Don Éste y Don Aquél hablaban animadamente sobre las próximas elecciones. Don Éste se identificó siempre con ese mismo punto geográfico (mirándo el mapa de frente, se entiende) y Don Aquél, con el opuesto. A buen entendedor, con bocas balabras basta.
Decía Don Éste, que los suyos necesitaban tomar el timón cuanto antes, porque la nave estatal se encontraba a punto de encallar en un extenso arrecife formado por, al menos, unos 5 millones de puntiagudas rocas.
Don Aquél, socarrón siempre, sonriendo por bajines, dejó caer que no sólo querrían hacerse con el timón, sino con las mercancias que llenaban las bodegas. Corregir el rumbo para desembarcarlas en sus propios puertos.
Don Éste se ofendió (de dientes hacia fuera, claro) por las aseveraciones de su amigo. Curiosamente seguían siendo amigos, pese a todo, desde su tierna infancia. Y, sacando pecho, objetó que lo hacían por el bien del país.
Entonces, Don Aquél, metió el dedo en la llaga con muy clara intención, preguntando de quién era el país.
- ¿De quién va a ser?... de todos. Adujo Don Éste con vehemencia.
Lo que consiguió arrancar una sonora carcajada de Don Aquél que le espetó:
- Lo que más me jode, es no saber a ciencia cierta, si te lo crees de verdad o me tomas el pelo. El país es de media docena de familias y de sus adláteres, los demás sólo somos peones malpagados y, tal cual van las cosas, con muchas posibilidades de llegar a esclavos.
Ciudadano Plof
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