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9/10/18

"A CAPIROTA"

La lavandera gallega que se enfrentó sola a la manada fascista


La localidad pontevedresa de Marín conmemora el asesinato de Carmen Pesqueira Domínguez, una madre soltera de 29 años que murió torturada, apaleada y tiroteada a manos de un grupo de falangistas con quienes se encaró cuando apaleaban a un hombre en agosto del 36

Carmen Pesqueira Domínguez

Si lo que le pasó a Carmen hace 82 años hubiera sucedido hoy, este país se habría levantado entero para exigir castigo para la manada de criminales que la asesinaron. Ni un sólo líder político se atrevería a no honrarla públicamente para reconocer en su valentía un ejemplo de dignidad democrática. Ninguna institución, ningún partido, ningún medio de comunicación, habrían dejado de catalogar su muerte como una execrable muestra de la peor violencia machista.

Pero sucede que a Carmen, trabajadora de un pequeño pueblo de la costa gallega, la mataron en agosto de 1936 pocas semanas después del levantamiento militar. Y Sus asesinos eran falangistas.

Por eso su historia, de algún modo, sigue manchada. Porque todavía hay quien ampara crímenes como el suyo negando su recuerdo, en la absurda creencia de que las víctimas de la injusticia están obligadas a confundir perdón con olvido, desmemoria con reconciliación.

La Asociación pola Recuperación da Memoria Histórica de Marín (Pontevedra) homenajeó ayer a Carmen Pesqueira Domínguez, a quien todo el mundo en su pueblo conocía como "A Capirota". Murió el 18 de agosto de 1936 a manos de una banda de falangistas a quienes tuvo la osadía de enfrentarse, ella sola, cuando estaban dándole una paliza a un pobre hombre.


Esa misma noche la secuestraron, la vejaron, la torturaron, la apalearon y la mataron a tiros. Al día siguiente, pasearon su cadáver por el pueblo y por otras localidades cercanas, hasta dejarlo abandonado en la calle como macabra advertencia de lo que podría sucederles a quienes, como ella, se atrevieran a cuestionar la barbarie que acababa de llegar a España.

Galicia fue uno de los primeros territorios que cayó en manos de los golpistas. Y en las primeras semanas posteriores al 18 de julio se sucedieron centenares de asesinatos, secuestros, violaciones, detenciones ilegales y juicios sumarísimos. Se paseaba y se asesinaba no sólo a políticos y políticas, funcionarios y funcionarias, sindicalistas, líderes agrarios, escritores y escritoras, intelectuales, médicos, jueces y juezas, maestras... A cualquier persona que se hubiera significado a favor de la República, del Frente Popular o, sencillamente, de la democracia, los derechos de los trabajadores y la justicia social. Y no sólo a ellos.

También a quien osara no bajar la voz y la mirada ante el fascismo, o a quien lo desafiara negándose a alzar la mano y cantar el Cara al sol. Sus cadáveres aparecían cada mañana en las cunetas, en las playas, en los pozos, en las minas... Por las noches sonaban tiros de gracia en los montes, en los caminos y junto a las tapias de los cementerios.

En ese contexto de guerra y de violencia atroz, en el que el bando franquista emprendió un plan sistemático para aterrorizar a la población, la reacción de Carmen ante la manada fascista tiene un mérito inusual. Porque todos sabían que no esconderse del terror podía costarte la vida. Más aún si eras mujer y, como ella, estabas sola.



Carmen había nacido en una humilde familia de pescadores que no pudo proporcionarle más formación que la que la llevó a ser costurera y lavandera de ropa ajena. Solía lavar para los religiosos de un priorato cercano y para las familias pudientes de Marín. Con eso se ganaba la vida y mantenía a su hijo, quien por entonces tenía cuatro años. Era madre soltera. Otro estigma para una mujer en aquella Galicia que se volvería negra a partir del verano del 36.

A Carmen no se le conocía filiación política. Algunas fuentes aseguran que tenía un punto contestatario y que simpatizaba con quienes defendían los derechos de los humildes. Pero nadie lo ha probado y no existen registros ni documentos que certifiquen su pertenencia a organización política o sindical alguna.

Tampoco su trabajo de lavandera se desarrollaba en un sector donde se hubiera conformado un movimiento asociativo pujante con mujeres proletarias, como sí existía en la industria conservera, en los puertos, en la pesca y en la actividad agraria y campesina.

