Hay una distinción que mucha gente no tiene clara, gracias entre otras cosas a la empanada moral de nuestros políticos y a la torpeza servil de muchos medios de comunicación. Es importante comprenderla porque la diferencia semántica entre “refugiado” y “migrante” puede significar la distancia que va entre la vida y la muerte. El otro día nos lo recordaba Pablo Yuste, cooperante internacional y director del Centro Logístico del Programa Mundial de Alimentos en Las Palmas: un “migrante” es una persona que escapa de su país por motivos laborales, que va en busca de un trabajo, mientras que un “refugiado” es alguien perseguido en su propio país por motivos de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas o por cualquier otra causa.
“Los migrantes -continúa Yuste- huyen de la pobreza; los refugiados, de la muerte y de cosas peores, como la esclavitud sexual de sus esposas y sus hijos, el asesinato de sus hijos o la posibilidad de que acaben convertidos en la siguiente generación de asesinos”. Como el caballo en ajedrez, el migrante siempre puede volver atrás, a la casilla de salida; el refugiado jamás: al igual que el peón, sólo puede seguir hacia delante.
Las palabras nunca son inocentes, por eso confundir a los naúfragos desesperados del Mediterráneo o a las familias centrifugadas que vienen huyendo desde Siria con emigrantes en busca de habichuelas es una obscenidad y un crimen. Ese hombre sin una pierna que filmó Patricia Simón en la frontera macedonia, caminando con muletas y seguido por una niña pequeña con una botella de agua, ese hombre no es precisamente Alfredo Landa en Vente a Alemania, Pepe. No lo persigue la miseria, ni el desempleo, ni el hambre, o mejor dicho, esas son preocupaciones secundarias para él, que ve cómo detrás le amenazan las sombras de los cuatro jinetes del apocalipsis.
Esta semana la Oficina Federal de Migración y Refugiados alemana ha adoptado una medida por la cual acogerá a los refugiados sirios sin reenviarlos a los países por los que entraron en la Unión Europea. De momento, es un decreto que afecta sólo a los peticionarios de asilo sirios, pero también supone una nota de esperanza para parar este atroz juego de la patata caliente que supone la descabezada política migratoria europea. Por primera vez en diez años, Merkel ha visitado un centro de refugiados, el de Heidenau, en Sajonia, y lo ha hecho después de una avalancha de críticas y en medio de una tempestad de insultos y proclamas xenófobas de su propia gente. Sólo este año la policía ha registrado 176 ataques a centros de refugiados, hordas de ultraderecha campan a sus anchas por el país y el pasado sábado dos neonazis orinaron encima de unos niños en un tren de cercanías en Berlín. Está bien que Merkel acuda al rescate ante las cámaras y se indigne aunque todo sea postureo, pero estaría aún mejor que comprendiera otra pequeña diferencia semántica: la que hay entre rescatar a los bancos y rescatar a personas. Que suena igual pero ni siquiera es parecido.
Punto de Fisión
David Torres
27/08/2015
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