30 dic 2011
No sé qué me molesta más, si el dineral que gana el rey, la expresión “ejercicio de transparencia”, tener que agradecer a la Casa Real la información que nos da sobre el destino de nuestro propio dinero o la empalagosa complacencia de casi todos los políticos y de algunos periodistas con el desorbitado sueldo del monarca y con su discurso de Navidad, tan normalucho como el de otros años.
El silencio de casi todos los políticos sobre el desmesurado presupuesto de la Casa Real y sobre el disparatado jornal de quienes no son más que funcionarios del Estado (o cónyuges de los mismos) se explica por el miedo a perder sus propios privilegios. Cómo criticar el dispendio del rey sin renunciar inmediatamente a las ventajas económicas de esa casta llamada clase política. El silencio que guardan sobre este asunto algunos periódicos serios me resulta más difícil de entender. No se trata de decir que el rey está desnudo, sino todo lo contrario: que está forrado y que sería bueno —bueno para la supervivencia a medio plazo de la institución— que renunciara a una serie de privilegios, intolerables en un país pobre y en crisis.
Me da igual el presupuesto de otras casas reales europeas. Para juzgar si el sueldo de nuestro primer funcionario es justo no hay que compararlo con el que tiene la reina de Inglaterra (cuya familia por cierto está más fiscalizada que la Borbón), sino con nuestro salario mínimo o con el sueldo de nuestros funcionarios del grupo A. La diferencia entre uno y otro es la que va de un país demócrata a otro que todavía conserva en el tuétano de sus huesos legislativos la esencia no sé si del franquismo o de la economía feudal.
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