los más viejos de
la milicia. El personaje ha cambiado. En Madrid se codea con la
oligarquía asturiana (su mujer), la Casa Real, la alta oficialidad y
hasta asiste a una tertulia política en casa del ex ministro Natalio
Rivas. Allí aparece por primera vez un Franco locuaz, que no siempre
calla ante lo que no entiende. Es el mismo Franco locuaz que tratará de
dar una lección de economía a Calvo Sotelo, dejándole perplejo ante una
exhibición de nacionalismo económico autárquico que desbordaba el
talante no excesivamente abierto del señor ministro. También salió de
actor de cine en una sobremesa de casa de Natalio Rivas y presumía de
ser un buen filmador de escenas de lo cotidiano, coincidente con Lenin
en la importancia propagandística que iba a adquirir el aún llamado
séptimo arte. Como director de la academia persiguió las novatadas y la
sífilis, dos de sus cuatro obsesiones persecutorias. Las otras dos, el
comunismo y la masonería. Las novatadas, porque las había padecido; la
sífilis, porque la temía como una consecuencia de los desórdenes de la
sexualidad. El comunismo, porque leía una revista francesa dedicada a
impedir que la Tercera Internacional penetrara en los ejércitos de
Europa, revista a la que le había suscrito Primo de Rivera. Su odio a la
masonería es consecuencia de lo que aprendió en los libros de devoción y
desinformación histórica de su infancia y del espectáculo de la
masonería influyendo en carreras militares y en la ruina del imperio
español. Pero la masonería siempre le siguió como una sombra. Su hermano
Ramón fue masón. Su padre admiraba a los masones y despreciaba a
Paquito como político. Uno de los más importantes jefes sindicales
fraguados en la Cruzada, Salvador Merino, resultó ser masón. Su
fotógrafo particular, Campúa, había sido masón, y tanto doña Carmen como
su hija siempre desconfiaron de que hubiera dejado de serlo. En cuanto a
la sífilis también se burló alguna vez de sus terrores. Paul Preston,
del que está anunciada una inmediata biografia de Franco, me contaba que
altísimos cargos del franquismo de después de la guerra fueron
contagiados por la misma espía del Intelligence Service.
Durante su etapa al frente de la Academia Militar de Zaragoza se
convierte en un punto de referencia social en la ciudad. Se codea con lo
mejorcito, aunque de vez en cuando vaya en coche hasta Valencia a ver a
Nicolás, que trabaja como ingeniero naval en una empresa de Juan March,
o a Madrid, a comerse el lacón con grelos que tan excelentemente hacía
su hermana Pilar. Su sobrina Pilar Jaraiz Franco sigue haciéndolo
estupéndamente. En Zaragoza, Franco es una figura social y militar,
consultado mediante los rudimentarios teléfonos de la época por los
altos oficiales que desde Madrid asistían nerviosos a la caída de la
dictadura, el desgaste del rey: "¿Tú que harías si se provoca la caída
del rey?", le preguntan Berenguer y Millán Astray. Y él contesta con
otra pregunta: "¿Qué haría Sanjurjo?". Le contestan: "Nada". Pues si
Sanjurjo, que es el jefe de la Guardia Civil, no iba a hacer nada, Franquito
tampoco.
