Puede que la necesidad freudiana de dar matarile al padre sea muy imperiosa y hasta que los Estatutos del partido lo contemplen, tal y como se explica hoy Paula Díaz en este diario, pero lo cierto es que cuesta trabajo imaginar a Rajoy expulsando del PP a Aznar por desleal o por perjudicar notoriamente la imagen de la organización, actividad a la que el estadista lleva bastante tiempo entregado. Para estos casos siempre conviene recurrir a Aristóteles, que ya estableció en su día la diferencia entre potencia y acto. Poder, lo que se dice poder, puede, pero otra cosa muy distinta es que lo termine haciendo, por mucho que éste sea el sueño repetitivo de sus siestas.
Siendo más que notorio el flirteo de "Franquito" con Ciudadanos, aunque Rivera insista que el rey de los abdominales no es su tipo, el trauma que para el PP supondría consumar el divorcio con su egocéntrico referente no sería cosa menor que diría Rajoy, quien además no es de los que se distinguen por dar el primer paso cuando puede seguir sentado pese a las molestias que le ocasiona periódicamente ese enorme grano purulento al final de la espalda.
Mariano Rajoy Brey
Curiosamente, su salida del PP convertiría a Rajoy en el último aznarista del partido, si exceptuamos claro a Javier Arenas, que es como esos óleos con escenas de caza que las madres mantienen colgados en la pared de sus casas y que han resistido el tránsito del papel pintado al gotelé y de éste a la pintura lisa, y a Pablo Casado, que en su día iba de delfín del propio Aznar pero que siempre nadará en el estanque del que mande.
Francisco javier Arenas Bocanegra y Pablo Casado Blanco
El aznarista es una especie en extinción en el PP y de ahí que los últimos ejemplares vivos y en libertad pasten en ese gran parque jurásico que es FAES.
Ni a Rajoy le interesa expulsar a Aznar ni, posiblemente, el susodicho esté por la labor de alquilarse un estudio en el edificio de Ciudadanos, aunque tuviera mejores vistas que en Vox, donde también se especuló que podía dejar sus cosas en plan guardamuebles.
José María Aznar López y Mariano Rajoy Brey
El PP será un casero espantoso pero ha soportado sus críticas y sus desvaríos, y al que debería mostrar algo de agradecimiento por tantos años de obligarle a hacer el ridículo defendiendo su teoría de la conspiración en el 11-M, por haber convertido a su santa en alcaldesa o por haber obviado su responsabilidad en el lodazal de corrupción en la que chapotea, originada en buena medida en los polvos acumulados cuando él estaba al mando de la nave.
Aznar es, como se ha dicho aquí alguna vez, un amante despechado y más bien parece que su promoción del zumo de naranja del desayuno se deba a un enésimo intento de librarse de su mariacomplejado sucesor digital, que ni siquiera ha sido capaz de hacer desfilar los tanques por la Diagonal cuando la ocasión la pintaban calva.
Fracasados sus anteriores intentos de remover a Rajoy desde dentro, que haciendo la estatua es más pesado que ese Lincoln de mármol sentado y vigilando eternamente su memorial, estaría buscando ayuda fuera, confiando en que la tumba política de su heredero le permita recuperar la influencia perdida.
Por esa querencia cíclica de la historia a repetirse, no sería descabellado que Aznar hubiese pensado una solución similar a la que imaginó Fraga con Suárez antes de que él mismo entrara en la quiniela, y que no era otra que convertirle en el candidato de AP a la presidencia del Gobierno previa absorción del CDS.
Adolfo Suárez González y Manuel Fraga Iribarne
¿Sería muy extraño ver a Rivera al frente del PP? Al fin y al cabo y aunque ahora parezca dividida, derecha sólo hay una y Aznar es su profeta.
FUENTE: publico.es
Tierra de nadie
Juan Carlos Escudier
18/01/2018
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