A pesar de no ser un forofo futbolero, si dijera que no me alegra el ascenso del Club Deportivo Tenerife, mentiría. Como tinerfeño, me enorgullece que el conjunto representativo de nuestra isla pasee nuestros colores por la divisón de plata del fútbol español. Entiendo que se han esforzado, luchando de corazón durante toda la temporada, hasta conseguir el tan ansiado premio, por lo que felicito, no sólo a los jugadores, sino al cuerpo técnico, a los directivos, y sobre todo a esa afición que los ha apoyado incondicionalmente.La lógica alegría que se derramó por calles y plazas en una marea azul y blanca de gritos, banderas y rostros radiantes y coloreados, inundó la ciudad chicharrera de fiesta y de jolgorio, finalizando, sin el baño ritual en la mítica fuente de la Plaza de la Paz (desaparecida en combate y sustituída por un ridículo "jacuzzi") en el charco de la Plaza de España.
Sin embargo, a la vista de este acontecimiento multitudinario, abrumado ante el poder de convocatoria del deporte balompédico, a este ciudadano se le queda clavada la espinita de una pregunta:
- ¿Cómo es posible que este pueblo nuestro, se eche a la calle en masa a la hora del fútbol, sin ningún tipo de cortapisas, pero a la hora de defender sus derechos y sus libertades... sólo vayan cuatro gatos?
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