Cuando sus bisnietos lo sacaban al sol, y los críos nos acercábamos a él, solía decirnos, con un gesto pícaro, en su ya pastosa media lengua, siempre la misma frase que nunca terminábamos de entender, hasta que cuando falleció y nos acercamos a darle el pésame a la familia, alguno de nosotros (no recuerdo quién) le preguntó a uno de los familiares si sabía cuál era exactamente la frase que el anciano decía a los chiquillos.
Sí -dijo:
"Diez en las manos, diez en los pies,
la puntita y los huevos, son veintitrés"
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