Cierto día llegamos a un restaurante de San Andrés, al que solemos acudir con relativa frecuencia y nos enteramos de que, en un salón anexo, se hallaba comiendo la plana mayor del PP canario, con la Ministra de Fomento al frente.
Llamó poderosamente mi atención que se hubieran reunido allí, en lugar de en un restaurante de más empaque (que los hay) en honor a tan ilustre visitante, lo que me dio pie a pensar, y a echar el resto en una apuesta con mis acompañantes, que el/los propietarios debían ser de aquella tendencia política. Estuvimos enfrentados “fifty-fifty”. Mi cuñada apoyaba mi opinión, y mi mujer la de su hermano.
Yo quería asomarme a aquel salón con la peregrina idea de hacerle una simple pregunta a la ministra, pero… los que me conocen, no me dejaron.
Al final uno de los dueños dejó claro que, Irene y yo, habíamos dado en el clavo; era del Partido Popular, lo que, tratándose de un empresario, me pareció hasta lógico; pero cuando, poco más tarde, uno de los camareros, se definió también como de derechas y, entre veras y bromas, nos recriminó que nosotros pudiéramos ser de izquierda, no me pude contener y le espeté:
- ¿Pues sabe lo que creo? Que la derecha sigue medrando en este país porque hay una tremenda falta de cultura. Si la hubiera, los trabajadores no se dejarían llevar por demagogia y arengas políticas, y entenderían, razonándola y defendiéndola, cuál es su posición en el tablero. Y la raíz de todo ello está en la baja calidad de la Educación, a la que, dicho sea de paso, sus correligionarios han recortado, de un plumazo, 3.000 millones de euros del presupuesto anual, lo que supone, para tener las cifras claras, 5 billones (con b) de las antiguas pesetas. ¡Ahí es nada!
- Pues yo no entiendo, cómo ustedes, teniendo buenos empleos y mejores sueldos, pueden ser de izquierdas.
Entonces me salió del alma un ramalazo vasco, que yo desconocía que tuviera:
- ¡Ahí va, la…!
Fue Irene, quién, para quitarle hierro al asunto, acudió en mi auxilio diciendo:
- A mí me trae un cortado de leche natural, clarito de café… ¡y que sea de izquierda!
“Te va a traer un re-cortardo”, pensé, pero no quise echar más leña al fuego y opté por callarme. Que conste que me mordí la lengua (con riesgo de envenenamiento, claro está) pero le habría dicho:
“¡Sí, sí¡… de izquierda, pero de la auténtica, no de esa achicoria del Partido Socialista... y la leche que sea buena.
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