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4/8/17

EL FRANQUISMO Y LA ACADEMIA (2ª PARTE)

CONTINUACIÓN...

Miguel de Unamuno

Es entonces, cuentan los testigos, cuando a Unamuno le cambia la cara. El anciano aprieta las manos. Se busca en los bolsillos. Allí encuentra una carta de Enriqueta Carbonell, esposa de Atilano Coco, pastor protestante detenido en los primeros meses de la guerra. Unamuno se había llevado la carta para entregársela a Carmen Polo y tratar de conseguir que la petición de clemencia llegue hasta Franco. Ahora, nervioso, toma el papel y garabatea en el reverso algunas anotaciones. Escribe: “Guerra incivil”. Escribe: “Catalanes y vascos”. Escribe: “Vencer y convencer”. Escribe: “Cóncavo y convexo” (esto último no lo llegó a utilizar).

Cuando José María Pemán termina su discurso, el todavía rector de Salamanca se pone de pie. Las palabras que siguen varían según las fuentes. La versión que da Andrés Trapiello en Las armas y las letras es, tal vez, una de las más completas. Según Trapiello, el silencio que se hizo fue profundo.

José María Pemán

“Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. Callar, a veces, significa mentir, porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra solo es una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición.

Quisiera comentar el discurso (por llamarlo de alguna forma) del profesor Maldonado. Dejemos aparte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. El obispo, quiera o no, es catalán, nacido en Barcelona, para enseñaros la doctrina cristiana, que no queréis conocer, y yo que, como sabéis, nací en Bilbao, soy vasco y llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Eso sí es Imperio, el de la lengua española, y no…”


Llega en ese momento la interrupción de Millán Astray. El tuerto se levanta. Comienza a golpear la mesa con su única mano y grita: “¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?”. Hecho una furia, culmina su discurso con el lema de la legión: “¡Viva la muerte!”. La audiencia jalea. Unamuno prosigue:

“Acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido grito de ¡Viva la muerte! Esto me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que me he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de losque no las comprendieron, he de decirles, como autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente […] ¡Y otra cosa! El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma.

Miguel de Cervantes Saavedra

Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos en España. Y pronto habrá más, si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán-Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre (no un superhombre) viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad del espíritu, suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él.”

Se produce en ese instante la segunda y definitiva interrupción del legionario, quien suelta su frase: “Muera la inteligencia”. Hay quien dice que sus palabras fueron otras: “¡Mueran los intelectuales!”. O tal vez: “¡Muera la intelectualidad traidora!”. Para algunos apólogos, la misma idea expresada de otras formas resulta de algún modo menos brutal. Al oírle Unamuno se enerva y llegan sus palabras finales, minutos antes de que el acto termine prácticamente a golpes.

 Carmen Polo, Miguel de Unamuno, el obispo Enrique Pla i Daniel y el general MIllán-Astray

“Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país".

"Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir, necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España”.


De nuevo tenemos para esto casi tantas versiones como testigos. Hay quien dice que el viejo salió casi en volandas, perseguido por los falangistas. En los últimos años, una serie de historiadores ha negado que Unamuno corriera peligro. 

Lo cierto, sin embargo, es que incluso una versión tan poco sospechosa de izquierdismo como la que daba el propio Millán-Astray días después de lo ocurrido refleja la atmósfera reinante:

Carmen Polo de Franco

“Al terminar, la Señora del Jefe del Estado salía sola y entonces me dirigí al señor de Unamuno y le dije: “Señor Rector: dé usted el brazo a la Señora del Jefe del Estado y acompáñela hasta la puerta a despedirla”. Él así lo hizo. Yo fui detrás. Luego supe que los estudiantes jóvenes y principalmente los falangistas, si no hubiese sido por que iba del brazo de la Señora del Caudillo e ir yo mismo trás ellos, quizás hubiesen tomado alguna medida violenta contra el señor Unamuno.”

Normalmente aquí suele terminar el relato. La verdadera historia, en cualquier caso, comienza en este mismo punto. Es el fin del viejo. Esa tarde, cuando acude a su tertulia en el Casino, sus compañeros le dan la espalda y lo insultan. Un día después, 13 de octubre, el Ayuntamiento aprueba su destitución como concejal. El 14 de octubre, el claustro de la Universidad de Salamanca decide retirarle la confianza. Es el mismo claustro que en enero de ese año había propuesto a Unamuno como candidato al premio Nobel de literatura. El 28 de octubre es cesado oficialmente.


En palabras de su biógrafo, Jon Juaristi, el ya ex rector se convierte en prisionero de Salamanca. No vuelve a poner un pie en la calle. “He decidido no salir ya de casa desde que me he percatado de que al pobrecito policía esclavo que me sigue –a respetable distancia– a todas partes, es para que no escape –no sé adónde- y así me retenga en este disfrazado encarcelamiento como rehén de no sé qué, ni por qué ni para qué”.

