El teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, asaltando el Congreso
El 23 de febrero de 1981, hace treinta y cuatro años, las fuerzas antidemocráticas, altos mandos de las fuerzas armadas, fieles al «testamento» de Franco, con la ayuda de otros afines al régimen, también quienes querían reconducir la situación política del momento, en un intento de fortalecer al rey y a la monarquía, se confabularon y dieron un golpe de Estado; que fracasó, pero que tuvo consecuencias políticas, algunas de ellas siguen aquejándonos.
El golpe estaba previsto para marzo. La dimisión de Suárez y el pleno de investidura de Calvo-Sotelo lo aceleraron todo. Lo tengo grabado en mi memoria. Vi entrar al teniente coronel Tejero, que con tricornio y pistola en mano tomó el Congreso: «¡Quieto todo el mundo!», dio la orden de «¡todos al suelo!» y efectuó un disparo al aire, seguido por ráfagas de ametralladora de los guardias asaltantes. Todos presentimos lo peor. Todavía me estremezco. El gobierno y el parlamento quedaban secuestrados, produciéndose el «Supuesto Anticonstitucional Máximo», que permitiría otra acción antidemocrática, para volver a la normalidad democrática, que no hubiera podido serlo nunca.
Desde el mes de diciembre, distintos militares venían manteniendo reuniones, tiempo en el que suceden distintos acontecimientos políticos y militares. El diario El Alcázar publicó una serie de artículos firmados por el colectivo Almendros, bajo el que se ocultaban un grupo de civiles y militares de extrema derecha. El primero de los artículos (17 de diciembre), titulado «Análisis político del momento militar», hacía alusión a un «vino español» que anualmente ofrecía el director de la Escuela de Estado Mayor, acto que había permitido reunir a más de seiscientos generales, jefes y oficiales «Los más de seiscientos asistentes habituales menguaron hasta menos del centenar, y aun éstos, en su mayor parte, permanecieron poco tiempo. Tal vez el imprescindible para advertir las razones auténticas de la excepcionalidad y desangelada situación».
Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo
Franco en su testamento político, dejaba todo «atado y bien atado» en manos del rey, la banca, la alta burguesía, los altos mandos de la administración, el ejército y la Iglesia. Pedía perseverancia en la unidad y en «la paz», así como lealtad al futuro rey de España, que él mismo había elegido. Seis años después de su desaparición, su espíritu seguía vivo y el aparato de la dictadura intacto. Los fieles al «régimen» no podían consentir que se otorgase la soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos, especialmente el PCE, se desmontara el estado totalitario y se reconociese el derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones. Había otros intereses de poder que pretendían reconducir la situación, ante la política de Suárez que llevaba al abismo.
Las elecciones generales de 1979, dieron la mayoría a la UCD de Suárez. Sus políticas, agravadas por la situación internacional, provocaron una gravísima crisis social, económica y política; la inflación se disparó, se elevaron los precios y el desempleo aumentó vertiginosamente. Junto a esto, el terrorismo más cruento. Con cada atentado, la democracia se debilitaba, el Sistema perdía credibilidad y cundió el «desencanto». La democracia tan anhelada, había dejado de ser la panacea de toda solución política, económica y social. Para el rey, Suárez había dejado de ser útil. Un mes antes de aquel 23-F, El Alcázar anunciaba que «los almendros florecen en primavera», clave de alerta a las fuerzas golpistas que estaban en el conocimiento.
Portada del periódico El Alcázar
El 17 de marzo de 1981, el Congreso de los Diputados celebró un pleno monográfico sobre el 23-F a puerta cerrada —algo sin precedentes—, sin cámaras de televisión, fotógrafos ni invitados. El ministro de Defensa, Alberto Oliart, presentó la primera explicación oficial. El informe Oliart, según la revista Tiempo, precisaba que el golpe, sufrió un adelanto forzado, ante la inesperada dimisión de Adolfo Suárez y cogió a los golpistas con el pie cambiado. Como los autores del golpe primaron la seguridad, la conjura «no fue detectada a tiempo por los servicios de información». No obstante se percibieron indicios de una conspiración, «por los artículos publicados en el diario ultraderechista El Alcázar bajo el nombre en clave de Almendros». Blanco y en botella.
