Ciertamente el entorno era bastante agradable, con sus helechos colgantes, sus fuentes, la luminosidad de su estructura acristalada, su amplitud... el contraste entre las rústicas mesas hechas con palés de madera y las comodísimas sillas de respaldo alto, forradas de escay negro. Pero todo ese encanto se fue a hacer puñetas de repente cuando, tras degustar la comida de rigor (nada del otro jueves, pero con una excelente presentación y unos precios asequibles) al pedir dos tazas de café, nos soltaron:
- Aquí no servimos café.
No nos lo podíamos creer.
Fue entonces cuando, el encargado, maitre, propietario, o lo que fuera o fuese, al escuchar nuestras palabras de descontento, se acercó a la mesa para decirnos:
- No pongo café porque alarga mucho la sobremesa.
"Esta música ya la conozco yo"* pensé para mis adentros, pero para no entrar en absurdas discusiones, le espeté
- Pues es la primera vez que venimos a este restaurante, pero también va a ser la última.
Y tras pagar la cuenta, "arrancamos la caña" entre las huidizas miradas de camareros y camareras, que denotaban cierta vergüeza ajena.
Entiendo que es una falta de respeto hacia los clientes restringir servicios para elevar la recaudación de la caja ("porca miseria") acogiendo a nuevos comensales. Es más, me resulta un absurdo ejercicio de avaricia, ya que, como dice mi compañera:
"Un café te lo tomas en escasos minutos, porque se enfría". "Otra cosa es cuando se sirven copas, entonces sí que la sobremesa suele dilatarse".
Citizen Plof
(*) Hace ya 8 años, "y así estamos...":
20/07/2009
EL OSCURO PROBLEMA DEL CAFÉ
No es la primera vez que me ocurre, pero sí es la primera vez que, públicamente, lo denuncio.
Hay restaurantes en los que, en virtud de no sé que medida empresarial, los domingos y festivos se niegan a servir café. No voy a dar el nombre, pero diré que me ocurrió en un conocido restaurante de San Andrés (“ellos” saben en cuál)
He llegado a preguntar el por qué de esta restricción no sólo a los camareros, sino al dueño del negocio en cuestión, y la respuesta ha sido unánime: “es que estos días hay mucha clientela y la gente tarda demasiado en tomarse el café”
No me creo, ni poco ni mucho, lo de que se tarde demasiado en tomar el café. De hecho, la inmensa mayoría, cuando observamos que hay otras personas pendientes de mesa, abreviamos lo necesario a fin de cederles el sitio. ¿O no es así?
No digo que no haya quienes remoloneen y prolonguen la sobremesa más de la cuenta, y que conste que están en su derecho de tardar lo que les apetezca (lo están pagando ¿o no?), a no ser que se ponga de moda, claro está, el estilo militar o carcelario y tengamos que comer todos a toque de pito. Lo que está claro es que la culpa no la tiene la taza de café.
¿Creen Vds. que es lógico tener una cafetera en perfectas condiciones de funcionamiento y negarle ese servicio a los clientes? Pues que la quiten y se ahorren unos buenos impuestos o se dejen de trapisondas y cumplan con su obligación: servir lo que la clientela les demanda.
- Puede Vd. tomarlo en otro lugar. Me ha dicho más de uno.
¿Pero qué necesidad tengo de ir a otro sitio, ya sea andando, en coche o en bicicleta? si lo que me apetece es tomarlo aquí donde he comido; pagar y regresar a casa o a donde sea que luego se me antoje.
Y es que a mí, personalmente, no me apetece un trozo de tarta ni un helado después de comer; lo que me en realidad me apetece es una taza de café.
¿Estoy desbarrando o exigiendo un derecho que, como consumidor, me corresponde?
NOTA: De ser clientes asiduos de ese negocio, a dejar de ir, sólo medió un café.
Citizen Plof
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