Millán Astray es todavía hoy conocido por haber fundado la legión. Muy pocos saben que también fue el fundador de Radio Nacional de España. No hablamos solamente de un militar, sino de un ideólogo y propagandista.

Francisco Franco y Millán Astray en el acto fundacional de la Legión.
Francisco Franco y Millán Astray en el acto fundacional de la Legión

En cuestión de semanas sus amigos dejan de visitarle. Ser visto en su compañía se convierte en motivo de sospecha. Dos meses más tarde, el 31 de diciembre, día de Nochevieja, hacia las cinco de la tarde, muere en Salamanca Miguel de Unamuno y Jugo, escritor, filósofo, diputado en Cortes, rector perpetuo. Al día siguiente, primero de enero, se reúnen en un velatorio los mismos catedráticos y falangistas que lo habían defenestrado. Estos consiguen apropiarse del féretro para enterrarlo como si fuera uno de los suyos. Ese día el nieto del ex rector salía corriendo mientras gritaba a sus padres: “Se llevan al abuelo, a tirarlo al río”.

El féretro de Unamuno portado por falangistas

La depuración

Todo esto lo cuenta el historiador Jaume Claret Miranda en su libro El atroz desmoche. La destrucción de la Universidad española por el franquismo, 1936-1945. En realidad, el incidente de Salamanca es apenas una de las muchas cosas, ni siquiera la más grave, de las muchas que se detallan en este libro. Con una bibliografía y una documentación que solamente se puede considerar abrumadora, Claret Miranda recorre un episodio silenciado y oculto durante décadas, nunca antes contado en su totalidad. Su libro, basado en la tesis del autor, es estudio minucioso y pormenorizado, universidad por universidad, centro por centro (Salamanca, Valladolid, Zaragoza, Santiago de Compostela, Oviedo, Sevilla, Granada, Barcelona, Madrid, Valencia y Murcia), de un exterminio intelectual: el plan de liquidación de cualquier rastro de disidencia por parte del régimen de Franco.

Bernardo Pérez, maestro republicano fusilado en Fuentesaúco - Zamora

Como escribe en su prólogo el historiador Josep Fontana, el choque entre Millán Astray y Unamuno posee un valor metafórico. “Cuando se habla del ‘¡Mueran los intelectuales! que José Millán Astray pronunció el 12 de octubre de 1936 en Salamanca se suelen interpretar sus palabras como el exabrupto de un militar temperamental. Lejos de ello, representaba la expresión sincera de un punto fundamental del programa de los sublevados de 1936”. Al recordar el incidente corremos el riesgo de quedarnos con una imagen banal o caricaturizada de Millán-Astray, la de un malvado de cartón piedra, un villano de opereta que grita y bufa como un mastín enloquecido. A ello contribuyen sin duda sus discursos exaltados, su sangriento historial y su imagen poco menos que siniestra.
José Millán-Astray y Terreros

Su biógrafo, Luis E. Togares, quien no se esfuerza demasiado en disimular la admiración que le suscita el personaje, lo describe así: “Su imagen, de uniforme, tuerto y manco, con el pecho repleto de condecoraciones, la mirada fría de su único ojo, como perdida, y la tez cetrina y cadavérica, resultaba la misma imagen de la muerte en combate, la imagen subyugante de la guerra”. No obstante, según cuenta el libro de Togares, quizás la mayor contribución de Millán Astray a la historia de España no sea ni su enfrentamiento con Unamuno ni la fundación de la Legión, sino su apoyo decidido al nombramiento de Franco como jefe de los Ejércitos.

Franco y Millán-Astray

El Polifemo del Rif (según el terriblemente cursi apodo que acuñó la prensa franquista) hizo todo lo posible por promocionar a su viejo compañero de batallas en África. Como insiste Fontana, no está de más recordar que pocas semanas después del episodio en Salamanca, Franco nombró a Millán Astray jefe de la Oficina de Prensa y Propaganda, y que ya unas semanas antes el tuerto había sugerido la inserción obligatoria en todos los periódicos del lema “Una Patria, un Estado, un Caudillo”, copia casi literal del "Ein Volk, ein Reich, ein Führer" de Hitler.


El Día de la Raza no fue la única vez que Millán Astray habló de acabar de raíz con todo rastro de disidencia. Lo haría de nuevo una semana más tarde, el 18 de octubre, escribe Jon Juaristi, durante la inauguración de un cuartel de requetés, “amenazando con fulminar a los intelectuales desafectos a la rebelión”. ¡Muera la inteligencia! no era un grito descontrolado, sino el anuncio exacto de lo que iba a suceder en los años siguientes. En la universidad, aquello fue llamado “el atroz desmoche”. La expresión se la debemos nada menos que a Pedro Laín Entralgo, uno de aquellos falangistas arrepentidos, quien en su Descargo de conciencia, publicado tras la muerte de Franco (en 1976), afirma: “…se acometía la empresa de la reconstrucción intelectual de España –tan urgente, después del atroz desmoche que el exilio y la depuración habían creado en nuestros cuadros universitarios, científicos y literarios”.


