Al alba, con las primeras luces de la mañana,
Un hombre solo, humilde, del montón,
A la atalaya de su mundo asoma
Y el silencio de la alborada rompe
Con el latido de su corazón.
El transparente secreto en que dormía
El vértigo del sueño, quiebra sombras,
Deshabita los seres atrapados
En el vaho perenne del espejo,
Mientras el soplo de la vida choca
Húmedo y cristalino contra el pecho:
Un escudo de hueso y piel humana
Resistiendo aterido el duro empuje
El doloroso soplo, el aire helado,
Recién nacido apenas de los fríos
Y puntiagudos senos de la madre.
Nadie parece reparar jamás
En esa criatura que a diario,
Desde la soledad de su balcón estudia
El ritmo mágico del cósmico engranaje.
Con las palmas de las manos abiertas,
Pegadas casi al muslo para que no sugieran
Su secreta labor, callado, serio,
Colocado en la punta de la mañana atisba
La luminosidad rosa y azul del cielo.
Desde el vértice agudo de la conciencia... crea.
Lo sé bien, por que yo, recalcitrante
"voyeur" donde los haya, que al amparo
de la cortina de mi ventana miro,
me doy cuenta a diario del poder de sus actos.
Creo verlo trabajar con invisibles seres,
Con lejanas criaturas del espacio,
Con energías cósmicas que giran
Sin cesar dentro y fuera de estos cuerpos
En los que presos vamos, deambulando
Por las nieblas inéditas del alma
Como ciegos perdidos entre el barro.
Me lo imagino pidiendo fuerza, apoyos,
Valor, serenidad, rogando acaso
Por el bien de los suyos: sus amigos,
Familiares, vecinos, compañeros,
Y por todos aquellos que padecen
Hambre, sed, torturas, injusticias,
Cárcel, dolor, enfermedad, angustia…
Porque tiene un empeño. ¡Lo sospecho!
Una poderosa razón para vivir,
Un sueño de incalculable fuerza
Una misión tal vez por terminar,
Un secreto ancestral por descubrir,
Y el destino sencillo, pobre, gris,
De un ciudadano común tras el que oculta
La verdadera esencia de quién es:
¡Un obrero celeste de la luz!
Miguel Ángel G. Yanes
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