Este es un país tan particular que cuando llueve no se moja como los demás, o al menos eso nos hacían creer. Fraga, que era un visionario al que le cabía en la cabeza el Estado junto a los 100 tomos de la Espasa, dejó dicho que Spain era different y, desde entonces, no hemos hecho sino confirmarlo. Nada de lo que ocurría a nuestro alrededor nos afectaba. Aquí las vacas locas siempre estuvieron cuerdas, el ébola era el argumento de un película de miedo y la crisis financiera una excentricidad del extranjero porque nuestros bancos eran muy sólidos, y por esa razón dejaron de dar liquidez antes de sublimarse en gaseosos.
Cualquier fenómeno que sacudía al mundo pasaba de largo en España, y de ahí que las siete plagas tuvieran lugar en Egipto y no en Almería.
Así, mientras en Europa la ultraderecha se hacía sitio a codazos, de Suecia a Alemania, pasando por Reino Unido, Austria, Francia, Holanda, Hungría, Polonia, Grecia e Italia, aquí nos reíamos de Janeiro, donde por cierto está a punto de llegar al poder tras la aplastante victoria del fascista Bolsonaro. Nuestros anticuerpos contra ese tipo de extremismo eran poderosísimos después de 40 años de dictadura, y el peligro de que incubáramos un virus semejante se había descartado. Contábamos además con el PP, que muy al fondo a la derecha teníaa con un pabellón de infecciosos a los que periódicamente giraban visita alguno de sus líderes para inyectarles sedantes y prometerles sólo el oro porque el moro no hubiera sido prudente en su estado de xenofobia galopante.
Tan confiados estábamos bajo nuestra cúpula de metacrilato que el acto de Vox de este domingo ante cerca de 10.000 personas enardecidas por las arengas contra los inmigrantes, los separatistas, el feminismo, las autonomías o la ley de Memoria Histórica ha causado la natural sorpresa, acrecentada por la presencia entre el público de Sánchez Dragó haciendo un trío con Herman Tertsch y Morante de la Puebla en plan Kamasutra cañí.
La comprobación empírica de que las habas cuecen también al sur de los Pirineos tiene muy desconcertada a la “derechita cobarde” y a la “veleta naranja”, expresiones ambas recogidas en el diccionario de Vox (los del cole eran otra cosa), que no esperaban semejante competencia en un terreno que creían ganado para sus causas, sobre todo ahora que se habían soltado la melena y se daban latigazos con las trenzas.
Que no seamos una isla inexpugnable para la ultraderecha y que también escuchemos a Wagner cuando el volumen de la música rompe tímpanos en Europa no debería infundir más temor del necesario. El peligro real no es que Vox multiplique por cinco sus votos –en las últimas generales de 2016 no llegaron a 50.000- ni siquiera que consiga representación en Europa o irrumpa en el Congreso. Lo inquietante es que aberraciones tales como ‘los españoles, primero’ o ‘volvamos a hacer grande a España otra vez’, exhumando no ya a Franco sino a los Reyes Católicos, infecten a otros partidos que hacen frontera con su ideario.
Y eso es justamente lo que está ocurriendo con esa derecha sin complejos que se ha quedado sin frenos mientras desciende a tumba abierta por el más patriotero de los populismos.
FUENTE: publico.es
Tierra de nadie
Juan Carlos Escudier
08/10/2018
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