La verdad es que, aunque hace al menos diez años que nos conocemos, nuestra relación se limitaba a los saludos de rigor y alguna conversación circunstancial, pero nunca habíamos hablado largo y tendido.
Me asombró su defensa a ultranza de Mariano Rajoy y de su gobierno, su certeza de que todo lo que habían hecho (y cambiado de sitio) era en beneficio del país, y su claro posicionamiento a favor el Partido Popular y del neoliberalismo imperante. Hasta aquí, todo más o menos correcto, cada cual es libre de tragarse las ruedas de molino que le dé la gana, pero cuando yo me identifiqué políticamente como un ácrata contumaz, desencantado con el país, con su pseudodemocracia, harto de los políticos, de los poderosos, de la iglesia y de la monarquía, su sonrisa trocó en un gesto torvo, y me espetó:
- ¡Es que tú eres de "los contrarios"!
Me desarmó con aquella contundencia y decidí callarme. Entendí que para "ellos", los herederos del régimen franquista, aún existía una guerra abierta, y que todos los que no comulgamos con sus postulados, su intransigencia, sus posturas racistas, su prepotencia y su necesad, somos "los contrarios" o lo que es lo mismo, "el enemigo": aquéllos contra los que lucharán hasta la última gota (de sangre, de agua o de petróleo) para que no medremos jamás en un país que siguen considerando suyo.
Citizen Plof
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