Carmen solía ir a lavar la ropa junto a otras compañeras a un lavadero bajo un puente al que se llegaba andando por la rúa da Ponte, una avenida que aún hoy sigue existiendo en Marín. Dejaba allí la ropa a secar al sol de verano, y volvía a recogerla más tarde. Cuando fue a hacerlo aquel día, se topó con un grupo de falangistas que apaleaban a un hombre en mitad de la calle, que se había quedado desierta ante la atemorizadora presencia de la manada. Entre ellos estaba Bruno Schweiger, el capitán Bruno, jefe de la Centuria de Zapadores de Falange en Marín y uno de los más temidos líderes de la represión en la comarca.



Los falangistas la secuestraron esa misma noche. Se la llevaron al Pozo da Revolta, en el lugar de Bagüí, en la parroquia de Mogor, donde la violaron, la torturaron y la molieron a golpes. Allí dejaron su cadáver, tiroteado.

Volvieron a la mañana siguiente. La muerte de Carmen tenía que ser el ejemplo de lo que les sucedería a quienes se atrevieran a desafiarles. Más aún si era mujer, y trabajadora, y madre, y soltera. Así que montaron su cuerpo en una camioneta y lo exhibieron por los pueblos cercanos. Al final lo abandonaron en una calle de Bueu, a doce kilómetros.

En el registro civil de esa localidad certificaron su defunción, pero quien redactó el documento ni siquiera se atrevió a constatar que había muerto a tiros. El certificado saldó la causa del deceso con un escueto resumen: “Herida en el corazón”. El paso del tiempo ha convertido la frase en poética metáfora de las secuelas del franquismo en Galicia, y en España.

Desde hace diez años, un monumento recuerda en el Pozo da Revolta a todos los represaliados de la zona que, como Carmen, fueron paseados, ejecutados, secuestrados, torturados, encarcelados o sancionados por la manada.

Monumento a los represaliados del franquismo en el Pozo da Revolta
Monumento a los represaliados del franquismo en el Pozo da Revolta

La Asociación pola Recuperación da Memoria Histórica de la localidad los homenajea cada 18 de agosto, todos los años. Daniel Pereira Figueroa, Dolores Cea Montenegro, Dolores Macías González, José Barreiro Núñez, Elsa Omil Torres, Armando Iglesias Pérez, Adelina Otero Martínez, Ramona Otero Martínez, Eugenio Dopazo Calviño, Antonio Blanco Solla, Ramón Fondevila Martínez, Santiago Ramos Ramos, Elena Prol Peña, Manuel Sayar Orellano, Bernardino de la Torre Fernández...

Marineros, pescadores, agricultoras, canteros, albañiles, obreras, maestras de escuela... Según el proyecto Nomes e Voces, que en el 2006 unió a las tres universidades gallegas con el Gobierno de la Xunta del PSOE y el BNG para investigar la represión franquista en Galicia, 156 vecinos de Marín la sufrieron en los primeros años de la guerra. En toda Galicia se contabilizan cerca de 15.000 víctimas.

En mayo pasado, el Ayuntamiento de Marín, que gobierna María Ramallo, del PP, aprobó una moción iniciada por el Bloque Nacionalista Galego para dar el nombre de Carmen Pesqueira a una céntrica plaza de la localidad, junto a la calle de A Roda, en el antiguo camino al puerto y a unos centenares de metros de donde ella se enfrentó a la jauría

82 años después de su muerte, descubrieron una pequeña placa que demuestra que las heridas que acabaron con su vida y con las de miles de personas de bien como ella sólo cicatrizan cuando el pueblo unido le deja bien claro a la manada que no olvidará nunca el dolor que produjeron.

He aquí a algunos de los verdugos del franquismo en Galicia

FUENTE: publico.es

23/8/17

¿POR QUÉ NOS ODIAN?

El terrorismo de los estados guardián


En Barcelona, la patria de todos y todas, lloramos doblemente el dolor de las pérdidas, de los heridos, de los tristes y desconcertados turistas y ciudadanos.

Porque en Barcelona en 2003 se celebró la más grande manifestación contra la guerra de Irak de toda Europa. Salimos a las siete de la tarde y regresamos a la una de la madrugada, cuando se leía por enésima vez el manifiesto y los helicópteros seguían volando encima de las multitudes que abarrotaban las calles, las avenidas, las plazas, desde hacía seis horas, y que no querían regresar a su casa sin haber dejado constancia de que Cataluña se oponía rotundamente a que ninguna guerra asolara el mundo.

