A Rita Maestre la crucificaron en los periódicos y los telediarios la semana pasada como si aún siguiera vigente la Contrarreforma. Aquí la irreverencia y la blasfemia son pecados imperdonables, mientras que el robo en grandes cantidades, la estafa de dinero público, es un deporte nacional. De ahí que estos días haya pasado casi desapercibida, como de puntillas, la noticia de que el juzgado de instrucción número 4 de Granada haya decidido procesar al padre Román, líder del clan de los romanones, por los delitos de abuso sexual y prevalimiento a un joven que ejerció de monaguillo en la parroquia y que tenía 14 años cuando sucedieron los hechos. “Soy tu padre, tienes que dejarte llevar, no vives bien tu sexualidad” son algunos de los consejos eclesiásticos que han salido a la luz tras levantarse el secreto del sumario. “Debes dejarte llevar y vivir la sexualidad sin tapujos, es una sensación increíble que te toquen el punto G” le decía cariñosamente el padre Román. Pensé que el punto G podía ser la Gracia de Dios hasta que leí que, en el momento de decírselo, el padre Román le estaba dando un masaje de aceite entre las nalgas.
No voy a seguir con la descripción del auto porque, la verdad, me da mucha repugnancia. Casi tanto como la hipocresía de esta casta sacerdotal que condena la homosexualidad al tiempo que practica el abuso de menores y luego intenta tapar el delito por todos los medios. Por desgracia, los crímenes de los Romanones no son, como diría el PP, casos aislados. Una película reciente –Spotlight– narra la epopeya que sufrieron los periodistas del Boston Globe cuando publicaron el escándalo que supuso la miríada de abusos infantiles que tuvo lugar en el seno de la iglesia católica y que fueron convenientemente archivados por la archidiócesis de Boston. Esta misma semana, Bélgica volvió a arder con las revelaciones de más de mil casos de pedofilia cometidos por curas belgas, una atarjea de mierda que empezó a apestar en 2010, el día en que Roger Vangheluwe, antiguo obispo de Brujas, confesó que había violado a uno de sus sobrinos. Cuando Cristo dijo aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí” seguro que no se refería a esto.
Punto de Fisión
David Torres
26/02/2016
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