En los últimos quince años unos 100 millones de latinoamericanos salieron de la pobreza y, sin embargo, la distancia que los separa de los más ricos apenas ha variado.
Diversas mediciones de la norma internacional usada para la desigualdad, el Coeficiente Gini, coinciden con el dato anterior, como por ejemplo:
El Banco Mundial y el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS), en 2014, aplicando el Gini obtuvieron los siguientes resultados: África Subsahariana tiene un nivel de desigualdad del 56,5, seguido por América Latina (52,9) y bastante lejos de Asia (44,7) y Europa del Este y Asia Central (34,7).
De acuerdo con CEDLAS: "América Latina es muy desigual desde la colonia. Parte de las brechas actuales tienen su raíz en una larga historia de sociedades elitistas, con sistemas políticos poco democráticos y modelos económicos excluyentes. Los avances que se lograron a partir de 2000 sólo han compensado la profundización de la desigualdad en la década de los 80 y 90 que llevó a que la región consiguiera el mote de la más desigual del planeta".
Por otro lado, siguiendo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y a la Fundación Oxfam (2014), el 10% más rico de la población de América Latina había amasado el 71% de la riqueza de la región. Si esta tendencia continuara, dentro de solo seis años el 1% más rico de la región tendría más riqueza que el 99% restante.
Entre 2002 y 2015, las fortunas de los multimillonarios de América Latina crecieron en promedio un 21% anual, es decir, un aumento seis veces superior al del PIB de la región. Gran parte de esta riqueza se mantiene en el extranjero, en paraísos fiscales, lo que significa que una gran parte de los beneficios del crecimiento de América Latina está siendo acaparada por un pequeño número de personas muy ricas, a costa de los pobres y de la clase media.
La CEPAL calcula que la tasa impositiva media efectiva para el 10% más rico solo equivale al 5% de su ingreso disponible. Como resultado, los sistemas tributarios de América Latina son seis veces menos efectivos que los europeos en lo referente a la redistribución de la riqueza y la reducción de la desigualdad.
Por otra parte, siguiendo a Sergio Melnick, exdirector de la Oficina de Planificación Nacional de Chile durante el régimen militar, junto a su hermano Jorge Melnick en su libro Infierno o Paraíso: “El 1% de la población mundial es dueño del 40% de la riqueza total. Más de un tercio de los más ricos del mundo vive en Estados Unidos; un 27% en Japón; 8% en Alemania; 6% en Gran Bretaña, 5% en Francia y un 4% en China. Ahí está lo que podemos llamar la híper opulencia y la mayor extravagancia… La economía entre 1950 y 2000 se expandió unas 50 veces, mientras la población se duplicó… Al margen de la distribución que, como hemos señalado, es muy desigual”.
En el año 2016 el Banco Mundial publicó un artículo llamado “Diferencias entre ricos y pobres no solo en dinero”, el cual, grosso modo, señalaba que menos de 100 personas controlan la misma cantidad de riqueza que los 3.500 millones más pobres del planeta, el resultado puede expresarse con una sola palabra: desigualdad.
La desigualdad no se define únicamente por la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos. También se evidencia en el acceso a agua potable, electricidad, saneamiento, educación, salud y otros servicios básicos.
La expansión de la economía a comienzos de este siglo ayudó a millones de personas a salir de la pobreza extrema. Y si bien América Latina registró las tasas más altas de crecimiento en su historia, la región sigue siendo la más desigual del mundo.
Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), acabar con la pobreza para 2030 implica que cada año 50 millones de personas deberían comenzar a tener ingresos por encima de US$1,90 al día. Es decir, cada semana aproximadamente 1 millón de personas tendrían que salir de la pobreza durante los próximos 15 años. ¿Es posible?
La clave para poner fin a la pobreza está no solo en el crecimiento económico, sino también en la importancia de reducir las desigualdades entre los que tienen más y los que menos tienen (el 40% más pobre). Para la ONU, la desigualdad de los ingresos en los países en desarrollo aumentó un 11% entre 1990 y 2010. Si bien el crecimiento económico ha sido clave para mejorar la vida de los más pobres de Latinoamérica, la distribución del ingreso económico no ha sido del todo equitativa, lo que trae aparejado problemas familiares y sociales que gatillan un enorme descontento popular, velado y explícito, hacia el sistema político y económico imperante.
Por último, en cuanto a estadísticas, y como broche de oro para las consecuencias que ha acarreado el neoliberalismo a Latinoamérica en particular, y al mundo en general, la Fundación Oxfam en su informe Economía para el 99% de la población (2017) señala que: “Tan solo ocho personas (ocho hombres en realidad) poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones de personas; lo que demuestra que la brecha entre ricos y pobres es mucho mayor de lo que se temía. Las grandes empresas y los más ricos logran eludir y evadir el pago de impuestos, potencian la devaluación salarial y utilizan su poder para influir en políticas públicas, alimentando así la grave crisis de desigualdad”.
Capitalismo: doctrina e historia
Desde la caída del Muro de Berlín en 1989 y el desmembramiento de la Unión Soviética (URSS) en 1991 corrió a través del mundo una alarmante voz que propalaba que el socialismo había fenecido, tal como lo planteó Fukuyama en su libro “El Fin de la Historia y El último Hombre”.
El capitalismo devenido en neoliberalismo, este último creado en el laboratorio chileno a cargo de los economistas con posgrados en la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago y su sanguinaria doctrina del shock, era el victorioso campeón de la batalla ideológica bregada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial…
¡Marx definitivamente ha muerto! ¡El socialismo ha muerto! ¡Triunfó la “libertad”.
a) El socialismo está finalizado, por lo acontecido en Europa durante el siglo XX.
b) La necesidad del capitalismo como forma única y esencial de desarrollo.
c) La competencia perfecta, entre individuos, es la regla funcional del mercado, cuyo cumplimiento acarrea el verdadero bienestar.
Para demostrar que la propiedad del capital y la acumulación de riqueza son moralmente aceptables, los partidarios del libre mercado suelen recurrir a la mano invisible del mercado la cual guía a los individuos a actuar en su propio interés y de manera colateral implantar un bien colectivo. Otra teoría capitalista es la denominada filtración o chorreo, la que sostiene que la prosperidad de los que están en la cima social y económica se filtra a los niveles inferiores y hace que todos sean más ricos. Situación falaz ya que en ese tipo de sociedad se acrecienta la desigualdad y se exacerba el individualismo.
La creencia capitalista tiene como motor los intereses privados, siempre y cuando se cumpla el requisito de que este proceso sea autorregulado por la oferta y la demanda.
Esta creencia se ciega ante el hecho que la autorregulación requiere de dos condiciones. Una de ellas es que la autoridad o gobierno se abstenga de intervenir, porque al hacerlo introduciría distorsiones al sistema de construcción de precios. La otra condición es que los participantes del proceso económico sean equivalentes en su poder de afectar la libertad del proceso de intercambio, es decir, que ninguno incida más que el otro. Si esto fuese así se haría innecesario cualquier papel de la autoridad en el nivel macro, lo cual no sería capaz de ofrecer soluciones eficaces y justas puesto que siempre en una relación comercial existe un cierto grado de asimetría de información, por el cual uno de los agentes económicos queda en desventaja en relación al otro.
Finalmente, si el sistema capitalista fuese tan perfecto y beneficioso para la población, surge la pregunta, ¿por qué existe tanta pobreza e indigencia en todo el orbe?
FUENTE: rebelion.org
Jorge Molina Araneda
19/07/2017
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