Las misiones pedagógicas de la II República fueron un proyecto que llevaba maestros y obras culturales al campo. Más del 40% de la población era analfabeta. La obra 'Las misiones pedagógicas', de Alejandro Tiana, reconstruye la historia de esta iniciativa.
Un grupo de maestros cargados de películas, libros, poesía y material pedagógico llegan con un camión a un pueblo recóndito de Segovia, Ayllón. Llevan un teatro de títeres, libros, un proyector de cine, reproductor de cine... Los aldeanos no dan crédito. Los foráneos les invitan a acudir esa misma tarde al salón del pueblo para explicar quiénes son y qué les lleva por allí. Es el 17 de diciembre y la primera misión pedagógica que ponía en marcha la II República acaba de llegar a su destino.
Cerca de 500 habitantes del pequeño pueblo segoviano acuden a esta primera cita en el único salón de baile de la localidad, un lugar "sin ventilación ni asientos". Gran parte de los asistentes son hombres, viejos y mozos, "con bufanda y boina puesta" y "muchos de ellos fumando". El número de mujeres es escaso, pero con los días irán en aumento. Están todas de pie. El rumor es enorme. Un grupo de personas ha conseguido sentarse gracias a unos bancos traídos de la iglesia. El ambiente no parece el idóneo para el aprendizaje. Los jóvenes misioneros se plantan frente al público asistente y comienzan a recitar el texto que pronunciarían cada día antes de comenzar:
"Es natural que queráis saber, antes de empezar, quiénes somos y a qué venimos. No tengáis miedo. No venimos a pediros nada. Al contrario, venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos. Porque el Gobierno de la República, que nos envía, nos ha dicho que vengamos ante todo a las aldeas, a las más pobres, a las más escondidas, a las más abandonadas, y que vengamos a enseñaros algo, algo de lo que no sabéis por estar siempre tan solos".
Las misiones pedagógicas fueron uno de los ambicios proyectos de la II República que tenía como objetivo principal llevar la cultura a todos los rincones del país, sembrar la semilla del saber y, también, mejorar la idea del nuevo régimen republicano en el campo de España. Tras la misión en Ayllón, los misioneros acudirían acudirían a Navalcán (Toledo), Valdepeñas de la Sierra y Puebla de Beleña (Guadalajara), Navas del Madroño (Cáceres), Puebla de la Mujer Muerta (Madrid)... así hasta 1.200 localidades.
Ahora, el libro Las misiones pedagógicas (Editorial Catarata), de Alejandro Tiana, reconstruye la historia de esta iniciativa y recupera su memoria para acercarla al lector interesado. No se trata de ningún libro de investigación sino que recopila la información disponible hasta el momento y con un tono pedagógico la expone al lector acompañado de imágenes de la época.
Explica, por ejemplo, la doble finalidad de estas misiones que por una parte, cumplían con la vocación educadora del nuevo régimen que implicaba dar acceso a todos los ciudadanos a la educación y a los bienes culturales, y muy especialmente a la escuela y a la lectura. Y por otro lado, las misiones también perseguían el objetivo de llevar los valores republicanos a la España tradicionalista y rural que era esquiva a la República.
Explica, por ejemplo, la doble finalidad de estas misiones que por una parte, cumplían con la vocación educadora del nuevo régimen que implicaba dar acceso a todos los ciudadanos a la educación y a los bienes culturales, y muy especialmente a la escuela y a la lectura. Y por otro lado, las misiones también perseguían el objetivo de llevar los valores republicanos a la España tradicionalista y rural que era esquiva a la República.
El socialista Rodolfo Llopis, director general de Primera Enseñanza, ya había señalado el mismo el 14 de abril de 1931 que las "urnas" habían "reflejado la realidad de la sociedad española. Las grandes ciudades son republicanas, mientras que el campo sigue aferrado a la tradición". Por tanto, la República debía conquista ideológicamente el campo para la República a la vez que hacía llegar la educación y la cultura.
Fue el primer ministro de Instrucción Pública, Marcelino Domingo, quien diseñaría la fórmula: "Maestros y libros. Es la gran siembra que ha de hacerse sobre la tierra de España. Lo mismo sobre el pedregal que sobre el suelo mollar. Maestros y libros como signo de un nuevo modo de sentir España; de vivir en España; de servir a España; de marchar hacia el futuro. Maestros y libros como blasones del escudo del régimen nuevo. La República, por el libro y por el maestro; por el ejemplo, además, dado desde el Poder, ha de convertir España en una escuela viva y permanente. En una escuela donde el español aprenda que lo que él sea, haga y valga, será, hará y valdrá, en definitiva, la historia de España".
