Pareciera que al Gobierno no le gusta que España estudie. ¿Cómo puede interpretarse, de no ser así, que se haya premiado con la embajada española ante la OCDE de París al ex ministro José María Wert, al que con indepentencia del sectarismo de la LOMCE cabe imputar el mayor descenso de becas y el mayor incremento de tasas desde que se democratizó la educación superior en nuestro país?
Otrosí pareciera ocurrir con Carmen González, que fuera viceconsejera de Educación con Esperanza Aguirre y a quien ahora ha vuelto a fichar Cristina Cifuentes como segunda de a bordo de ese mismo Departamento. En aquel cargo, se dio a conocer entre los frikis de la demagogia al compadecerse de los adolescentes marroquíes que venían a trabajar y ella se empeñaba en ponerlos a estudiar, por lo que creaban conflictos en clase. De esta forma, pretendía avalar su pretensiónde separar a los estudiantesen itinerarios diferentes. También puso otro ejemplo con este mismo propósito, el de los escolares de etnia gitana: “El niño –adujo– lo que quiere es ir con su padre con la fragoneta al mercado a vender fruta”. Y ofreció una guinda sociológica al respecto: “Han mamado una cultura en la que ascender en la escala social por formación no goza de muy buena fama”. Pidió disculpas y asunto concluido, en un país que ya ha tipificado la xenofobia y el racismo como delitos, aunque no sirva de muucho. Ella ha pasado diez años en un relativo ostracismo: parlamentaria, presidenta de un distrito municipal e incluso viceconsejera de Turismo y Cultura.
Cristina Cifuentes
El equipo de Albiol produjo un tríptico en 2014 en los que asociacaba la fotografía de una familia gitana con la pregunta: “¿Tu barrio es seguro?”. Eso sí, cuando SOS Racismo lo llevó ante los tribunales, resultó absuelto, a pesar de que se reconoció la ofensa a los gitanos. Desde la oposición, venía asegurando que se trataba de una plaga, que había venido solamente a delinquir:”Aquí no tenemos campamentos de gitanos como en Francia, aquí la situación es aún peor, están repartidos por los barrios, haciendo la vida imposible a los vecinos y, encima, cuando nos quejamos, nos atacan y nos tachan de racistas”, aseguró entonces.
Españoles de hace quinientos años
Más de quinientos años después de su llegada a la Península, los gitanos siguen siendo extranjeros en su patria, extraños en la noche, una isla de diversidad en un país que también lo fue hasta que domesticaron, invisibilizaron o esclavizaron a los distintos. Así fue, desde poco después de la conquista del reino nazarí de Granada y la colonización de las Indias Occidentales, sus católicas majestades quisieron unificar bajo la férula de la religión y de las costumbres de los vencedores impuestas a sangre y fuego. ¿Qué se hizo, en ese largo viaje de intolerancia y de persecuciones, de los mercheros y de los maragatos, de los murcios y los negros que, arrastrados desde Africa a las lonjas de compraventa de seres humanos de Sevilla o de Cádiz, llegaron a constituir hasta un 17 por ciento de la población en algunas ciudades andaluzas?
Quienes vuelven a asociar al pueblo gitano al tópico del analfabetismo, las fragonetas y esa eterna vocación de chabola que los que lo tienen todo atribuyen tradicionalmente a los sin nada. Ignora sin duda que el origen gitano está presente en el ADN del premio nobel August Krohg o del actor británico Michael Caine y el escritor Rabidranath Tagore. O que la voz arcana de Camarón nada tiene que envidiarle a la de Frank Sinatra, Luciano Pavarotti, Olm Kansum, Van Morrison o María Callas. Por no hablar de la poesía vallejiana de José Heredia Maya y del teatro rompedor de Salvador Távora.
Hasta 1978, cuando se aprobó la actual Constitución española, los gitanos andarríos tenían que presentarse ante el cuartelillo de la Guardia Civil cada vez que entraban a una ciudad o la abandonaban. Para acabar con todo aquello hicieron falta cantatas como “Persecución”, en la voz de Juan Peña El Lebrijano o espectáculos como “Camelamos naquerar”, aquel expresivo “queremos hablar” que bailase Mario Maya: “Nací gitano,/ si no soy bueno/ será por algo”, tronaba Pepe Heredia entre sus letras invencibles.