Y cae el rey y llega la República, y Azaña le cierra la academia. Pobre
Azaña, Franco no le cazó nunca para hacerle pagar esta agresión a su
ilusión y su soberbia, pero sí cazó a su cuñado Rivas Cheriff, en el
mismo lote de Companys, Juan Peiró y Julián Zugazagoitia, devueltos por
la Gestapo alemana a la gestapo franquista. Los tres políticos
fueron fusilados. Rivas Cheriff, sin otras responsabilidades que haber
sido hombre de teatro y secretario de su cuñado Azaña, pasó largos,
larguísimos años en el penal del Dueso. Azaña y Prieto sabían que Franco
era el militar más peligroso, mal compensado por el republicanismo de
su hermano Ramón, autor de una de las exposiciones más insultantes que
jamás nadie se atreviera a hacer a ¡Franco, Franco, Franco!: "Si
desciendes de tu tronito de general y te das un paseo por el Estado
llano de capitanes y tenientes, verás que pocos piensan como tú y cuán
cerca estamos de
la República", y tras este toque lo deja para el arrastre: "Como estoy
profundamente convencido de que los males de España no se curan con la
monarquía, por eso soy republicano, ¿está bien
claro? Creo sería una gran desdicha para España que perdurase la
monarquía. Hoy se es más patriota siendo republicano que siendo
monárquico, pero claro es, esto es incomprensible cuando la vida que se
ha creado uno le lleva a tratarse con las clases aristocráticas y más
acomodadas del país, como te pasa a ti".
"Todavía es tiempo de que rectifiques tu conducta y no pierdas el tuyo
en vanos consejos de
burgués. Tu figura, al lado de la República, se agigantaría; al lado de
la monarquía, pierdes los laureles tan bien ganados en Marruecos. Si te
gusta una postura más cómoda, más de cuco, siéntete constitucionalista
como han hecho muchos políticos viejos y conviértete en censor de la
pureza de las nuevas elecciones, y no olvides que se puede ser amigo de
la persona del rey —aunque el monarca no lo sea tuyo— y ser un buen
republicano. A la República no debe irse por odios, solamente por
ideales, y cuanto más amigo se fuere del rey y más favores se hayan
alcanzado de él, más mérito tiene ser republicano".
Ni caso. Pero por si las moscas, cuando su hermano Ramón tuvo que exilarse, Paquito le
mandó 2.000 pesetas porque un Franco no debe hacer el ridículo en el
extranjero, aunque sea republicano, masón y
anarquista, futuro diputado de Esquerra Republicana y colaborador de
Blas Infante en el renacimiento de Al Andalus. Tampoco se subleva Franco
con Sanjurjo en 1932, pero ayuda a reprimir salvajemente la revuelta
asturiana de 1934, la Legión por delante, la misma Legión a la que había
permitido cortar orejas y cabezas de los moros muertos o acuchillarlos in situ si se ponían plañideramente pesados (lean, si quieren comprobarlo, la primera edición de Diario de una bandera).
Así como Kindelán, Mola, Orgaz, Galera, Barba... estuvieron conspirando
contra la República desde que fue proclamada, Franco se dejaba querer y
ayudaba indirectamente, devolviendo posiciones claves a militares
antirrepublicanos durante su etapa de jefe de Estado Mayor a las órdenes
del ministro Gil-Robles. Se dejaba querer y tardó en subirse a la
conspiración del 36, hasta el punto de que sus compañeros de conjura
llegaron a llamarle Miss Canarias por lo mucho que se dejaba cortejar, y
Queipo, cuando supo que Franco se había cortado el bigote para subir al
Dragon Rapide y así poder encabezar la Cruzada desde África,
comentó: "Ese bigote es lo único que Franco ha sacrificado por el
Alzamiento". No era cierto. Se jugaba una carrera militar, aunque don
Juan March ya le había prometido cubrirle las espaldas en caso de
fracaso y exilio. Se suma al alzamiento a las órdenes de Sanjurjo,
porque Goded no hubiera tolerado que lo encabezara Franco, y las
simpatías de Franco por Goded eran equivalentes. "No hay mal que por
bien no venga", es una frase constante en boca y pluma de Franco y la
pronuncia cuando se le mueren Sanjurjo, Mola, o le matan, muchos años
después, a su mano derecha, Carrero Blanco. Tiene algo de síndrome de
viuda, desconsolada en un primer momento, pero consciente de que la
desaparición del marido le va a dejar un espacio libre que podrá
recuperar.
