"Tati" y yo somos amigos de la infancia, ya que, de chicos, a pesar de habitar en barrios diferentes (yo vivía con mis abuelos) jugábamos juntos cuando acudía al suyo, todos los fines de semana, para visitar a mis hermanos y a mis padres.
Luego,
la vida y los años nos han ido distanciando más de la cuenta, aunque
siempre es una alegría para ambos cuando, muy de tarde en tarde, nos
encontramos de relance en algún lugar inesperado.
Hace
unos años, cuando la empresa para la que yo trabajaba, como premio a
mis treinta y tantos años de servicio, "me desterró" a la periferia de
la ciudad intentando aburrirme, cosa que consiguieron, me veía obligado a
tomar a diario la guagua, (autobús, autocar, coche de línea...) de las
7 A.M. rumbo a Barranco Grande. El primer día me llamó la atención
que, exceptuándonos al chófer y a mí, el resto del pasaje lo componían
extranjeros de los más diversos lugares: africanos, sudamericanos,
asiáticos, europeos del este... lo que dejaba bien claro quiénes
formaban, en aquellos momentos, la mano de obra no cualificada que se
había hecho cargo de los trabajos más duros, madrugando mucho y cobrando
poco.Días más tarde, dos paradas más arriba de la mía (aquí todo se nos va en subir y bajar) entraron al "colectivo" dos nuevos pasajeros: Uno de ellos era "Tati". Otra vez ese reencuentro inesperado. Tras el abrazo y los saludos de rigor, miró a su alrededor y dijo en voz alta: ¡Coño! si parece que los extranjeros fuéramos nosotros.
Luego coincidiríamos a diario, de lunes a viernes, en ese viaje matutino de la línea 136, hoy desaparecida. Ellos se bajaban mucho antes que yo, en el Portal del Ángel, cerca de la obra que era su lugar de trabajo, pero aún así nos daba tiempo de echar unas buenas parrafadas: hablar de la infancia, de la familia, de los amigos, de la vida en sí. En uno de esos viajes, con la carretera aún a oscuras por el maldito cambio horario, "Tati" contó una anécdota que no tiene desperdicio:
- No recuerdo bien el año; sólo sé que estábamos en campaña electoral, la ciudad llena de vallas y pasquines, y la radio y la televisión, bombardeándonos a diestro y siniestro a todas horas. Yo formaba parte de un equipo de albañiles y habíamos empezado a hacer unas obras de reforma en un enorme chalé de la Rambla. Al mediodía, amasábamos cemento en el jardín bajo un sol de justicia, cuando la dueña apareció con una jarra de limonada y nos ofreció un vaso a cada uno. Aquel "impasse" le dio pie a la señora para darnos un mitín en toda regla y convencernos (reconozco que no teníamos ni puta idea de política) de que debíamos votar por Alianza Popular, porque, según ella, eran gente de orden... gente de bien.
El día de las votaciones, acudí a la mesa electoral del barrio, acompañado por mi abuelo. Nos acercamos a la estantería donde se encontraban las papeletas y cuando, totalmente decidido, fuí a introducir la de Alianza Popular en el sobre correspondiente, mi abuelo me agarró la mano y me dijo:
- Vamos a ver "Tati". ¿Tú eres rico o pobre?
-¡Abuelo! ¿Y me lo preguntas tú?... ¡Más pobre que las ratas!
- Entonces, ¿por qué vas a votar por los que defienden los intereses de los ricos?
- Es que hace unos días, la dueña del chalé donde estábamos trabajando, nos convenció de que había que votar por esta gente.
- Mira hijo, da igual por cual, pero tú vota por un partido de izquierdas, porque "no hay nada más tonto que un obrero de derechas".
Ciudadano Plof
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