¿Cuántos cerebros fueron desmochados? Poner números a la llamada depuración es tarea imposible. Según Jaume Claret, en cada territorio “la autoridad militar correspondiente, con la colaboración de fuerzas vivas, adoptaba una serie de medidas provisionales en el ámbito educativo con el objetivo de purgar a los elementos republicanos y de izquierdas y devolver el control a los elementos católicos y de derechas”. La purga alcanzaba todos los niveles. Se calcula, por ejemplo, que hacia 1937 ya eran 50.000 los maestros expedientados. Hacia marzo de 1939, el ministro franquista Sainz Rodríguez cifraba en 1.101 los docentes universitarios depurados. Son las estimaciones del régimen. Desde el otro lado, los republicanos en el exilio estimaban que cerca de un 40% del profesorado universitario se vio afectado.


En los discursos de la época, los propagandistas de Franco describen la aniquilación como un pasaje bíblico: “La espada de nuestro caudillo trazó, en un amanecer ardiente de julio, la divisoria entre dos mundos irreconciliables, entre el reinado del error y el imperio de la verdad… Y como en todo trance de creación, nuestra Patria revivió en el alumbramiento de un orden nuevo, el augusto dolor de su gloria y mística maternidad”. Dentro de la universidad, la guerra civil tuvo efectos similares a los de la bomba atómica. A la destrucción inicial habría que sumarle los daños causados por varias décadas de radiaciones. Incluso puede que algunos claustros no se hayan librado todavía hoy de la contaminación. Ello explicaría, en opinión de Josep Fontana, el –digamos– escaso interés hacia este episodio. “¿A qué puede deberse esta diferencia entre la forma en que se ha investigado la tragedia de los maestros y el silencio acerca de lo que sucedió en las universidades? La razón esencial es que la universidad franquista no se renovó después de la transición y optó, para disimular, por callar y esconder su pasado”.


Los claustros universitarios, explica Claret, se vieron profundamente afectados tanto por las consecuencias directas –exilio, muerte y represión del profesorado– como por las indirectas –nuevas adjudicaciones de vacantes, interferencias políticas o equilibrios entre los intereses de las familias ideológicas. Todo ello “de resultas de una política que propugnaba la necesidad de entrar a sangre y fuego, sin respeto a nada de lo preexistente”. Como bien resumía desde su exilio mexicano el médico y científico José Puche Álvarez, “lo que se perdió en la guerra no fue sólo un Gobierno, sino toda una cultura”.

FUENTE: ctxt.es
Miguel de Lucas
26/07/2017
La II República consiguió sacar adelante su proyecto educativo, logrando que la enseñanza fuera laica, mixta, pública, gratuita y obligatoria, gestionada por el estado y no por la Iglesia. Ése sería uno de los principales motivos de su caída, ya que, la Iglesia, al haber sido desposeída del control de la educación, apoyaría descaradamente a los sediciosos que, una vez ganada la guerra civil, devolverían el favor entrégandole de nuevo el control de la enseñanza entre otras muuuuuuchas cosas.

Ese "sagrado" poder, otorgado de nuevo a la Iglesia, de manipular las mentes a su antojo, llega hasta nuestros días. Fíjense sí no en la cantidad de meapilas que nos gobiernan.

EL FRANQUISMO Y LA ACADEMIA (1ª PARTE)

El sabio, el tuerto y la esposa del diablo


Suele decirse que el grito de “Muera la inteligencia” lanzado por Millán Astray contra Unamuno en Salamanca fue un exabrupto o una irreflexiva salida de tono. Más bien resultó ser el anuncio de un programa de depuración

Unamuno saliendo de la Universidad de Salamanca 
tras su enfrentamiento con Millán Astray en octubre de 1936

El viejo estaba allí. Y habló. Vaya, ya lo creo que habló. Dijo lo que nadie más se atrevió a decir. Y lo dijo bien.

Miguel de Unamuno

Entre el público estaba el tuerto, a quien además le faltaba un brazo. Echaba chispas, el tuerto. Dicen que ese día gritaba mucho. Daba golpes y gruñía como una mala bestia. Se lo llevaban los demonios escuchando al viejo.

José Millán Astray

Había un obispo catalán, el primero que escribió que todo aquello era una Cruzada, que la Ciudad de Dios combatía a la Ciudad del Diablo. Pero allí estaba la esposa del diablo. La llamaban la Alta Dama o la Alta Señora. Al final el viejo tuvo que agarrarse del brazo de la Señora para que no lo linchasen allí mismo. Su marido, en cambio, no tendría tanta clemencia. Pero ya llegaremos a eso.