Hoy, casi cuarenta años más tarde, el número de gitanos universitarios ha aumentado exponencialmente desde que sus padres terminaron integrándose en la cultura española aunque fuera a costa de desintegrar la propia: profesores, médicos, diseñadores, oficinistas, albañiles e incluso guardias civiles llevan ya el rh de dicha etnia más allá de las venas abiertas del estereotipo. Sin desmerecer, desde luego, viejos oficios como el de los esquiladores, el de los feriantes, arrieros o buhoneros. Lo que tendríamos que preguntarnos, en lugar de amasar estupideces y generalidades sobre un pueblo sabio, personal e intransferible, son otros interrogantes: ¿por qué apenas tienen representación en las instituciones democráticas, especialmente en el Congreso, en el Senado o en el Parlamento Europeo? Desde que Juan de Dios Ramírez Heredia transitara de los escaños de la UCD a los del PSOE en el Congreso de la Carrera de San Jerónimo, ¿cuántos otros parlamentarios han seguido sus pasos? Resulta extraño cuando la sociedad civil gitana se ha articulado desde antiguo en asociaciones generalistas, de mujeres o de jóvenes, que obedecen a orientaciones ideológicas que, por lo común, se han orientado indistintamente hacia el pensamiento conservador o progresista. En los ayuntamientos y en algunas cámaras autonómicas, hubo más suerte, pero resulta comprensible que si la democrática España sigue haciéndoles el vacío, ese pueblo tenga ganas de hacerle el vacío a la democracia y a un país que sigue viéndoles, cinco siglos más tarde, como perpetuos inmigrantes clandestinos, en lugar de como españoles de pleno derecho, con un largo linaje de documentos nacionales de identidad.
Pensábamos que la democracia había acabado con la infravivienda, pero la crisis económica la ha vuelto a poner de moda allí donde nuestras ciudades pierden su nombre. Hemos vuelto al punto de partida sin analizar qué ha ocurrido con aquellos barrios clónicos que crecieron en la periferia de nuestras urbes, esos polígonos a los que terminaron siendo repatriados los orgullosos habitantes de barrios tradicionales donde tenían memoria, oficio y beneficio. Casos como el del Polígono Sur de Sevilla, donde fue expatriada buena parte de la cava de los gitanos de Triana en el anochecer de los años 60, demuestran el fracaso de dicha fórmula que intentó exportarse a muchos otros lugares, con parecidos resultados: el de la marginación en vez del cobijo, el del abandono del lado salvaje de la vida por parte de los representantes públicos que cuando intentaron hacer algo al respecto llegaron tarde y hoy sigue siéndolo.
¿Quién dijo, por otra parte, que también en su conjunto los gitanos fueran santos? ¿Es que todos los payos lo son? Si no creemos que todos los gallegos son caudillos, todos los catalanes evasores fiscales, todos los vascos etarras o todos los andaluces vividores de los fondos públicos, ¿por qué habremos de seguir pensando que nuestra gitanería si no la da a la entrada la da a la salida o por qué el diccionario de la RAE anticipa sus connotaciones negativas a las positivas? La "fragoneta" de la señora González debería conducirnos a un debate que no fuera esteril, al de viajar hacia un tiempo y un mundo, en donde quizá fuera posible aquel viejo Cádiz de Chano Lobato en el que, a su decir, nunca hubo distingos: “En el barrio de Santa María –me dijo una vez–, nunca se habló de gitanos o de no gitanos, sino de flamencos o no flamencos”. A estos días, sin lugar a dudas, le está faltando compás.
FUENTE: publico.es
Corazón de Olivetti
Juan José Téllez
02 ago 2015
Amigos:
Sé que muchos miembros del pueblo romaní, no sabrán, a la vista de esta imagen simpsonizada, quién es el "alter-ego" del ciudadano en cuestión, pero hay otros que sí. A ésos me refiero, porque me enorgullezco de tener amigos gitanos.
Es por ello, que me he permitido reproducir en mi blog este excelente artículo periodístico de Juan José Téllez.
Espero que lo lean y lo disfruten.
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