El ministro de Defensa hizo hincapié, según la revista, en que los responsables de la sublevación «partieron de la convicción gratuita» de que se produciría una «reacción en cadena» en las Fuerzas Armadas y los Cuerpos de Seguridad del Estado. En la tesis del ministro estaba presente la defensa del rey, cuando dice que los golpistas no contaron con la «enérgica e inequívoca» actitud del rey, quien «destruyó» el efecto causado en un primer momento por los golpistas por la utilización del nombre del monarca. Hay otras tesis más actuales que implican al rey directamente, como conocedor de los sucesos. Iñaqui Anasagasti recuerda una conversación con Sabino Fernández Campo —entonces secretario general de la Casa del Rey—, sobre los primeros momentos transcurridos en la Zarzuela y lo que el secretario escuchó decir al rey, en su conversación con el general Armada, después del tiroteo en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo: «¡Qué coño es eso de intimidación! ¡Eso no estaba previsto! ¡Quiero saber urgentemente lo que está pasando ahora mismo allí».
Según Iñaqui Anasagasti, Sabino Fernández Campo le contó: «Al quedarme sólo me di cuenta que mi cabeza era un volcán y cien preguntas me surgieron como centellas. ¿Qué significaba lo de «no estaba previsto»? ¿Por qué el Rey aparentaba estar tranquilo conmigo y no con Armada?», se preguntaba Fernández Campo, Secretario General de la Casa del Rey (Iñaki Anasagasti id.). «¿Era la acción individual del loco Tejero? ¿Era un golpe de Estado? ¿Era la cabeza de puente de otra cosa mucho más seria? ¡Y las dudas inundaron mi cabeza! Así que cogí el teléfono y llamé a mi hombre de confianza destacado en el Congreso y me confirmó que Tejero había dicho que aquello lo hacía ¡¡en nombre del Rey!! Eso me nubló hasta la vista y hasta mi corazón empezó a latir peligrosamente. ¿En nombre del Rey? ¿Qué está pasando aquí? Entonces llamé a mi amigo Lacaci, el Capitán General de Madrid, y comprobé que estaba tan desorientado y desconcertado como yo, intentando saber con exactitud lo que estaba pasando en la Brunete, era fundamental saber lo que iba a hacer la Acorazada».
Sabino Fernández Campo
Sabino volvió al despacho del rey, que hablaba por teléfono con el general Armada:
«Alfonso, si es verdad que ese loco ha entrado en el Congreso en nombre del Rey hay que desmentirlo urgentemente y quiero saber con urgencia por qué ha dicho Tejero semejante cosa. Y sin más colgó el teléfono. Yo me acerqué y sin sentarme, de pie (allí sentada seguía la Reina) le dije: Señor, veo que ya lo sabe. Eso es muy grave.
—Sí, Sabino, la cosa es grave. Creo que debemos autorizar a Armada a que venga a la Zarzuela y nos explique detalladamente lo que está ocurriendo, porque creo que aquí están pasando cosas que no estaban previstas— ¿Cosas que no estaban previstas? ¿A qué se refiere Su Majestad? —Bueno, es un decir (pero, por primera vez noté cierto nerviosismo en el Rey, como si quisiera ocultarme algo)».
El rey apareció en televisión a medianoche, después de tener la certeza de que todos los capitanes generales cumplirían la orden de interrumpir la operación, y anunció la continuidad democrática.
Javier Cercas en Anatomía de un instante, dice que todo implica al rey, en una operación para fortalecer a la monarquía, restaurar el prestigio de España, consolidar la democracia y retirar a Suárez de la presidencia del gobierno, con el apoyo de ciertos renombres de la política en el gobierno y la oposición. La conducta del rey antes del golpe no fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades.
El rey, dice la periodista Pilar Urbano, no nos salvó del golpe; «el rey nos salvó in extremis de un golpe que él mismo había puesto en marcha», que el había alentado.