Carmen Polo

Conocemos a los personajes. Conocemos los hechos. Sabemos cómo empieza y cómo termina esta historia. El viejo (o el sabio) se llamaba Miguel de Unamuno. Era rector perpetuo de la Universidad de Salamanca, pero el título solo le iba a durar unas semanas. El tuerto (o el manco) era José Millán-Astray y Terreros. Todavía hoy muchos lo conocen por ser el fundador de la legión. Muy pocos, en cambio, saben que también fue el fundador de Radio Nacional de España. La mujer es María del Carmen Polo y Martínez-Valdés, aunque ese nombre a esas alturas nos dice muy poco. Durante los cuarenta años que siguen será conocida como Carmen Polo de Franco: “La Collares”. O, sencillamente,"La Señora".



Se ha escrito mucho sobre aquella mañana del día de la Hispanidad (todavía Día de la Raza). Es una de esas leyendas de la Guerra Civil que se han contado tantas veces que casi han perdido su significado. Aunque quizás por ello mismo convenga recordarla.

Universidad de Salamanca
La guerra civil tuvo para la Universidad efectos similares a los de una bomba atómica. A la destrucción inicial habría que sumarle varias décadas de radiaciones

12 de octubre de 1936. La Guerra Civil apenas cumple su cuarto mes. Las tropas sublevadas contra el Gobierno de la República avanzan rápido. Unas semanas antes, el 28 de septiembre, el general africanista Francisco Franco ha sido nombrado en Salamanca Jefe de los ejércitos “Generalísimo”.

Francisco Franco

A partir de esa fecha la ciudad será sede de su cuartel general, la primera capital (más tarde lo será Burgos) del bando fascista. La celebración del descubrimiento de América, Fiesta de la Raza, ha de ser por tanto por todo lo alto. Salamanca ya ha dejado de ser la primera universidad del país, pero todavía mantiene un prestigio y una influencia determinantes, en gran medida debido precisamente a la figura de Unamuno.

Catedral de Burgos (años 30)

Sin caer en la exageración, el viejo es con diferencia el intelectual más respetado en España. Anda por los setenta y dos años y ha visto ya varios cambios de régimen. El sabio ha vivido las guerras carlistas. Tres veces ha sido rector de la Universidad de Salamanca y en dos ocasiones ha sido destituido por razones políticas. Pronto va a sumar la tercera. Resumiendo mucho: le gustaba meterse en líos. Sin importarle el color del gobierno, siempre ha sido incómodo para el poder. Ha conocido el destierro por injurias al rey Alfonso XIII y por insultar a Primo de Rivera (“fantoche real y peliculero tragicómico”). También ha contribuido como pocos a la caída de la monarquía, hasta el punto de proclamar desde el balcón del Ayuntamiento la llegada de la República el 14 de abril de 1931. Comenzaba, según sus palabras, “una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”.

Proclamación de la II República Española

Desde aquel día ha llovido mucho. El sabio no oculta ahora su decepción por la marcha de la República ni su desprecio visceral hacia el presidente Azaña (“Cuidado con Azaña, es un escritor sin lectores y será capaz de hacer una revolución para tenerlos”). Y sí, Unamuno se contradecía a sí mismo unas nueve veces al día y rara vez se casaba con nadie. Hasta ese momento, no obstante, Franco y el resto de militares sublevados no pueden estar más contentos. El cerebro más reconocido del país les daba su apoyo. Con matices, claro. Unamuno siempre fue incómodo. Lo iba a demostrar una última vez, aunque a cambio descubriría que, a diferencia de lo ocurrido en los años veinte, lo que llegaba con Franco no era una segunda versión de la dictadura de Primo de Rivera. Posicionarse en su contra no se resolvía con cuatro meses de destierro en Fuerteventura.

Manuel Azaña

Pasemos ahora al escenario. Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Filas a rebosar. Se conservan las imágenes de ese día. Falangistas, soldados, personalidades, catedráticos. Era un acto protocolario, pero importantísimo. A nadie se le escapa la necesidad de contar con el respaldo del mundo académico. Y las palabras del viejo con cara de búho contaban mucho, dentro y fuera de España. Y sin embargo, nada va a seguir el guión previsto. Tras la misa de rigor, llega el acto académico. Todo está preparado para el espaldarazo definitivo al alzamiento. No vamos a aburrirnos con los discursos. La secuencia sigue así. Primero le toca el turno a Unamuno. Es un saludo de cortesía. Dice que prefiere no hablar: “Me conozco cuando se me desata la lengua”


Le siguen el catedrático José María Ramos Loscertales, el dominico Vicente Beltrán de Heredia, el catedrático Francisco Maldonado de Guevara. Cierra las charlas el presidente de la comisión de Cultura y enseñanza, José María Pemán. Las dos primeras intervenciones siguen los cauces esperados. Unamuno escucha sereno la chatarrería verbal de la época: loas a España, vivas al Caudillo, denuncias del marxismo, la masonería, el judaísmo, el bolchevismo.

José María Pemán

Cuando llega el discurso de Francisco Maldonado de Guevara, los ánimos de la audiencia andan desatados. Lo que se escucha a continuación rompe incluso la escala de la estupidez.

