LA RAZÓN EXISTENCIAL DE UN ESTADO ES EL CUIDADO Y LA PROTECCIÓN DE TODOS LOS CIUDADANOS NACIDOS EN SU TERRITORIO.
Lo he escrito así, con mayúsculas, para que se recuerde por lo menos hasta el final del artículo. Algo más, en fin, que el resto de las cosas que digo. Y esa tarea implica la garantía:
- De sus derechos fundamentales al pan, al trabajo digno
y al techo.
- A la libertad de pensamiento y de libre circulación.
- A la salud y a la educación.
Por eso, a ello se comprometen TODAS LAS CONSTITUCIONES o nadie las aceptaría. Incluso la putrefacta Constitución de 1978 garantiza todas esas cosas con su meliflua letra redondilla.
Pero luego, los políticos al timón del Estado, cual si fueran al mando de un bajel corsario, no cumplen sus obligaciones con las más variadas excusas, siendo la más ususal el: "Hemos de salvar España, y no a los españoles". Como si España fuera otra cosa que la suma de todos los españoles y el suelo que pisan desde hace siglos.
Un estado que no cumple ni pretende cumplir con las garantías de los derechos básicos ciudadanos del país que administra no merece seguir existiendo, pues de fungir de padre de todos nosotros deviene pastor de rebaños, rebaños que acaban por ser propiedad de unos pocos acaudalados plutócratas.
Como resulta cada vez más obvio para el que tenga al menos un ojo abierto debajo de la frente, en España no existe un régimen democrático, sino uno plutocrático. Aquí mandan los ricos aunque lo hagan detrás de siete velos, como se ocultaba el vicioso coño de la puta Salomé; admirados ricachones, aunque el dinero que poseen lo obtengan del tráfico de drogas, y no de su modélica genialidad y perseverancia como empresarios textiles o farmacéuticos; aunque defrauden a todos los que confían en ellos y los estafen.
Es constatable que el Estado, sin vacilación, sigue actuando al fiel servicio de la plutocracia como si ese grupo de maleantes fueran poco menos que los padres de la Patria. Todos al unísono: Rey, Gobierno, políticos, jueces, funcionarios. Absolutamente todos. Unos son plenamente conscientes de ello, como el patán de la Zarzuela. Y otros lo ignoran, como el policía que cumple con sus funciones represoras, sin pararse a pensar si lo que hace tiene sentido o no, víctima de la falta de educación, de información para decidir y ser responsable. A él le han dicho que el rasta al que aporrea puede ser un peligroso terrorista que pretende crear el caos social. Y le atiza con esa saña socialmente sanadora característica del ignorante.
El Estado español --todos, en realidad-- protege sólo los intereses de los plutócratas, ese colectivo de banqueros, millonarios, jerarcas del IBEX35, que se reúnen periódicamente para tomar decisiones, maquinar sobre precios y escaseces o sobre lo que se debe legislar en el Parlamento, derecho que se autootorgan porque son los más listos, los más sinvergüenzas de todos, y porque no se detienen ante nada con tal de conservar su poder, ya sean el soborno, la extorsión o el asesinato.
El gran defecto, la pata coja de la mesa, el punto débil de la Plutocracia, es su avaricia desmedida. Los plutócratas no tienen límite en su afán de poseer más y, lo que es peor, de que la diferencia entre ellos y el ciudadano llano sea lo mayor posible. Que el índice de Gini del país alcance su valor máximo, CIEN. Porque eso es un plutócrata: el que lo desea todo para sí y nada para los demás. No sólo para comprar voluntades, el calor de hembras que genéticamente no merece o la adulación de sus voceros, sino el placer de contemplar la miseria ajena, la angustia, el dolor ilimitado, y saber que él ha sido uno de los causantes directos.
Y tanto exageran los plutócratas en sus afanes expoliadores y destructivos que, al final, la ficción democrática que financian, la tramoya del teatrillo, el velo que han extendido para protegerse, acaba por ser insuficiente para engañar a los ciudadanos, que adquieren el poder de ver, como por rayos X, a través de cortinas y muros, hartos de comprobar que todos los caminos conducen a la ruina y al hambre.
Los ciudadanos, como ratas en un laberinto, han intentado transitar por todas las vías que les permite la democracia parlamentaria monarco-autonomista para remediar su situación desesperada. El paroxismo se ha alcanzado estas últimas elecciones en las que la diversidad ideológica y social ha dividido a los españoles en sus tres tendencias sociales: Los conservadores de su propio bienestar (¡y jódanse los demás!), votantes del PP, PNV y Convergencia; los oportunistas vendedores de crecepelos, votantes del PSOE, Ciudadanos, ERC y CC; y los progresistas, votantes de Podemos, IU y Bildu. Y no hay nada más a la izquierda: ningún partido revolucionario, nadie que proponga salir de la Eurozona, nacionalizar la banca y recuperar la soberanía nacional. Por eso, en cuanto la plebe vea que nada cambia, la función habrá terminado. Va a ser cuestión de meses el que comprueben que todos los partidos, hasta los aparentemente más revolucionarios, dependen de la banca y del IBEX. Que todos son castuzos políticos, que están endeudados desde el principio de sus existencias, comprados, cautivos, vendidos y muy contentos. Porque la Plutocracia lo controla todo. El poder del dinero es imparable, como una primera meada matutina.
No conozco el futuro, pero sí algunas cosas inevitables: que a una persona se la puede engañar un número limitado de veces con el mismo cuento. Y también sé que todo desengañado es un hombre peligroso, porque su pensamiento empieza a volar libre. Cuando en España haya el número suficiente de desengañados llegará la hora de las conmociones, las sorpresas y los sustos, las carreras arriba y abajo. Y llegará la hora de las horcas. Pues sólo las horcas curan esta clase de heridas. O al menos las cauterizan para que no sangren más durante mucho tiempo.
Que os vaya bien a todos.
Ciudadano chihuahua, pequeñito pero muy cabreado.
MALDITO HIJO DE PERRA
NOTA: "La Tercera Guerra mundial estallará cuando todo lo demás haya fallado". (Gerard Celente)
Pues ahí estamos.
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