Siempre he intentado ser tolerante con las creencias e ideas ajenas, ya sean religiosas, políticas, sociales... pero me jode tremendamente que muchos "ajenos" no lo sean con las mías. Porque éste de la tolerancia no es un viaje de ida y vuelta, no; resulta que, cada vez que salgo a navegar con ellos, siempre soy yo el equivocado, el más alejado de la sensatez, de lo "políticamente correcto" (me meo), de la verdad y de su dios (cosa, ésta última, que me trae al fresco). Al parecer, siempre llevo la maleta llena de ideas revolucionarias, de conceptos manidos, de barbaridades y de herejías que, según dicen, pesan como el plomo y amenazan la flotabilidad de la su nave.
Hasta que hoy, a mitad de travesía, lejos aún de atracar la conversación en algún puerto, tuve un problema de índole sexual entre las piernas: ¡se me hincharon de pronto los cojones! Así que decidí arrojar la maleta por la borda y tirarme tras ella. Y aquí estoy, en mitad de la mar, aferrado a su tapa, pataleando, intentando llegar a mis orillas, porque resulta que (contra todo pronóstico ajeno) esta maleta flota.
Lo que no entiendo es por qué coño tengo tantos amigos fachas de izquierda y de derecha...
Me arde la lengua, pero no es de mordérmela. Debe ser de la tinta o de la mala leche que me han aderezado con pimienta.
Texto de Miguel Ángel G. Yanes, publicado en el blog "Amontonador urgente de palabras" con fecha 03/02/2013
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