Francisco Maldonado de Guevara

Maldonado habla de catalanes y vascos como “cánceres en el cuerpo de la nación” que “el fascismo, sanador de España, sabrá cómo exterminar, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos”. El público, lejos de horrorizarse, rompe en gritos. Se oyen los “vivas” de Millán Astray. Los falangistas aplauden extasiados.

CONTINUARÁ...

FUENTE: ctxt.es
Miguel de Lucas
26/07/2017

30/11/15

CARMENCITA FRANCO Y EL AMOR

Franco quería un niño, pero tuvo una hija, una mujer que baja por Serrano como un globo, bien conservada y con piel suave de delfín

Carmencita Franco tiene las pupilas más bonitas de Madrid.

-Carmen, cómo vas, menudas pupilas llevas- le dicen las mujeres al salir de misa.

Ella asiente o ríe, dependiendo del humor. El psicólogo Jeremy Dean publicó un estudio en el que dice que las pupilas se dilatan cuando una persona reconoce a gente de su misma ideología. Carmencita Franco sale de la iglesia como si saliese de la Cañada Real.

-Menudas pupilas, Carmen, arriba España- le gritan.

Hay una serenidad patológica en las viudas que de vez en cuando se reúnen en salones de té a jugar al gin rummy, partidas de cartas en las que se conspira para no morir. 

Se reúnen veinte mujeres dos veces por semana, muchas duquesas, todas amables, frías y religiosas como una célula durmiente. Nunca se sabe si se les ha muerto el marido o la tristeza.

Las ancianas se juntan para ir a misa, jugar a las cartas, beber en copa balón y viajar por el mundo. Hace poco fueron todas a Pekín, otro día al Vaticano a tomar café con el Papa. Carmencita mueve a sus viudas como Di Caprio a sus amigos en avión privado para ver boxeo.

Un día a Pitita Ridruejo, autora de la mejor frase de la historia (“A mucha gente no le conviene que llegue el Apocalipsis”, dijo como reprochando), le preguntaron por qué las mujeres de la alta sociedad, Cuqui, Fefa y ella misma, tenían nombres de perrita. Contestó simplemente que eran tontas, aunque yo creo que no tienen un pelo. El titular de la entrevista fue: “El Apocalipsis ha llegado, esto no es normal”.

Pitita Ridruejo

Carmencita Franco baja a Serrano como un globo, bien conservada y con piel suave de delfín; no hay forma de que no la miren, sobre todo por su barrio, el de Salamanca. 

“No bombardeéis ahí que nos están esperando”, dijo el general, y ella vive en Hermanos Bécquer porque nunca se sabe.

Nenuca la llamaba su padre, que a los ocho años la sacó de actriz ante las cámaras en medio de la guerra para mandar un mensaje a los niños nazis.

Franco y "Nenuca"

-¿Quieres decir algo a los niños alemanes? –le pregunta Franco. 

-Pero, ¿qué les digo?

-Lo que quieras.

Y acto seguido Franco empieza a susurrarle de pie lo que la niña va repitiendo en alto, con tanta torpeza que el general sale en plano hasta que alguien se da cuenta y lo cierra en la niña, que bien pudo ser peor y cerrarlo en el padre: habría tenido una voz más masculina. La cara de la madre, Carmen Polo, es de estar perdiendo la guerra.

La familia Franco

-Pido a Dios que todos los niños del mundo no conozcan los sufrimientos y las tristezas que tienen los niños que están aún en poder de los enemigos de mi patria. Yo deseo que todos los niños españoles tengan una casa alegre con cariño y con juguetes. Y, por eso, envío un beso a todos los niños del mundo.

No se sabe qué les importaba eso a los niños nazis, que estaban organizando la invasión de Europa, y no le contestaron nunca.

Vázquez Montalbán le hizo decir a Millán Astray a propósito de Carmencita: "Esa chica es tan entera como su padre, pero en más hombre".

Carmencita Franco y Polo 

Carmencita se casó con Cristóbal Martínez-Bordiú, del que su propio hijo dijo que era un señorito andaluz que buscaba un braguetazo para pegarse la gran vida (al marqués de Villaverde le llamaban el marqués de Vayavida). Ese hijo, José Cristóbal, tuvo una reacción de Hollywood al morir su abuelo dictador: lo dejó todo para meterse a militar y seguir sus pasos, no se sabe si literalmente. Jimmy Gimémez-Arnau lo presentó en su libro sobre los Franco como “un militar, el más serio, con una profunda vocación castrense y una idea solemne y honda de lo que fue su abuelo. Sin miedo a errar, el que lo tiene más claro. Quiere ser militar a toda costa”.

Un día José Cristóbal entró en la redacción de Interviú y anunció entre chicas en tetas que dejaba el Ejército porque el uniforme le ponía cara de “gilipollas”. La que se nos quedó a nosotros cuando terminó casándose con la mujer más guapa de España, José Toledo. Así acabó la tradición militarista de los Franco, que se fue disipando entre rentas y alquileres de palacios para porno soft.

