PUNTO DE FISIÓN
A los estrategas del PP se les está yendo la mano con las cortinas de humo. De hecho, la última que han lanzado es tan gorda y tan tóxica que ya está ahogando en gas mostaza a algunos de sus correligionarios. La reconquista de Gibraltar a base de pasodobles en la aduana todavía tenía un pase, pero lo de querer tapar el sainete informático del caso Bárcenas con un nuevo empujón a Urdangarín puede que haya sido excesivo.
La metástasis valenciana del caso Nóos no sólo ha alcanzado de lleno a Rita Barberá y a Francisco Camps (dos figuritas de Lladró que parecían ya definitivamente exiliadas de la cubertería) sino que también ha salpicado a la Zarzuela. Una vez entrados en faena, si se decide recurrir al fuego amigo, lo más práctico es sacar el lanzallamas. Y ya que vamos a tirar la casa por la ventana, mejor que sea la Casa Real.
Para distraernos del último monólogo de María Dolores, que sigue empeñada en desbancar a Cantinflas, no se les ha ocurrido otra cosa que desempolvar el regalo de más de un millón de euros que le hizo el rey Juan Carlos a su hija Cristina para ayudarla en la compra del palacete de Pedralbes. Con nueve años de retraso, Hacienda ha informado de dos transferencias urgentes de 600.000 euros, ordenadas por su borbónica majestad, asunto éste (el de la transferencia urgente con nueve años de retraso) que tampoco parece tan extraño. Lo extraño hubiese sido que el rey llevara los 600.000 euros en los bolsillos.
Gracias a los desvelos de la Fiscalía hemos vuelto a admirar la cintura de Urdangarín, cuya habilidad dentro de la pista de balonmano no era nada comparada con la que demostraba fuera de ella. Entre los eventos del Valencia Summit y la tramitación de los Juegos del Mediterráneo, que nunca se celebraron, el instituto Nóos se embolsó tres millones de euros limpios. Tiene mucho más mérito ganar unos juegos que nunca tuvieron lugar que una medalla olímpica, elemental, querido Watson.
El caso es que todas estas informaciones se han cruzado el mismo día y entonces el periodista atento ya no sabe dónde mirar: si a Cospedal riendo sus propios chistes en la tarima o a la luna de Valencia saliendo otra vez por Antequera. Ha sido una escena tragicómica al estilo de esos aficionados a la carpintería, que se machacan una mano a martillazos e inmediatamente se pegan otro martillazo en la otra mano, para que no tenga envidia y se pase antes el dolor. Ya no sabemos qué mano nos duele más: la mano con que esquiaba Bárcenas, la mano con que Urdangarín jugaba al balonmano o la mano del rey, quien con una mano le echaba una mano a su hija en su aventura inmobiliaria y con la otra mano les echaba otra mano a los albañiles en la reforma del chalet de Corinna. Son demasiadas manos, me parece a mí.
FUENTE: Público.es
David Torres
03 sep 2013
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