Ayer tocó limpiar y engalanar las tumbas de los fieles difuntos, para que luzcan hoy, plenas del colorido y aromas florales, en todo su esplendor, tal y como manda la tradición (que gran incongruencia la nuestra... como si realmente pudieran ver y oler este dispendio de flores ya cortadas). Yo creo que tenerlos siempre en la memoria o en el corazón, y rezar una plegaria de vez en cuando por sus almas, resulta mucho más efectivo que este desmedido afán por llenar con efímeras flores, en una fecha determinada, nichos y panteones donde ya no están... porque sólo quedan allí los huesos que habitaron. En el fondo lo hacemos por nosotros mismos, en un intento vano, en un afán por acercarlos y ofrecerles un deleite a través de nuestros propios sentidos.
"Aun así... ¡qué triste resulta una tumba sin flores!
¿Para quién?... Para los vivos que la miran. Los muertos ya no sienten tristeza.
Ahora que me fijo...
¿Quién será esa mujer que, con Don Juan Tenorio, se oculta tras la esquina?
¿Esperarán el paso de la Santa Compaña?
¿Cómo es que no me moja esta fina llovizna?
¿Y esa niebla tan densa y repentina...?
¿Y por qué estoy descalzo?
Pero... ¿qué hago yo aquí?"
No hay comentarios:
Publicar un comentario