Ya sabemos que no nos hicieron caso. Ya sabemos que a la destrucción de Afganistán –el país mártir- comenzada en 1978, cuando su gobierno se atrevió a declararse socialista con el apoyo de la URSS, y que, entonces, la CIA armó y entrenó a los talibanes para destruirlo, siguió la de Irak, de Libia, y de Siria, objetivo ansiado desde decenios atrás por EEUU. Se olvida pronto que Reagan lo calificó de "Axis of Evil" (Eje del Mal).

En rojo, los países considerados El Eje del Mal (todos aquellos no capitalistas)

“¿Qué es lo más importante para la historia del mundo?  ¿El Talibán o el colapso del imperio soviético?” Es la respuesta de quien fue el asesor de seguridad del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, a la pregunta de la revista francesa Le Nouvel Observateur (del 21 de enero de 1998) sobre las atrocidades que cometen los yihadistas de Al Qaeda, escribe en Público la periodista y politóloga Nazanin Armanian, desvelando una vez más el origen del terrorismo que ahora nos estremece. La financiación y organización de los talibanes por la CIA, con la colaboración de Arabia Saudí y Qatar,  para librar la guerra solapada contra la URSS.

De aquellas inmensas y exitosas manifestaciones contra la guerra de Irak y antes contra la OTAN, no queda apenas recuerdo en la población española. Cuarenta, treinta años más tarde, una generación ha desaparecido, otras son ancianas, las jóvenes ignoran todo de la historia anterior. Pero como dice el conocido adagio, "quien olvida su historia está condenado a repetirla" y por tanto los horrores que estamos viviendo estos días, y que comenzaron en 2004 con el atentado de los trenes de Madrid, son la consecuencia lógica de cómo las potencias democráticas” se organizaron para acabar con el imperio soviético y los países de sus áreas de influencia. Porque la creación del terrorismo islámico fue obra de las democracias occidentales.

Esas potencias, comenzando por EEUU, con la inestimable cooperación del Reino Unido, Francia, Alemania y hasta España, sumada a la coalición para que constara que como en tiempos de Franco seguíamos siendo el “centinela de Occidente” –se ha olvidado que la primera guerra del Golfo la aprobó entusiasmado Felipe González, declararon la guerra a Irak. Esa guerra se libró del 2 de agosto de 1990 al 28 de febrero de 1991 por una fuerza de coalición autorizada por las Naciones Unidas, compuesta por 34 países y liderada por Estados Unidos, contra la República de Irak, en respuesta a la invasión y anexión iraquí del Estado de Kuwait.

Mosul - Irak

De aquella guerra Irak, un país próspero y el de mayor tolerancia religiosa e igualdad entre hombres y mujeres de la región, salió destrozado. Era el prólogo para lo que sería su destrucción en 2003. Y después la invasión de los demás países de la zona que han acabado en ruinas.

Ciertamente a las poblaciones europeas, blancas y bien alimentadas, no estremecen los atentados que todos los días cometen los diversas facciones fanáticas del ISI, el Daesh, o como se quieran llamar, en Afganistán, Irak, Siria, Sudán, Yemen, donde en un solo día se amontan cientos de cadáveres, y cuyos Estados fallidos no podrán garantizar en decenas de años la construcción de una sociedad mínimamente organizada y civilizada..

Pero las poblaciones europeas, blancas y bien alimentadas, nos horrorizamos solamente cuando los muertos son nuestros: es decir, o ciudadanos o turistas que vienen a gastar su dinero en nuestros territorios. Fuera de ellos solo existen las tinieblas exteriores. Y se escandalizan de que semejantes fanáticos se atrevan, cuchillo o furgoneta en mano, a atacar a los pacíficos y democráticos  ciudadanos europeos, que no nos metemos con nadie.


Una madrileña me decía esta mañana, cuando se difundió la noticia de un atropello en Marsella -que inmediatamente se atribuyó al terrorismo para alimentar el pánico en que viviremos a partir de ahora- que ella los mataría a todos. Cuando le repliqué que los verdaderos culpables son los que organizan las guerras en esos países, se quedó tan desconcertada que no supo que contestar. En su vida, ya no corta, jamás había oído que hubiese guerra en Oriente Medio y aún menos que semejante tragedia nos concerniera.