La muerte de Sanjurjo, el fracaso y fusilamiento de Goded en Barcelona y la poca ambición de
Mola le convierten en el jefe in péctore del bando rebelde, por
más que, necesitado siempre de poseer la razón jurídica, llamara
rebeldes a los otros, a los que defendían el
Gobierno legítimo de la República. Esta curiosa contradicción la observó
el mismísimo Serrano Súñer, su cuñado, quien junto a Nicolás Franco y
Matilde Fuset componen la tríada de pigmaliones que hicieron de aquel
caudillo militar un caudillo político. Al recibir el mando único de los
ejércitos y posteriormente del conglomerado político que respaldaba la
Cruzada, Franco deja de ser responsable ante los hombres y ya sólo lo
será ante Dios y ante la historia.
La jerarquía católica española le pone bajo palio, cerrando los ojos a
los horrores que está
causando la Cruzada y a los que causará en una de las posguerras más
largas de la historia de la humanidad. Franco ya ha dejado de ser, para
siempre, Franquito, y cuando él lo olvide, momentáneamente, la señora,
es decir, doña Carmen Polo, se lo recordará. Es un rey sin corona que
juega con el aspirante a rey, don Juan, entre 1939 y 1946: Franco de
ratón y don Juan de gato; pero a partir del encuentro en el Azor
de 1948 y del respaldo norteamericano y vaticanista de los primeros años
cincuenta, Franco será el gato y don Juan el ratón. Por eso alguna vez
Franco dijo: "yo no seré nunca una reina madre".
¿Cómo iba a ser una reina madre un hombre cuya estatura personal,
militar, providencial sería jaleada como si se tratara de un dios o a lo
sumo la estatua de Dios en una perpetua procesión de Semana Santa? "Oh,
ruina del Alcázar./ Yo mirarte no puedo, / convulsa flor de otoño, sin
asombro / Vivero de esforzados capitanes. / Nido de gavilanes. / Huevo
de águila: Franco es el que nombro".
De momento Gerardo Diego ya le ha confesado su amor. Pero atiendan al
rosario de declaraciones: "El Caudillo es como la encarnación de la
patria y tiene el poder recibido por Dios para gobernarnos..." (del Catecismo patriótico español,
publicado en Salamanca en 1939). Ridruejo tampoco se había quedado
corto: "Padre de paz en armas, tu bravura / ya en Occidente extrema la
sorpresa, / en Levante dilata la hermosura...". La Estafeta Literaria lo compara con Cervantes, sin duda tras haber leído Diario de una bandera o Raza.
Manuel Aznar, un galápago de mucho cuidado, proclama que Franco era
arquitecto de capitanes de la historia y que su espada estaba por encima
de la que había vencido a los sarracenos en las Navas de Tolosa.
Cunqueiro, Álvaro, tuvo un orgasmo y, tras sostener que Franco era el
Sol, añadía que la mirada del Señor le escogió entre los soldados: "De
ella está ungido. El Señor bruñó su espada y el santo Uriel arcángel le
enseñó a pasearse entre las llamas...". Laín
Entralgo afirma que al burgués y al empresario hay que oponerle el
modelo de jefe, "... más acorde con nuestro concepto militar de la
vida". Pero quizá nadie como Pemán y Ernesto Jiménez Caballero para
poner las cosas en su sitio. Empecemos por Jiménez Caballero, el
partidario de casar a Pilar Primo de Rivera con Hitler y de masculinizar
la Falange hasta el punto de llamarla Falanjo: "Nosotros hemos visto
caer lágrimas de Franco sobre el cuerpo de esta madre, de esta mujer, de
esta hija suya que es España, mientras en las manos le corría la sangre
y el dolor del sacro cuerpo en estertores. ¿Quién se ha metido en las
entrañas de España como Franco, hasta el punto de no saber ya si Franco
es España o España es Franco? ¡Oh, Franco, caudillo nuestro, padre de
España! ¡Adelante! ¡Atrás, canallas y sabandijas del mundo!".
