Hemos perdido un punto de referencia cultural importantísimo. Si no me falla la memoria, Viphel, fue la primera librería de barrio en esta ciudad, la que abrió el camino a su instauración en otros barrios, de los que la mayoría, supongo, también habrán desaparecido, arrastradas no sólo por la crisis económica, sino por la intrusión de las grandes superficies en el mercado de venta de libros. Lugares éstos que, para tal menester, al menos desde el punto de vista ;de los bibliófilos, resultan bastante inadecuados. Los libros han sido sacados de su entorno, del sagrado recinto de las librerías, para ser vendidos (como si fueran coles) en los expositores de los supermercados; y allí, entre frutas, verduras y electrodomésticos, subsisten como pueden. A lo sumo, como única referencia sobre ellos, existirá una lista clasificatoria de los más vendidos, pero nadie a su alrededor que pueda aleccionar a los posibles lectores.
Pero el implacable metrónomo del tiempo no perdona; los antiguos libreros se han ido extinguiendo y con ellos ese universo mágico del que eran guardianes. Ahora que las prisas y un consumismo abrumador empuja, irremisiblemente, nuestro espíritu hacia la vacuidad, me doy cuenta de lo afortunado que fui al poder vivir en una época en la que, aún se podía captar, por los pasillos de las librerías, el rumor de los sueños y la búsqueda de otros que, la experta mano del librero ponía ante tus desorbitados ojos.
Hoy, 23 de abril, Día del Libro.
Ciudadano Plof
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