Alfonso Armada y Comyn
Mientras los diputados y el gobierno legítimo permanecían secuestrados por las armas, el «gobierno de salvación nacional» que el general Armada presentó a Tejero, lo formaban: Presidente, general Alfonso Armada; Vicepresidente Asuntos Políticos, Felipe González Márquez; Vicepresidente Asuntos Económicos, J. M. López de Letona (Banca). Ministros UCD: Hacienda, Pío Cabanillas; Obras Públicas, José Luis Álvarez; Educación y Ciencia, Miguel Herrero de Miñón; Industria, Agustín Rodríguez Sahagún. Ministros PSOE: Justicia, Gregorio Peces-Barba; Transportes y Comunicaciones, Javier Solana; y Sanidad, Enrique Múgica. Ministros PCE: Trabajo, Jordi Solé Tura; y Economía, Ramón Tamames. Otros partidos e instancias: Asuntos Exteriores, José María de Areilza (Coalición Democrática); Defensa, Manuel Fraga (Alianza Popular); Comercio, Carlos Ferrer Salat (presidente CEOE); Cultura, Antonio Garrigues Walker (empresario); Información, Luis María Anson (presidente agencia Efe). Militares: Interior, general Manuel Saavedra; y Autonomías y Regiones, general José A. Sáenz de Santamaría. ¿Eran conocedores de lo que se proponía?
Cuando Armada llega al hotel Palace, conoció el contenido del mensaje del monarca y se pone irremediablemente del lado de los golpistas: «el Rey se ha equivocado» y con su alocución «ha comprometido a la Corona, divorciándose de las Fuerzas Armadas». En otras palabras, venía a decir, que el rey había traicionado a sus compañeros de armas y a la operación que conocía desde el principio y sobre la que estaba de acuerdo. El ministro Oliart informó de la investigación que se estaba siguiendo, veintiún días después del golpe: «114 personas aparecían citadas en conversaciones grabadas por Francisco Laína, a las que se sumaban 127 miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y 23 civiles». En el posterior juicio de Campamento solo se enjuició a 33 responsables. Fue una «verdadera farsa de la Transición», dice Anasagasti en su nuevo libro Una monarquía nada ejemplar; «por lo pronto no se investigó la trama civil».
Jaime Milans del Bosch
En otro momento de la conversación de Anasagasti con Fernández Campo, cuenta que después de hablar con el general Juste, que preguntaba por Armada, al que le respondió «ni está ni se le espera», con la intuición a flor de piel, «con todas las moscas detrás de la oreja», se dirigió de nuevo al despacho del rey: «Cuando entré me llevé la sorpresa de mi vida. Allí se estaba brindando. Y eso me nubló la mente y me enfureció. Así que, ya sin protocolos, me dirigí a su majestad y sin pensarlo le dije mirándole de frente: ¡señor! ¿Está usted loco? Estamos al borde del precipicio y usted brindando con champán. Y casi grité ¿no se da cuenta de que la monarquía está en peligro? ¿Qué puede ser el final de su reinado? ¡Recuerde lo que le pasó a su abuelo! Entonces la cara del rey cambió de color y vi como sus manos le empezaron a temblar y en voz casi inaudible mandó salir a los allí presentes. Todos salieron menos la reina, que tenía cara de póquer. Su majestad se vino hacia mí y tembloroso, casi llorando, me tomó de las manos y en tono suplicante me dijo: ¡Sabino, por favor sálvame! ¡Salva a la monarquía, ahora mismo no sé lo que hago ni qué decir!». Se había dado cuenta de las consecuencias de su borboneo.
La atmósfera en los meses anteriores al golpe era de desestabilización: atentados, crisis económica, agitación social, intoxicación desde los medios de la ultra derecha, división interna en la UCD y dura confrontación política. El ex director de Seguridad del Estado, Francisco Laina, jefe de la Comisión Permanente de secretarios de Estado y de subsecretarios —un gobierno de facto que asumió las funciones del ejecutivo secuestrado en las Cortes—, guarda en su memoria dos escenas relevantes. La primera transcurre en el funeral por una de las víctimas de ETA, en el que también estaba el teniente coronel Antonio Tejero —que ya había sido condenado a siete meses de cárcel por la Operación Galaxia—, sin mando y en situación de disponible, «Me quedé pensando que aunque no tuviera mando, disponía de 24 horas al día para conspirar. Dejarle en Madrid libre de vigilancia fue un error de los servicios de información».