En cuanto a Pemán, a él se debe uno de los botafumeiros más
impresionantes que perfumaron de incienso la efigie del Caudillo y
avalaron aquel ¡Franco, Franco, Franco! con que las notas de prensa
resumían la aclamación popular, en recuerdo de la eufonía del Sanctus, sanctus, sanctus:
"Sabe marchar bajo palio con ese paso natural y exacto que parece que
va sometiéndose por España y disculpándose por él. Se le transparenta en
el gesto paternal la clara conciencia de lo que tiene de ancha
totalidad nacional la obra que él resume y preside. Parece que lleva
consigo a todas las ceremonias y liturgias protocolarias el honor de los
caídos.
Parece que lleva, sobre su pecho, la laureada como ofreciéndosela, un
poco, a todos. Éste era el caudillo que necesitaba esta hora de España,
difícil, delicada y de frágil tratamiento, como toda contienda civil.
Todo, la guerra o la integración, el avance cotidiano
o el cotidiano gobierno, había que manipularlo con mano firme y suave.
Se necesitaba un hombre
cuya imparcialidad fuera absoluta, cuya energía fuese serena, cuya
paciencia fuese total. Había que tener un pulso exacto para combatir sin
odio y atraer sin remordimiento. Había que escuchar a todos y no
transigir con nadie. Había que llevar hacia allí, en dosis exactas, el
perdón, el castigo y la catequesis; como hacia aquí, en exactas
paridades, la camisa azul, la boina roja
y la estrella de capitán general. Conquistó la zona roja como si la
acariciara: ahorrando vidas, limitando bombardeos. No se dejó arrebatar
nunca porque estaba seguro de España y de sí mismo. Éste es Francisco
Franco, Caudillo de España. Concedámosle, españoles, el ancho y
silencioso crédito que se tiene ganado. En Viñuelas hay un hombre que
sabe dónde va. Que lo supo siempre. Y que, gracias a su paso inalterable
sobre toda impaciencia, nos devolvió a España a su tiempo y nos rescató
intactas muchas cosas que estuvieron en gran peligro. Lo que hizo en la
guerra, lo hará en la paz".

Enriquecido por la aportación política de su cuñado Ramón Serrano Súñer, Franco a
medida que crecía bajo el palio buscaba colaboradores aduladores,
militantes en aquella cruzada de la adulación a la que se refirió
su propio cuñado. Pacón, el teniente general Francisco Franco Salgado
Araujo, en sus memorias póstumas, se hace cruces sobre la insensibilidad
de su primo para darse cuenta de tanto pelotilleo. No hay que olvidar
que a lo largo de su caudillaje, ya no Franquito, ya definitivamente
¡Franco, Franco, Franco!, fue comparado con Napoleón, Fernando el
Católico, el Gran Capitán, Agamenón (difícil de entender), César,
Almanzor, Federico II de Prusia, Recaredo... El cardenal Plà y Daniel
aprovechó el sermón de bodas dirigido a Carmen Franco y el marqués de
Villaverde para equiparar la pareja de la Virgen María y san José con la
de Franco y doña Carmen, y entre las metáforas la lista da que pensar
sobre la poesía como laboratorio del lenguaje: "... desde 'padre
adoptivo de la provincia' hasta 'la figura más importante del siglo XX',
pasando por 'espiga de la paz', 'vencedor del dragón de siete colas',
'el cirujano necesario', 'el gran arquitecto', 'el redentor de los
presos', 'guerrero elegido por la gracia de Dios', 'vencedor de la
muerte', '... el que sube las cuestas que es un contento',
'clínicamente: genial', 'enviado de Dios', 'padre que ama y vigila',
'voz de hierro', 'centinela de Occidente', cientos, miles de imágenes de
esplendor y gloria".
Pero yo me quedo con aquella perla que le dedicara Joaquín Arrarás
cuando lo imaginaba conduciendo la nave de la nueva España, la nave de
la muerte, la tortura, la expatriación, la desidentificación para tantos
de sus compatriotas: "Timonel de la dulce sonrisa".
Manuel Vázquez Montalbán
(1939 - 2003)
No hay comentarios:
Publicar un comentario