José Crístóbal Martínez-Bordiú y Jose Toledo

Cristóbal Martínez-Bordiú fue médico sancionado en democracia por vago (vago de profesión y de democracia), y a principios de los 90 ya se estaba dejando cosas dentro de los pacientes, como unas gasas dentro de un tórax. “En vez de unas gasas pudiste haberte olvidado el fascismo”, le dijo un jefe de planta. El primo de Franco contó en sus memorias que Carmencita buscaba amigas feas para que el marqués apaciguase el instinto. Murió de frivolidad entre las ruinas del imperio firmando una frase sobre el patrimonio del dictador, que el yernísimo administró como un granjero de Illinois: “Llega un momento en que la vaca deja de dar leche y hay que comérsela".

La salida de misa en algunos lugares sigue siendo la Transición. Carmen Franco se recoge dentro de unos abrigos de mucha piel y se despide de la gente como si se marchase de una época. El frío le rejuvenece la cara y le tensa los labios. Ha comulgado y está en paz con España y con Dios, en orden cambiante. Todos los años va a su puesto del Santo Sepulcro en un rastrillo de Madrid (el día de la boda, su futuro marido apareció vestido de caballero de la orden del Santo Sepulcro de la Orden de Jerusalén, que casi no le dejan entrar por pensar que estaba de broma) a ejercer la caridad, uno de los pilares que permanecen incorruptibles de la sociedad de entonces: que el departamento de pobres y necesitados lo lleven mujeres importantes, como las señoras de los congresistas americanos.

    Matrimonio entre Carmen Franco y Polo, y Cristóbal Martínez-Bordiú

Doña Pilar se subió a una mesa y arengó a las duquesas diciendo que de allí al día siguiente las sacarían a todas la Policía, pero el rastrillo se iba a celebrar como había Dios, que lo había y mucho.

Pilar de Borbón

Con la luz atravesándole el pelo blanco doña Pilar parecía Rafael Alberti gritando en su jardín en medio de la guerra. Puño en alto, la presión popular terminó por arrodillar a Ana Botella, que les dio los permisos, no fueran a acampar las duquesas en Sol para jugar al gin rummy y beber en copa balón. Tras la revolución, la Gran Duquesa María declaró: “Muy angustioso, muy angustioso”. 

Hace unos años el Abc hizo un mapa a sus lectores para contarle a dónde iban a misa los creyentes más famosos de Madrid, una especie de hit parade de la comunión. Dónde se creía más, dónde se creía mejor, a quién te gustaría encontrarte en el ejercicio de la fe. De todos Carmencita es la que más va al norte, a San Francisco Borja de los Jesuitas, donde comulgó Carrero antes de que le volaran de un bombazo.


El coche del almirante aterrizó en un tejado y el primero que llegó fue un cura que como primera medida de auxilio hizo la extremaunción sin saber quiénes estaban dentro. Cuando se conocieron las identidades de las víctimas se hicieron nuevas extremaunciones, esta vez a conciencia.

 Desde la iglesia, esa zona cero que dejó a su padre entre las lágrimas y el laconismo (“no hay mal que por bien no venga”), Carmen Franco Polo tiene que recorrer para llegar a su casa 200 metros que a veces hace acompañada de María Dolores Bermúdez de Castro, duquesa de Montealegre. Las dos son amigas íntimas, inseparables, y a veces se juntan con la condesa viuda de Maura o con María Queipo de Llano o con quien sea, que ya son mayores de edad.

Imagen
Carmen Martínez Bordiú y Carmen Franco, durante la corrida de la beneficencia en Madrid


Carmencita es una mujer aún bella, encogida, menos que cualquier persona de su edad a la que se puede meter en el bolsillo. Fue siempre noticia y siempre noticia absurda, pero eso no le amargó la vida porque al fin y al cabo pertenecía a un programa genético, un arquetipo de las que habrían de ser nenucas de España.

 Si a los 14 años a Carmencita Franco le apetecía ir a ver el Museo Naval la recibía el ministro de Marina, el director, los ayudantes y los periodistas, que hacían crónica: “Salió complacidísima de la visita”. Al terminar a la niña el ministro, que estaba para esas cosas porque en España entonces no había mar, le regalaba un modelo de galeón del siglo XVII.

Si los industriales valencianos en aquella época de bonanza, años 40, querían hacerle regalos, se presentaban en El Pardo con todas las autoridades del mundo y los periodistas, que informaban al día siguiente de que la niña había recibido trajes y abanicos, algo que le produjo “grata impresión”; al terminar la ofrenda se pasaba casualmente su padre, Francisco Franco, y preguntaba a los industriales por la exportación de la naranja y los tejidos de seda.

Palacio del Pardo

En cierto modo Carmencita era como una especie de pantano móvil, todo el día inaugurándola por éste o aquel motivo. El dictador la había explotado en la guerra con más habilidad que a los moros para presentar su lado casual, el lado casual de Franco, un hombre entregado a su familia y a una vida apacible mientras bombardeaba España. 