La segunda escena que recuerda, fue cuando entregó al presidente Adolfo Suárez un informe confidencial elaborado por los servicios de información policiales, que indicaba que el rey no se recataba en criticar duramente al presidente Suárez en conversaciones con personas y ambientes muy diversos. Se añadía que el monarca expresaba abiertamente su disconformidad con decisiones adoptadas por Suárez y planteaba la conveniencia de un posible relevo del presidente. También se informaba de una comida que el general Alfonso Armada —entonces gobernador militar de Lleida—, había mantenido con el responsable de asuntos de defensa del PSOE Enrique Múgica, en la casa del alcalde Antoni Siurana. Suárez, después de leer el citado informe, «guardó un momento de silencio y luego me dijo: No me cuentas nada nuevo».
Juan Carlos I de Borbón
Los golpistas querían establecer un gobierno «militar por supuesto», recuperar los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del 18 de julio. Si nos atenemos a las palabras que el rey dedicó al embajador alemán Lothar Lahn en marzo de1981, los sublevados sólo «habían querido lo mejor para España». Para el rey «los cabecillas sólo pretendían lo que todos deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad»; la defensa de la unidad de España, la bandera y la corona. El monarca entendía que el responsable último del pronunciamiento era Adolfo Suárez, por no tener «en cuenta las peticiones de los militares». El rey estaba al corriente de la trama golpista y conforme, antes, durante y después del golpe que traicionó.
Fue un golpe de estado en toda regla: perpetrado por mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar y que no fue investigada. Fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder para reconducir la «situación política a la deriva». Al menos dos conspiraciones coincidieron en el tiempo. La violenta de Tejero, que con sus disparos, asustó al rey y el de Armada, en el que estaba el CESID que recondujo acciones e indujo otras para llevarle a la presidencia del gobierno, con la connivencia de algunos políticos y partidos en la oposición que jugaron un papel determinante. El general Armada, no fue el mayor traidor, sino el traicionado. Había sido el hombre leal y disciplinado, muy valorado por todas las fuerzas políticas, que estuvo en todo momento a las órdenes del rey, quien «ayudó a crear un ambiente golpista previo al 23-F» e hizo todo lo posible para que Suárez dimitiera. La irrupción de Tejero estropea el plan a Armada, «y el rey, con quien había conspirado, se hizo el loco». Armada era el «elefante blanco» que se iba a hacer con el poder en nombre del rey» (Anasagasti).
Se hizo todo en nombre del rey, aunque insistió «¡A mi dádmelo hecho!» (El Rey y su secreto, Jesús Palacios). Estaba previsto que a la llegada de Armada, varios diputados lo avalaran, entre ellos Fraga, Sánchez Terán, Herrero de Miñón, Enrique Múgica, Peces Barba y José Luis Álvarez. En la historia de España, la monarquía siempre se ha restaurado o instaurado mediante golpe de Estado; la actual, por el de Franco. Ahora sin triunfar, se consiguió lo que pretendía: el rey y la monarquía se consolidaron; la democracia se fortaleció, aun sometida al miedo de la involución; el desarrollo del estado autonómico se paralizó y ahí sigue; y la grave situación política e institucional, achacada a la política de Suárez, se recondujo hasta hoy. Cayo Lara ha exigido que se desclasifiquen todos los documentos del 23-F y a la Casa Real «que desmienta, si se puede, con explicaciones claras y concretas», el papel del rey en el golpe. Quedan pendientes algunas respuestas de otras tantas preguntas posibles. El tiempo las responderá o no.
Guardias civiles escapando del Congreso tras el fracaso del Golpe
Quienes participaron, ocultaron y desvirtuaron la realidad; quienes algo conocían lo taparon por su seguridad y lealtades mal entendidas. Demasiadas instituciones y representantes públicos estuvieron implicados de espaldas al pueblo. Unos se han llevado su secreto a la tumba, otros todavía viven de sus réditos. Termino con León Felipe en Sé todos los cuentos: «Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto...», lo que he oído, lo que he vivido y lo que pienso.
FUENTE: nuevatribuna.es
Víctor Arrogante
23 Febrero 2015
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