Por los cuarteles de la milicia cristiana del NPF de Teleskoff -un lugar jocosamente bautizado como Disneywar por los reporteros de guerra veteranos- habían desfilado a finales del pasado año más de trescientos cincuenta periodistas.
Durante más de un año, el único trabajo relevante de los soldados asirios de las NPF desplegados en Teleskoff consistía en organizar un 'tour” para estos reporteros de Occidente ansiosos por volver a sus países con las preceptivas postales bélicas.
La visita guiada incluía una parada en los cuarteles de otra milicia asiria conocida como Dwekh Nawsha. Los voluntarios que servían en ella no estaban tan siquiera autorizados a poner un pie en el frente y sus atribuciones militares eran nulas, pero hasta hace poco, era la única guardia paramilitar del Kurdistán que aceptaba a extranjeros, lo que terminó por convertirla en una de las más solicitadas por los medios de Occidente.
En efecto, hasta la ofensiva de Mosul del pasado otoño, no hubo un sólo diario 'prestigioso' del planeta que no tratara de identificar a uno o varios compatriotas, para, a renglón seguido, retratarlos en posiciones de combate o plantando cara al ISIS en algún rincón del Kurdistán de Irak.
Las simpatías que estos voluntarios de Occidente suscitaron en sus respectivos países fueron tales que pocos medios de comunicación se sustrajeron a la tentación de referirse a ellos en un tono laudatorio. “Media docena de los héroes que luchan en Irak contra el Estado Islámico son anglosajones”, aseguraba en grandes titulares el Express, en junio de 2015, como quien saca pecho en una suerte de paraolimpiadas para soldados de fortuna.
A todos los efectos se insinuaba que el peso de la lucha recaía parcialmente en un puñado de hombres blancos a los que se había confiado la responsabilidad de preparar a los ineptos kurdos y árabes y preservar la cristiandad de Oriente Medio.
Los héroes nacionales
España, por supuesto, no fue menos. Y desde que la Prensa detectó en Irak la presencia de varios españoles los perfiles apologéticos de los “héroes nacionales” comenzaron a menudear en radios y en publicaciones. Con los dedos de la mano pueden contarse los medios que analizaron la conveniencia de esa presencia extranjera, y menos todavía, los que se molestaron en comprobar el hecho cierto de que la mayoría de esos “héroes” no habían visitado nunca un frente activo y menos todavía, intercambiado fuego real hasta finales del pasado año.
Los que se unieron a la milicia de Dwekh Nawsha ni siquiera estaban oficialmente autorizados a acercarse a la primera línea del frente, situada a algo más de tres kilómetros de su cuartel de Bakufa, pese a que muchos se pavoneaban e insinuaban lo contrario en las páginas creadas en las redes sociales.
En medio de toda esta vorágine, algunos medios españoles presentaron como un héroe a un ex convicto vinculado a La Falange y grupos nazis al que Público identificó, del mismo modo que la Prensa anglosajona glosó generosamente la presencia del británico Jim Atherton, a quienes muchos medios ensalzaron como un modelo humano de altruismo, sin detenerse siquiera a indagar en su pasado skinhead o en las verdaderas pulsiones islamófobas que lo alentaban.
Otros voluntarios europeos que se enrolaron en Dwekh Nawsha tenían un pasado ultra en el que el grueso de los medios no excarvaron, ocupados como estaban en ponerle rostro humano y nacional a ese conflicto.
“Y mientras la mayoría de los periodistas de Occidente se quedaban en la retaguardia o invertían su energía en encontrar a compatriotas, la responsabilidad de cubrir los acontecimientos del frente recaía a menudo en los reporteros kurdos o unos pocos corresponsales de prestigio”, nos dice una conocida presentadora de un canal de televisión con base en Dahok.
“Si echa un vistazo al listado de los profesionales muertos o heridos en el frente kurdo durante los dos últimos años verá que casi todos, si no todos, son nativos. Claro que tampoco nos sorprende que muchos de los europeos hayan decidido no correr riesgos porque nos consta que la mayoría de free-lance trabajan en condiciones económicas y con medios notablemente peores que los nuestros”.
Esta periodista de origen turcómano no exagera. Hasta cincuenta euros por pieza pagaban algunos medios digitales, según llegó a denunciar el periodista español Antonio Pampliega, antes de su secuestro. Algunos jóenes free-lance incluso regalaban su trabajo.