Precisamente por eso, precisamente porque a las poblaciones europeas, blancas y bien acomodadas, no les importa que medio planeta se encuentre asolado por las contiendas y las hambrunas que organizan sus democráticos gobiernos, es por lo que aparecen los "vengadores" de esas tragedias, y se lanzan a atropellar o acuchillar a los pacíficos paseantes de las Ramblas de Barcelona, o de Niza, o de Bruselas o de Londres.

Resulta ridículo, si no fuera miserable, que los comentaristas que todos los días opinan en los medios de comunicación españoles nunca se refieran a la situación de guerra continuada que mantienen las potencias occidentales en el Medio Oriente. Solamente hablan de la radicalización de los musulmanes terroristas en los pacíficos países que los han acogido. Desde los tertulianos y periodistas que criminalizan a todos los que practican la religión islámica, pidiendo una nueva Reconquista, hasta los que, más comprensivos, se preguntan ingenuamente qué ha llevado a esos muchachos, nacidos o educados en España, a comprar explosivos para hacerlos estallar contra sus conciudadanos o a conducir coches y esgrimir cuchillos asesinos.


Ninguno de los opinadores se ha atrevido a recordar que Arabia Saudí es la principal fuente de financiación de las células islámicas terroristas al que España le vende toda clase de armamento, y que los reyes de nuestra Casa Real se abrazan ritualmente al tirano de Salman bin Abdelaziz, que hoy gobierna su país como en la época de los patriarcas del desierto. Supongo que para negociar  mejor las comisiones que reciben.

Ninguno de los opinadores, y mucho menos nadie del gobierno catalán, ha expresado algún malestar porque esa satrapía medieval de Qatar, igualmente soporte del terrorismo islámico, financie el Club de Fútbol Barcelona, el mítico Barça, aquel al que el indiscutible referente de la izquierda, Manuel Vázquez Montalbán, llamaba “más que un club”. Y ciertamente lo es, sobre todo un negocio. Un negocio que no tiene ningún escrúpulo en hacer que sus jugadores exhiban en el mundo entero la camiseta con el nombre de Qatar.

Ninguno menciona aún el drama palestino, que es el origen de la hegemonía israelí y la decadencia del mundo musulmán. Porque el alimento ideológico que los medios de comunicación nos suministran diariamente consiste en reducir el fenómeno terrorista a las proclamas de unos cuantos imanes fanáticos que han infectado a otros cuantos jóvenes desquiciados.

Muro israelí en Cisjordania (Palestina)

Este mensaje, mil veces repetido, es eficaz para tener aterrorizados a los buenos europeos, inocentes, que incluso, con toda ingenuidad, han dado asilo a los islámicos criminales. Se trata de convencer a la ciudadanía de que es preciso aumentar los recursos para la seguridad: presupuesto del Ejército, contribución a la OTAN, incremento del número de policías, compra de armamento; que asuma la reducción de los presupuestos sociales a favor de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que nos defienden del terrorismo; que olvidemos la tragedia del Medio Oriente y no nos planteemos nuevamente las olvidadas luchas por la Paz. Y que se recrudezca la represión policial y política sin protesta alguna. 

Ni una sola voz se ha alzado contra la actuación de los policías que tiran a matar cuando creen haber localizado un terrorista. Por el contrario, hoy se menudean las fotos de mujeres abrazando a los Mossos después de que abatieran a los perseguidos de Cambrils. Siempre es mejor que el sospechoso calle para que no pueda contar lo que a los servicios de inteligencia no interesa. Sobre todo dada la inoperancia que han demostrado en la vigilancia de aquellos que estaban organizando los atentados.

Porque ya se sabe que a los supuestos terroristas hay que matarlos por las calles antes de que hablen, aún sin haberlos condenado.


FUENTE: publico.es
La verdad es siempre revolucionaria
Lydia Falcón
Madrid - 21/08/ 2017


Este ciudadano lleva años preguntándose lo mismo: ¿Por qué siempre acaban matando a los que ejecutan los atentados? y sin embargo cogen vivos a otros mindundis (el que alquiló el piso, el el que alquiló coche, el que compró el móvil...) que nada o casi nada pueden aportar sobre los entresijos terroristas. Y es que si los autores materiales, al verse acorralados, se inmolaran, pues tendría hasta cierta lógica, pero que no lo hagan y que nunca pillen a uno vivo, herido al menos, para poder tirarle de la lengua, da mucho que pensar. Tal vez porque si alguien jala con firmeza de ese hilo del terrorismo internacional, podría enredarse en muchas, muchísimas manos que aparentan ser pulcras e impolutas, a lo largo y ancho del planeta.