En medio de la guerra se sucedieron reportajes alentadores, verdaderas filigranas literarias en las que Carmencita hace las veces de Blondi, la perra de Hitler, con la que Franco pudiese volcar su humanidad. Los asesinos generalmente necesitan al menos unas horas al día para demostrarse a sí mismos que nunca se abandona el amor del todo, como tampoco el odio.

Juan del Mar, que acabaría escribiendo un libro de título misterioso (‘Yugo y Flechas’), dijo haber sorprendido al Caudillo en medio de la guerra en su vida privada con unas fotos en las que la familia parecía haber posando los últimos quince años.


“El Caudillo acaso había regresado de algún frente donde se realizan operaciones trascendentales. En sus oídos traía el trueno artillero redoblando gloriosamente, y en sus ojos plasmada la visión de horror de un pueblo en llamas que un bárbaro enemigo había incendiado, para que España, en su inevitable reconquista, sólo encontrara escombros; y para descansar de la visión terrible y grandiosa se sumergió por unos momentos, como en un baño reparador, en la paz de su hogar, donde las señoras hacen labor casera en un remanso del jardín y los niños juegan alegres e inocentes”.

 A medida que las tropas franquistas avanzaban lo hacía también la literatura, y a la retirada de la Generación del 27, espantada, exiliada o fusilada, le siguieron verbos de no salir de cama, construcciones sintácticas inabordables y un polvo al que primero se empezaron a acostumbrar las palabras y más tarde los españoles.

Miembros del Generación del 27

Ese el polvo cayó primero sobre los periódicos y acabaría cubriendo los tejados de las casas: se reconocía a un fascista por un adverbio, por el uso de un adjetivo concreto, por la manera atildada de aparentar tradición cuando sólo era una forma de terrorismo dulzón y encubierto. La escritura reblandecida, gomosa, que hacía rebotar el dedo si se apoyaba en alguna esdrújula, se estaba pareciendo a Franco. Lo cubrió todo y de tal forma que sus cronistas lo tenían presente ya no en el fondo sino en la forma, como si aquel estilo se impusiese al igual que Roma, gracias a Dios, impuso una arquitectura. Se escribía en Franco. 

“Viendo el cuadro de su familia afortunada, porque es dichosa y tiene el sentido cabal de la vida y porque reza a Dios mañanas y noches, el salvador de España piensa en otros niños infortunados”, cuenta una portada de ABC en 1937, que advierte con paternalismo la idea que Franco tiene para España: un país de niños. “Por su ancha frente generosa pasa la idea de una España tranquila, pacificada verticalmente –desde la raíz hasta la cumbre- y en que los niños no se vuelvan a ver expuestos en su cataclismo aterrador. Él quisiera que todos los niños españoles, en la España de porvenir que está forjando, tuvieran la alegría de la hija y sobrinos suyos y perfumaran cada día nuevo con una oración a la Virgen que, como un símbolo, lleva un Divino Niño en su brazos” (la Virgen estaba anticipando las promesas electorales del caudillo).


En tanto que niña, que lo fue hasta donde quiso, a Carmencita le tocó ser patrón oro. Una alumna de 11 años de un colegio de Santiago escribió una carta sentidísima a Abc en los que reclamaba ayuda de todas las niñas de España para que firmasen en un pergamino gigante que enviar a Carmencita. Pedía la constitución de comisiones locales en los ayuntamientos que coordinasen la entrega de firmas y que cada una, niña boyante de posguerra, aportase entre cinco y 25 céntimos; se reclamaba que fuese enviado a la primera Junta de Niñas constituida para regalarle un pergamino con firmas a la hija del Caudillo. 

La razón de tanto amor fue que la gallega escuchó en Radio Castilla de Burgos una locución de Carmencita Franco y Polo en la que enviaba un beso a todas las niñas de España por las fiestas de Pascua. Las niñas de España, por tanto, estaban en deuda con ella. La carta al director se despedía de repente con un “le envía un beso su amiga Teresita” que me tuve que levantar a ver quién era el director. 

Carmencita

Franco quería ser un niño, o eso decían sus cantores más envenenados. En su peripecia por la vida privada del general, dos cuartillas y ninguna revelación de interés, más allá de que el Caudillo solía respirar oxígeno cuando tenía tiempo libre, Juan del Mar escribió que Franco daría todos los bienes de la tierra por los momentos inefables en que oye "reír a los niños y cantar a los pájaros", única música de su vida doméstica. “Su mano, desguantada, ha dejado de apoyarse en el pomo de una espada invicta: empuña la raqueta de juego de niños en el jardín. Quisiera ser un niño más, y lo es durante los momentos felices en que Dios le brinda de sosiego”.

 A veces en mitad de la guerra Franco cogía el coche y montaba a su mujer y su niña en una especie de road movie. Lo que hacían era atravesar el “severo paisaje castellano, bebiendo a bocanadas el aire grave y limpio de esta Castilla que le da el sentido exacto de la raza”, o sea que también respiraba . Un reportaje de la época describió esa alocada huida a ninguna parte en la que los tres llamaban a las puertas de un viejo monasterio “que se alza entre encinas y trigos en algún pueblo cuyo nombre recogió el romancero” y allí se ponían a rezarle a algún Cristo trágico o un santo milagroso, interrumpiendo de forma grave el viaje que anticipó el de Kerouac y Cassady pero marcha atrás. Rezaban juntos, los tres, “una plegaria sentida y cristalina por la gloria y el triunfo de España”.


