Esta semana los sindicatos de los astilleros Navantia en San Fernando convocaron a los trabajadores a cortar la autovía. El gobierno había cancelado un contrato de venta de bombas guiadas por láser a Arabia Saudí. Temían que los compradores saudíes tomaran represalias y que esas represalias incluyeran el contrato que el astillero mantiene para la construcción de buques de guerra para el reino saudí.
Los sindicatos, como siempre, más preocupados por el capital nacional que el propio capital nacional, iban un paso más allá en medrosidad que el gobierno antes de que la Secretaria de estado pudiera saltar a los medios para asegurar que el contrato no estaba en riesgo. En el otro plato de la balanza, distintas ONGs y grupos pacifistas y ecologistas aseguraban que el famoso contrato era una inmoralidad y que el gobierno debía dar un paso adelante y cancelarlo.
Una guerra imperialista brutal en la que ya han muerto más de 10.000 personas, el 80% de la población necesita ayuda humanitaria y 8 millones de personas están a punto de sufrir hambruna.
Masacre en Yemen
Por eso es una falsedad, una ruindad hipócrita, pensar que vender armas a Arabia Saudí es peor que vendérselas a cualquier otro. Es absurdo plantear que unas burguesías son mejores y más morales que otras, que un imperialismo es mejor que el otro.
Precisamente el debate planteado de esta forma, transmite la idea a los trabajadores, de que hay imperialismos mejores y peores. El imperialismo iraní, ruso, americano, saudí, qatarí, británico, español… todos en conjunto reaccionan a un sistema en decadencia de la misma manera:
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El primer objetivo era remachar la idea de que «el bienestar de los trabajadores dependen de los resultados de la empresa». La vieja formula machacada a fuego por los sindicatos durante años bajo la forma «no podemos pedir a la empresa lo que no puede dar». La misma que llevó a un callejón sin salida las luchas de los años 80. Este es también el principal mensaje del gobierno Sánchez a los trabajadores, como lo es el de Tsipras en Grecia.
El mensaje es «preocuparos por el capital nacional, aceptar sacrificios cuando os los pidamos y cuando las cosas vayan bien de nuevo, habrá premio». Pero ¿qué premio puede dar un sistema agotado en el que la crisis se ha vuelto perenne? Todo lo más, recuperar temporalmente parte de lo perdido hasta la siguiente ola de «sacrificios».
El objetivo de todos era machacar la idea de que nuestro bienestar depende de la suerte comercial de sus empresas y del capital nacional y que no tiene sentido luchar cuando al capital le va mal.
Modelo de Corbetas Combatant encargadas por el gobierno saudí.
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¿Pero llevaban más razón los pacifistas y los ecologistas? Tampoco. Nunca se paró una guerra imperialista con boicots a la venta de armas ni movilizaciones pacifistas, solo la revolución mundial pudo hacerlo y solo movimientos masivos de los trabajadores podrán hacerlo de nuevo.
En el capitalismo actual todos los capitales nacionales son imperialistas, todos tienen cada vez más hambre de nuevos mercados, de nuevos destinos para el capital sin ocupación productiva que tienen que reproducir si no quieren ver su economía colapsar.
Y todos, están dispuestos a usar todos los medios a su alcance para conseguirlo. Los hay más fuertes que otros, mejor armados que otros, pero ninguno es más inocente que otro.
Bombardeos saudíes sobre Saná, capital de Yemen
En realidad para el capital saudí, como para cualquier otro capital nacional, las importaciones sirven a optimizar su esfuerzo único por exportar bienes y capitales para realizar la plusvalía que su mercado interior no puede absorber.
El militarismo y la guerra son una parte del todo, no una opción. Por ejemplo la famosa «nueva ruta de la seda» que promueve China construye trenes que sirven para transportar mercancías… pero también están pensados, desde los primeros bocetos, para mover tropas.
La Comisión Europea plantea reforzar las autopistas para soportar los nuevos tanques pesados.
Las autopistas de la UE se van a actualizar y ensanchar para soportar más tráfico, pero también para adecuarse a los nuevos tanques pesados de los ejércitos europeos. E incluso lo que no interviene directa o indirectamente en el esfuerzo militar es parte de lo mismo.
El capital nacional no va a la guerra por ir a la guerra. Va a la guerra para asegurar la acumulación. El mismo motivo por el que produce, exporta o importa cualquier bien o servicio. Para el capital, para cualquier capital, una tuneladora, una mezcladora de cemento, una calculadora o un modesto lápiz no son menos parte del esfuerzo imperialista que un avión de combate, una bomba o una pistola.
¿Cómo salir de todo este debate en falso?
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Lo que nos hace clase, lo único que ofrece un futuro a la humanidad es precisamente no ponernos el techo del «beneficio de la empresa», «la carga de trabajo» o «que haya contratos». Si aceptamos ese terreno, si ponemos por encima de las necesidades humanas las necesidades del capital, no podemos esperar otra cosa que lo que el capitalismo tiene para ofrecer: pobreza, guerra, destrucción de las fuerzas productivas y la Naturaleza toda.
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El imperialismo es una etapa del capitalismo global, no una opción política o una «enfermedad» de algunos capitales nacionales. Todos los capitales nacionales son imperialistas y cada capital nacional lo es como un todo. No hay países menos imperialistas que otros, igual que no hay sectores «imperialistas» y sectores «no imperialistas» dentro de cada capital nacional.
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A base de boicots a las exportaciones a determinados sectores o a determinados países no es posible parar la tendencia a la guerra del capitalismo de hoy. Por lo mismo que no es posible parar la precarización, la destrucción de la Naturaleza o la pobreza masiva haciendo boicots a empresas determinadas.
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La única salida a un capitalismo que es el principal enemigo de la humanidad pasa por no tomar partido en las querellas entre capitales y por no aceptar en ningún caso la supeditación de nuestras necesidades, necesidades humanas genéricas de bienestar, a las del capital llámense beneficios, carga de trabajo o como quieran llamarlas.
La única alternativa a la guerra,
a la destrucción de la Naturaleza y a la pobreza,
pasa por no tomar partido en las batallas entre capitales,
y no aceptar la supeditación de nuestras necesidades a las suyas.
10/09/2018
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