Antidisturbios de la Policía Nacional, frente a la sede de las CUP, el miércoles 20 de septiembre.
Adriana M. Andrade
Adriana M. Andrade
Que nadie tenga la desfachatez de cantar victoria el día 1 de octubre. El colmo de la vergüenza sería que Mariano Rajoy, disponiendo de toda la fuerza del Estado, considerara un éxito personal la no celebración del referéndum catalán o que Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, empeñados en decantar a favor del independentismo --sin importarles el coste-- a todos aquellos catalanes que prefieren una tercera vía, colocaran unas urnas y se creyeran artífices del nacimiento de un nuevo estado. Los tres son ejemplos de políticos peligrosos que llevan a sus ciudadanos a callejones sin salida, pero que saben muy bien lo que hacen: están fortaleciendo sus opciones personales o las de sus partidos de cara a las nuevas elecciones generales y autonómicas, su verdadero objetivo.
Por eso, porque el día 1 no habrá victoria posible de la razón ni de la democracia, es por lo que urge encontrar y proponer vías de encuentro. A la izquierda le corresponde cortar esta espiral y dar alternativas a una situación que amenaza con desembocar en un conflicto civil, en los que siempre pierde la ciudadanía. La salida no puede pasar por la humillación de las instituciones democráticas, ni españolas ni catalanas, porque esas instituciones no son propiedad de sus políticos, sino creación política de sus ciudadanos y merecen respeto.
La salida tendría que pasar por dos acuerdos prácticamente simultáneos: la desconvocatoria del referéndum y la apertura inmediata de una negociación entre todas las fuerzas políticas para debatir una reforma constitucional que contemple una nueva estructura territorial del Estado y que prevea una fórmula pactada para conocer, en su momento y con todas las garantías, la voluntad de la mayoría de los catalanes, expresada con conocimiento de causa.
La desconvocatoria del pretendido referéndum es imprescindible porque ni tan siquiera puede llevarse a cabo con las mínimas condiciones de solvencia ni credibilidad. Y la convocatoria de la negociación es igualmente indispensable porque un estado democrático como el español no puede ignorar su principal problema político. Encontrar una vía que permita conocer qué piensan los catalanes y qué consensos estamos dispuestos a compartir todos no es una propuesta ingenua, sino la condición necesaria para afrontar los otros graves problemas que sufre la ciudadanía española y catalana. Problemas acuciantes que se ven relegados una y otra vez, escondidos tras banderas, himnos y proclamas de unidad o independencia. Estos problemas no se resolverán con represión ni con victimismo, sino con análisis, conversación y negociación.
Es cierto que resulta improbable que el Partido Popular y su presidente Mariano Rajoy acepten sentarse a esa mesa de diálogo, con real voluntad de compromiso y acuerdo. Nada indica en el historial de Rajoy que pueda dar ese paso, pero esa no puede ser la excusa para que el presidente Puigdemont no desconvoque su referéndum, si las demás fuerzas políticas se comprometen a plantear, en ese caso, una moción de censura y la inmediata celebración de elecciones. Lo que no son capaces de arreglar los políticos podemos, quizás, resolverlo los ciudadanos.
No hay punto de retorno, afirman algunos. Es inútil proponer que se activen los frenos. Es ingenuo creer que se puede encontrar una solución. Pero lo que está enfrente es lo suficientemente absurdo como para que ninguna propuesta resulte inútil o simple. Lo que está enfrente es muy grave. Para la razón, la inteligencia, la convivencia y la democracia, en España y en Cataluña.
FUENTE: ctxt.es
Editorial
20/09/2017
FUENTE: ctxt.es
Editorial
20/09/2017
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