Carlos González Reigrosa
Han pasado ya tres décadas desde que Carlos G. Reigosa arrancase con Crimen en Compostela la serie de novelas, de notable éxito de ventas en su inicial versión en gallego, protagonizadas por el detective Nivardo Castro y su compañero de aventuras, el periodista Carlos Conde. Los protagonistas y su autor se han hecho mayores, son más escépticos y quizá más sabios, han ido modificando su percepción de la naturaleza humana, incluso se han internacionalizado.
En su quinta y hasta ahora última de sus aventuras, La venganza del difunto (publicada en castellano por HarperCollins), la acción salta en el tiempo desde 1939 a la actualidad, vuela en el espacio desde Galicia hasta Argentina y presenta un elenco de personajes que, con Vigo de epicentro, incluye desde perseguidos judíos a criminales de guerra nazis que intentan huir a América.
En teoría al menos, Castro es el cerebro y Conde el cronista, lo que apunta a cierto parentesco con Holmes y Watson que no debe llamar a engaño, porque poco hay en este singular ciclo novelístico que recuerde los métodos deductivos de Conan Doyle. Es más, para desentrañar el misterio que da cuerpo a su último caso emplean procedimientos que con frecuencia recuerdan más al oficio de periodista que al de policía o detective, lo que otorga una similar relevancia en el relato a ambos protagonistas. Por otra parte, el autor no oculta con cuál de los dos se identifica más, ya que, por si acaso alguien tuviese alguna duda, comparte con Conde nombre de pila, profesión y hasta lugar de nacimiento: A Pastoriza (Lugo).
Reigosa arranca la novela con el singular encargo que Eliseo Sandamil, un nonagenario magnate gallego, hace a Castro: que investigue su futura muerte como si fuera un asesinato y que, cuando resuelva el caso, actúe en conciencia. Ni una pista de por dónde debe tirar, de cuáles son sus sospechas y secretos temores.
A Pastoriza (Valle de Bretoña - Lugo)
Rastreando en el pasado de Sandemil, cuya fortuna se fraguó en esos turbios años con métodos y amistades peligrosos y moralmente indefendibles, Castro y Conde descubren el nexo que revela hasta qué punto es cierto que, si la herida es profunda, la venganza se sirve mejor fría, incluso dejando pasar más de 70 años. No diré más para no destripar el argumento. Solo que, entre tanto, se hallan algunos cadáveres, como el de otro detective asesinado en Vigo, y los de dos ancianos alemanes en Argentina con muestras de un inaudito ensañamiento.
Vigo (Pontevedra)
Vázquez –descrito como el regidor que “renovó y reinventó A Coruña para bien y para siempre”- recuerda en la novela cómo el compromiso de Franco con Hitler, pese a su neutralidad oficial, benefició los intereses y facilitó la acción de los numerosos agentes del Reich en Galicia. Ese apoyo apenas encubierto no impidió, sin embargo, que los británicos tejieran su propia red y que tripulaciones de pesqueros y mercantes de simpatías aliadófilas facilitasen informaciones relevantes que, por ejemplo, permitieron el hundimiento de varios submarinos alemanes en la bocana de la ría de Vigo. Ese Vigo, convertido en nido de espías y escenario de múltiples intrigas, recuerda por momentos a la Casablanca de Bogart y Bergman y fue eje de una de las principales vías de escape, primero de los judíos perseguidos y luego, hasta 1950, de los antiguos perseguidores convertidos en perseguidos tras la derrota, en lo que se bautizó como ruta de las ratas.
Adolf Hitler y Francisco Franco
El veterano periodista rescata para la novela, aunque sin darle mucha credibilidad, la leyenda que pretende que el führer no se suicidó en el búnker de Berlín, sino que voló de Austria a Barcelona, para de ahí trasladarse a Vigo, donde abordó un submarino que le llevó a la Patagonia. Y recuerda que él mismo vio a sus 18 años, en septiembre de 1939, la ría de Vigo a rebosar de barcos alemanes, cuando apenas había comenzado la guerra mundial. Y que Leslie Howard, el Ashley de Lo que el viento se llevó, convertido en espía o mediador británico, y que quizá trató de convencer a Franco de que no entrase en guerra, murió cuando su avión fue derribado por cazas alemanes frente a las costas gallegas.
Patagonia argentina (Bariloche)
El viaje de Castro y Conde a Argentina, donde el misterio de los asesinatos se aclara por fin, sirve al autor para recordar el impacto de la inmigración de judíos y alemanes a este país, en el que hoy coexisten sin fricciones apreciables sus nutridas comunidades, partes importantes del tejido social, cultural y económico. El tiempo lo cura todo, o casi todo, porque la venganza que articula la trama resiste aquí al salto de varias generaciones.
Festival nazi en el Luna Park (Buenos Aires - Argentina) el 10-04-1938
No es que la trama detectivesca no tenga interés. Lo tiene, y es notable. La venganza del difunto se sostendría sin esos aditamentos históricos como una buena novela negra. Pero creo que esa ambición temática, que se sale de los límites del género, constituye la auténtica seña de identidad de la quinta entrega de la serie de Castro y Conde.
Parte sustancial de la obra, como de la mayor parte de cuánto ha escrito Reigosa, es la adoración que éste y sus personajes muestran por la tierra y el alma gallegas. Se refleja en la omnipresencia que impregna la descripción de paisajes, piedras, aromas y hasta nieblas; en la saudade que asalta a sus protagonistas en cuanto salen de la región; en el orgullo por todo lo que los gallegos, emigrantes casi por definición y por genética, hicieron al otro lado del charco. También en esta orilla. Para ellos, lo gallego es lo más, hasta el extremo de que el autor descubre en la gaita de Carlos Núñez “ecos druídicos de los Rolling Stones y habilidades sónicas de Jimi Hendrix”. Castro, Conde y Reigosa son, literalmente, ejemplos de libro de que los gallegos nunca dejan de serlo por muy lejos que estén de su brumosa tierra.
FUENTE: publico.es
El ojo y la lupa
Luis Matías López
22/03/2016
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