“Yo aproveché mi estancia en el sureste de Anatolia, en Gaziantep, gracias a un proyecto de voluntariado para hacer unos cuantos reportajes sobre asuntos jugosos que salieron a mi paso, pero nunca logré dar con un medio que me pagara por ellos”, nos dice una joven periodista malagueña, Olalla Negrete.
“Yo aproveché mi estancia en el sureste de Anatolia, en Gaziantep, gracias a un proyecto de voluntariado para hacer unos cuantos reportajes sobre asuntos jugosos que salieron a mi paso, pero nunca logré dar con un medio que me pagara por ellos”, nos dice una joven periodista malagueña, Olalla Negrete.
“Es verdad que la recesión ha puesto patas arriba nuestra profesión, pero también lo es que las empresas se han aprovechado descaradamente de esta situación para obtener mano de obra gratuita. Que no se olviden nunca de que somos la futura generación de periodistas y de que se nos ha privado incluso del derecho a formarnos y a evolucionar”.
No es difícil trazar la relación entre la [mala] calidad de los contenidos producidos desde el frente y las precarias condiciones de inseguridad y “cuasi esclavitud” en las que los periodistas desarrollan su trabajo. Las agencias, los refritos y los llamados “corta-pegas” han reemplazado a las “fuentes solventes”. Y los pocos free-lance que trabajan aún sobre el terreno están forzados a menudo a “hinchar el perro” o a apostar por historias “de interés”, capaces de competir en una jungla dominada por la víscera y por el degradado formato comunicacional del “meme-tweet”. La mayor parte de los medios han asumido que el contexto no proporciona clicks.
Y si lees, contribuye
Vistas las circunstancias, el director del semanario CTXT, Miguel Mora, cree que la figura del corresponsal, tal y como la habíamos conocido, está en vías de extinción, mientras el mercado va camino de convertir a una generación entera de reporteros en mártires de la inteligencia, franqueando el paso de ese modo a las mentiras oficiales y a las informaciones fragmentarias concebidas para atizar la víscera y aumentar los “me gusta”. ¿A quién le importan las razones que motivaron la creación de esas milicias cuando hay un legionario pegando tiros en el frente? “La precarización -nos dice Mora- comenzó ya hace diez años cuando las redacciones decidieron reemplazar a veteranos redactores senior por jóvenes sin experiencia que, de facto, trabajaban como empaquetadores de contenidos.
El cambio coincidió en el tiempo con la estafa de la recesión, consecuencia de un capitalismo sádico y virulento que terminó impregnándolo todo. Teníamos, por una parte, a directivos recibiendo sueldos astronómicos mientras se ponía en marcha una oleada brutal de despidos y se recortaba al mismo tiempo la masa salarial del resto de trabajadores.
Yo mismo tenía un contrato de corresponsal que me cancelaron unilateralmente. Toda esta situación provocó la irrupción en el mercado de nuevos medios digitales como CTXT, creados por los propios periodistas”. Preservar la calidad del periodismo y proteger los medios y los profesionales que todavía están dispuestos a hacer frente a los grandes nodos institucionales de manipulación de la opinión pública exige, en opinión de Mora, el compromiso de los lectores con estos nuevos diarios que se han negado a doblegarse a los poderes que tutelan a buena parte de los medios “mainstream”.
“No hay que olvidar -añade- que la Prensa de la derecha no tienen ningún problema en hacer publicidad oculta de los anunciantes IBEX. Como suele decir un buen amigo, sólo están en paro los periodistas de la izquierda porque los conservadores han sido generosamente financiados por el poder establecido”.
Al igual que el director de Contexto, el reportero Karlos Zurutuza piensa que en las actuales circunstancias, no hay mejor manera de que el pueblo recupere su voz que retribuir y apoyar a los medios que la amplifican. “Esto es algo que muchos vascos sabemos bien. En Euskadi hay una sociedad muy bien articulada que entendió desde un principio que debía contribuir a mantener proyectos como Egin o, más tarde, Gara en una situación de permanente restricción de las libertades de expresión a la que ya estábamos acostumbrados mucho antes de que los españoles se escandalizaran con la Ley Mordaza”, asegura el periodista.
FUENTE: publico.es
Ferrán Barber
Barcelona - 24/03/2017