Kolinda Grabar-Kitarovic La adorable presidenta de Croacia que esconde a una política xenófoba
A pesar de sus gestos cercanos durante el Mundial, la
croata lidera un gobierno que ha querido culpar a los migrantes de
todos sus problemas.
La presidenta croata, para quien lo desconozca, se pagó de su bolsillo el viaje al Mundial de Rusia y las entradas para apoyar al equipo nacional. Y viajó en clase turista, como el común de los mortales. Se perdió incluso algún partido por cumbres como la de la OTAN, pero regresó hasta la final. Así generó titulares en todo el mundo, algunos muy sensacionalistas por sus abrazos con el presidente francés, Emmanuel Macron.
En nuestro país el diario ABC
la presentaba como “madre de familia y amante del deporte” (la primera,
una de esas cualidades que brillan por su ausencia cuando se habla de
los hombres). El diario AS hablaba de “la presidenta del fair play”. Pero hay otras facetas más allá de la deportiva y desde luego, más allá de la justa.
Aunque ahora se concede mucho valor al gesto poco
ortodoxo de celebrar los goles fuera del protocolo, Grabar-Kitarovic,
que también descontó de su salario los días que pasó en el Mundial, ha
conseguido con estos gestos ganar popularidad. Una estrategia necesaria
en un momento en que las encuestas le daban un punto bajo y cuando
además el país celebra elecciones el año que viene.
No es casual el alarde de modestia. En 2010 se conoció que mientras desempeñaba el cargo de embajadora en Estados Unidos, utilizó el vehículo oficial para viajes privados
y muchos de ellos los hizo su marido. Grabar-Kitarovic devolvió el
dinero malgastado de su bolsillo, pero sólo cuando se conoció la
noticia.
Como señalaba The Guardian, Grabar-Kitarovic
despierta sentimientos encontrados en Croacia, un país de apenas 4
millones de habitantes. Para unos “es una madre patriótica que apoya
fervientemente al equipo”, mientras para otros su presencia en el
Mundial “fue un ejercicio de relaciones públicas descaradamente hiperpopulista”.
Muchos en Zagreb se quejaban el día de la final de que no actuara de
una manera más “presidenciable”, de acuerdo con un compañero periodista
que cubrió el partido desde la plaza principal de la capital.
Las redes elogian estos días su “feminismo femenino”
(los misóginos), su complicidad con el pueblo al vestir la camiseta
deportiva de la selección, su desparpajo o su brillo en la fiesta de la
masculinidad, como rezaba un titular de El País. Pero el partido
de la presidenta, la ultraconservadora Unión Democrática Croata, ganó
las elecciones en diciembre de 2014 con un programa con tintes racistas
que atacaba directamente a los refugiados. En plena campaña propuso que se construyeran vallas como las de Hungría para evitar la entrada de los migrantes al país, en su huída desesperada a través de los Balcanes.
Grabar-Kitarovic también se opuso a las cuotas de
reparto de migrantes que la Unión Europea acordó en 2015 para reubicar a
160.000 refugiados. De los 1.600 que le tocaban, Croacia aceptó sólo a
100, el 6% del total.
Aunque su papel como jefa del Estado limita
su acción a las relaciones internacionales, Grabar-Kitarovic es la
encargada de nombrar al primer ministro que guía la política interior y
exterior de Croacia. No decide las iniciativas legislativas del país,
pero sí da su opinión en los medios cuando es preguntada, lo que
evidentemente influye en el gobierno.
Amnistía Internacional ha criticado en los últimos
dos años las discriminaciones que ejerce Croacia: “las personas
refugiadas y migrantes que entraron en el país de forma irregular fueron
devueltas sin que tuvieran acceso a un proceso de solicitud de asilo
efectivo”.
La ONG croata Are You Syrious? que lleva años documentando el trasiego de refugiados
a través de los Balcanes, denunció que entre enero y abril de 2017
Croacia denegó al menos 30 solicitudes de asilo, incluidas las de
familias con niños “por motivos de seguridad”. Como las observaciones a
las solicitudes se clasificaron de “confidenciales”, los migrantes no
podían recurrir la decisión del Ministerio del Interior.
El Tribunal de Justicia de la Unión Europea señaló hace un año a Croacia que tenía que hacerse responsable de examinar las solicitudes de asilo
de todos aquellos refugiados que cruzaron su frontera en masa durante
2015 y 2016. La mayoría eran afganos y sirios que entraron desde Serbia y
se quedaron en el país por el rechazo de Eslovenia a aceptar su
entrada, después de que Croacia los transportara hasta allí, como contó
este medio en su momento. La intención de Croacia es que pidieran
protección internacional en el país vecino, cosa que Eslovenia y Austria
denunciaron ante el tribunal europeo.
Inmigrantes en la frontera entre Croacia y Eslovenia
El último ataque xenófobo contra los
refugiados ha sido la Ley de Extranjería, reformada hace un año para
prohibir la asistencia a necesidades básicas como la vivienda, la salud,
el saneamiento o la alimentación a los inmigrantes en situación
irregular. Se salvan sólo personas en “casos de emergencia médica o humanitaria o en situaciones de peligro mortal”, como señala Amnistía Internacional.
Prestar ayuda humanitaria a los refugiados estuvo también a punto de convertirse en un delito penado con multas de hasta 3.000 euros.
La propuesta partía del gobierno presidido por Grabar-Karitovic, que
quería pedir así a quien alojara a migrantes en situación irregular.
Aunque la propuesta no ha salido adelante, la ley sí castiga ahora a
quien ayude a entrar o a transitar a estas personas por el país.
Por si fuera poco, Grabar-Kitarovic se fotografió hace un par de años con miembros de la Ustasha,
una banda terrorista que se alió con los nazis en 1929 para perseguir a
judíos, gitanos, bosnios y serbios musulmanes. Sus miembros buscaban la
independencia de Croacia y la creación de un Estado supremacista en el
que los croatas estuvieran por encima del resto de “razas”.
Grabar-Kitarovic le quitó importancia diciendo que la bandera había
ondeado en el Parlamento el día que consiguió la independencia.
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