No sé si Carmencita empezó a ser consciente de Franco antes que yo. Entre algunos de los pecados capitales de la familia está el de ocultarlo todo: hay quien muere viendo a un padre sólo como a un padre. La primera vez que me encontré con un Franco de bruces fue desinteresadamente, cuando estaba leyendo el libro de Jimmy Giménez Arnau y empezaron a salir Francos por todas partes como en una novela de zombis. Unos empiezan a saber de la dictadura por Vizcaíno Casas y otros vamos a lo práctico. Jimmy se encontró con Carmencita ya vieja, en su piso de Hermanos Becquer, y lo que le dijo la duquesa fue que se iba a jugar a las cartas a la Fundación. 

Es casi seguro que Carmencita supo antes del gin rummy que del franquismo, y aún no es seguro que lo sepa ahora. Después de Carmencita se nos apareció a Jimmy y a mí la Señora, a la que llamaba la Diosa de la Decadencia porque vivía en una nube de la que sólo descendía a atender asuntos minúsculos. “Sólo me queda ver ingratitud”, decía Carmen Polo deambulando por el piso entre cuadros de Paco, amargada porque le habían retirado la escolta.

Carmen Franco y Polo en su piso de Madrid

Cuando empecé a ir a misa a San Francisco Borja de los Jesuitas donde las señoras al salir le gritaban a Carmen que menudas pupilas tenía, también empecé a revelar algunos negativos que se habían quedado dentro, reportajes en los que de algún modo me había quedado a vivir y no encontraba la manera de sacarlos fuera. Era la presencia de Dios, el sustituto de Franco para la primera generación sin él: los primeros que no lo encontramos al lado de los crucifijos al llegar a clase, los primeros que no tuvimos que tropezárnoslo en cada foto de periódico o mosaico de verbena. Parte de lo que queda del franquismo es también lo que queda de Dios. La incrustación familiar del dictador en las casas como figura paternal y recta tuvo que ser sustituida a toda prisa por la de su segundo de a bordo.

En aquella iglesia ya no había franquismo sino restos de Dios, maderas del naufragio que el cura iba recogiendo de un lado a otro como si fuese a subirse de nuevo el telón.

Iglesia de San Francisco de Borja

El mérito de Carmencita es que esto lo ha pasado casi sin querer, obedeciendo al padre, que decía no meterse nunca en política, y dedicándose a la pobre "dolce far niente" que procuraba las estrecheces morales de la época: unos naipes, unos chistes malévolos, llegar tarde a misa, el locurón de viajar, o sea salir de España. De su marido el marqués, al que costaba diferenciar en sus buenos tiempos de la caricatura más exaltada, decía que estaba desequilibrado y que por eso no le hacía caso, ni ella ni ningún otro Franco. A la boda de Merry y Jimmy, con todos de etiqueta y trajes pesados en pleno bochorno, el marqués a los postres ya estaba vestido de tenista, y ocupó una pista a la que se fue a pegar bolas mientras los jóvenes le decían “marqués, no das una, marqués” y él los llamaba “socialistas”.

Carmencita no encontró una figura peripatética y horrorizada de sí misma en su padre, que tenía todas las papeletas, sino en su marido. No recibió amor, sólo algún salvoconducto, y el único escándalo caro que protagonizó en vida fue cuando la pararon en la frontera con un montón de oro.

Carmen Franco y Polo, marquesa de Villaverde

En el retorcimiento absoluto de sus trovadores en la gesta con la que pretendía equipararse al Cid se llegó a la conclusión de que en lugar de la guerra Franco había hecho una declaración de amor. 

“Es la preocupación central del alma del Caudillo", escribió Manuel Siurot. "Todo soldado que cae es un dolor para nuestro glorioso jefe. Esto nace del amor. Franco y sus generales aman al soldado, los jefes y los oficiales lo aman también y tienen que hacer dentro de las dificultades de la lucha el prodigio de ganarla con la sublime economía de sangre. Los rojos no aman de veras a sus hombres y por eso no se cuidaron de la sublime economía. Es la guerra no sólo una demostración de fuerza y de inteligencia, sino de amor. El día que las llamadas democracias conozcan el derroche de amor que Franco y los suyos están haciendo en la guerra no tendrán ojos bastantes para llorar de arrepentimiento (…) Saludemos, pues, al más grande economista de sangre que ha habido jamás en las guerras”.

Francisco Franco Bahamonde

Todo era amor entonces: el dictador del amor y nuestro mayo parisino del 36, cuando el país empezó a reventar de amor.

FUENTE: elpais.es
Manuel Jabois
 22/11/2015