Con Pedro Salinas y Federico García Lorca
Así, apenas un mes y medio después de la proclamación de la II República, el Gobierno aprobó el decreto que organizaba el Patronato de Misiones Pedagógicas. El decreto señalaba en su preámbulo que "es llegada la hora de que el pueblo se sienta partícipe en los bienes que el Estado tiene en sus manos" y que "deben llegar a todos por igual, cesando aquel abandono injusto y procurando suscitar los estímulos elevados".
Al frente del Patronato se situaría Manuel Bartolomé Cossio, miembro fundador de la Institución de Libre Enseñanza en 1876, siempre al lado de Francisco Giner de los Ríos, que estuvo acompañado de otro selecto grupo de insignes universitarios desarrolló los planteamientos educativos de las Misiones, en las que también participarían intelectuales y artistas como Pedro Salinas y Federico García Lorca sobre el papel y Luis Cernuda o Alejandro Casona desde el terreno enrolándose en las propias misiones.
Así, en 1932 ya habría inscritos 75 misioneros culturales de los que 10 eran mujeres, entre las que se encontraba Matilde Moliner (hermana de María Moliner) y María Zambrano. Las misiones debían cumplir un propósito recreativo y tal y como establecía la orden del Patronato "si la Misión no sirviera de nada, ni dejara otra huella en el pueblo, le bastaría para justificarse la emoción habitual de sorpresa, de alegría y de gratitud que despierta en los aldeanos el ver que la nación o, como allí a acostumbran a decir, el Gobierno por fin se acuerda de ellos".
Los campos de actuación en los que debían hacer hincapié los misioneros eran seis. Primero, "cómo es, sobre todo, España" y "enseñar todo lo que ha costado a los hombres siglos y siglos el conocer y descubrir por dentro". Segundo, el arte y "las cosas que los hombres han hecho solo para divertirse y para divertir a los demás". Tercero, la literatura y la música, para cuyo cultivo se recurriría a lecturas públicas de "hermosos versos de los más gloriosos poetas castellanos". Cuarto, el cine, uno de los medios privilegiados de diversión. Cinco, la educación cívica y republicana. Sexto y último, motivación para la lectura. En el censo de 1930 un 42,30% de población era analfabeta (un 31,1% de los mayores de 10 años) y en el caso de las mujeres ascendía al 38,1% de las mayores de 10 años
La obsesión del Gobierno republicano por incentivar la lectura tiene una lógica clara. En el censo de 1930 un 42,30% de población era analfabeta (un 31,1% de los mayores de 10 años) y en el caso de las mujeres ascendía al 38,1% de las mayores de 10 años. Por eso, junto a las Misiones, el Gobierno desplegó una amplia red de bibliotecas fijas y ambulantes para estimular la lectura. "[Las Misiones deben] despertar el amor a la lectura, llevando libros a las gentes que ahora no van ni irán ya a la escuela, y haciéndoles con la lectura en alta voz, como hacen las Misiones, gustar los placeres que los libros encierran".
Tiempos de tempestad
El proyecto republicano, sin embargo, decayó con la derrota de las izquierdas en las elecciones de 1933 y el presupuesto destinado para las Misiones fue cayendo hasta que fue prácticamente insignificante en los de 1935. Ese año, durante una discusión parlamentario, el entonces diputado José Ibañez Marín, posterior ministro franquista de Educación Nacional, acusó a las misiones de "servir para que se divirtieran unos cuantos señores privilegiados de la Junta de Ampliación de Estudios". Los tiempos difíciles para las misiones se extenderían prácticamente hasta el inicio de la Guerra Civil frenando drásticamente su expansión. "Por lo visto, llevar a campos y aldeas cultura, artes e ideas españolas es un pecado mortal", escribía el filólogo e historiador cultural español Américo Castro en las páginas de El Sol. Como balance, las misiones pedagógicas dejaron 188 misiones pedagógicas que visitarían, más de 1.200 localidades españolas. Una cifra que asciende a más de 5.000 si se suma las localidades que recibieron la visita de una de las bibliotecas ambulantes de las misiones.
El 18 de julio de 1936, de hecho, se estaban llevando misiones a cabo en varias localidades. Con el golpe de Estado militar que partió España en dos mitades, algunos de los misioneros tuvieron problemas para regresar a sus domicilios. Enrique Azcoaga, por ejemplo, estuvo a punto de ser fusilado en Vinuesa (Soria) y Cristobal Salamanca, que estaba en Burgos camino de Sanabria, se tuvo que incorporar al Ejército franquista para evitar la muerte.
Dos maestros que acababan de finalizar una misión acompañando a Rafael Dieste y Carmen Muñoz fueron fusilados. Otros muchos tuvieron que pasar por procesos de sublevación y otros tantos acabaron en el exilio. "Como poéticamente ha expresado Eugenio Otero, para los marineros del entusiasmo llegaba la tempestad", escribe Alejandro Tiana en su libro.
FUENTE: publico.es
Alejandro Torrús
No hay comentarios:
Publicar un comentario