10/6/18

"EL MIRAPOLLAS"

Antaño, en los bajos de la Plaza del Príncipe de Asturias, en Santa Cruz de Tenerife, había unos urinarios, más tarde denominados servicios públicos, a los que se accedía, bien a nivel de la calle José Murphy, o bajando por unas escaleras interiores desde la propia plaza.


En principio, tanto el de hombres como el de mujeres tenían una persona (varón él, hembra ella) encargada de su vigilancia, limpieza y mantenimiento, pero con los años aquellos dos puestos de trabajo desaparecieron.

Por último, antes de que decidieran clausurarlos definitivamente, no sé quién abría y cerraba aquellos servicios, ni quién se encargaba de acometer su limpieza, pero durante todo el día no había nadie pendiente como antaño, lo que propició que una serie de personajes pulularan por allí.


Uno de ellos era un individuo delgado, bajito, de mediana edad, un voyeur impenitente
que vivía atento a los varones que entraban a mear, y cada vez que llegaba alguno, se apresuraba a colocarse a su lado a toda pastilla para echar alguna miradita.

Aquel día, jóvenes aún, entramos al unísono a eliminar potasio mi amigo F y yo, cuando, a rabillo de ojo vi llegar al "mirapollas" que, más contento que unas pascuas por aquella función en "estéreo", se colocó entre ambos.


Cuando terminé la micción y sacudí el miembro, como mandan los cánones, para eliminar todo resto de  orina, el "mirapollas" dijo:

- No hace falta que la suenes, que es buena.

Me quedé tan cortado que fui incapaz de responderle.

"En ocasiones, cuando se plantean cuestiones indiscretas, 
se es incapaz de responder porque lo absurdo ni se resuelve ni se explica".
Mijail Bakunin

Y entonces dirigió la vista hacia los bajos de mi amigo F que seguía meando, y qué, al verse observado tan descaradamente no pudo contenerse, se giró y terminó meándole los zapatos.

Yo pensé que se iba a armar la de Dios es Cristo, pero contra todo pronóstico, al "mirapollas", en lugar de crispársele el rostro por el enfado, se le iluminó con una gran sonrisa. Y es que, alucinado, no podía apartar la mirada de aquella manguera que regaba sus pies.


Citizen Plof

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